Uno de los focos permanentes de insalubridad eran los cementerios. Los enterramientos, desde la Edad Media, se hacían en el interior o en los atrios de las iglesias o en sus proximidades, es decir, se situaban dentro del casco urbano. La falta de higiene y salubridad características de dichos enterramientos, provocaban la aparición de enfermedades que se propagaban rápidamente entre la población, debido a la cercanía de las viviendas con las Iglesias, como pone de manifiesto la gran cantidad de epidemias que mermaron la población de España durante el siglo XVIII y anteriores.  Para evitar contagios, los interiores de las iglesias se encalaban todos los años, sobre todo en los periodos de alguna pandemia.

En la iglesia de Santa María la Blanca de nuestro pueblo también existían los enterramientos dentro y fuera de ella. Dentro del edificio serían enterrados los cadáveres de las personas pertenecientes a la clase alta. Los féretros eran depositados generalmente en la parte opuesta al presbiterio. Las personas más importantes y con más medios económicos tenían su sepultura en las capillas porque hacían importantes donaciones a la iglesia o construían y sostenían las capillas donde eran depositados sus cadáveres. Debajo del altar mayor existe una cripta destinada al entierro de los señores de Fuentes.

En la reciente restauración de la iglesia, al rebajar el suelo para poner una plancha de hormigón que reforzara el edifico, se sacaron a la luz números restos que fueron depositados en una cripta destinada a los sacerdotes que murieran en la población y se que encuentra situada a la cabecera de la primera nave del Evangelio junto a la escalera que da acceso a la capilla de la Virgen del Rosario.

Además, hay otras sepulturas en las capillas. En la primera capilla de la segunda nave del Evangelio existe una con la leyenda “Esta sepultura y capilla son (ilegible) de Lugo y de Doña María Pereira, su mujer, que la fundaron para ellos y para sus hijos y sucesores”. En la capilla del Sagrario hay otra con la inscripción “Esta capilla y entierro la hizo D. Pablo Domingo del Corral, Presbítero, para si, sus herederos y descendientes de sus padres. Año 1780”.  

Al final de la primera nave de la Epístola, a los pies del altar dedicado a las Ánimas del Purgatorio se descubrió otra sepultura con varios cuerpos. Y en la segunda nave de la Epístola, a los pies del retablo de la Anunciación, una lápida que dice “Fue restaurada esta bóveda y capilla propiedad de los señores de Torres Mantilla el año 1906 a expensas de Doña María de los Ángeles y Doña María de Sevilla y Fernández de Peñaranda, descendientes de dicha casa por su abuela materna Doña Elvira de Torres Mantilla, mujer de D. Lope Fernández de Peñaranda” y en muro, en el lado derecho de este retablo otra lápida con la inscripción “D.O.M. Para perpetuar la memoria del Presbítero D. Francisco Ruiz Pilares, Doctor de la Sagrada Teología y Cánones, catedrático de ambas ciencias y Divina Escritura, Colegial Mayor y Rector de la Universidad de Osuna, Examinador Sinodial de Sevilla, Málaga y Córdoba, socio de las Academias de Bellas Artes de esta última y Vicario Eclesiástico de esta villa (…) sus restos mortales fueron trasladados a ruego de sus hermanas y por autoridad del Sr. Arzobispo de esta iglesia en 5 de junio del año de N.S.J.C. (…)”.

Los vecinos que carecían de medios económicos, muchos de ellos pertenecientes a la nómina de la beneficencia local, eran enterrados en las inmediaciones de la iglesia, posiblemente en la plaza que denominamos paseíto de la Plancha por su forma y en el patio eclesiástico que llamamos del Sol. En la plaza, en obras de alcantarillado que se hicieron en los años 60 del siglo XX, se descubrieron numerosos restos que fueron de nuevo enterrados en el mismo lugar y, en el año 2021, con motivo de la remodelación de dicho espacio han vuelto a aparecer.

El primer intento serio de sacar los cementerios fuera de las poblaciones fue realizado por Carlos III por la Real Cédula de 3 de abril de 1787, que será en definitiva el documento que va a cambiar los enterramientos de los difuntos. Fue motivado por la epidemia que apareció en Pasajes (Guipúzcoa) en el año 1871 produciendo 83 muertos y originada por las exhalaciones de las sepulturas de la iglesia. (La epidemia de peste originada en la parroquia de Pasajes fue debida a la gran cantidad de cadáveres allí enterrados que motivó incluso el desmonte del tejado para su ventilación ante el hedor que se desprendía).

El tiempo transcurrido desde el trágico suceso mencionado hasta la publicación de la Real Cédula en 1787 indica la polémica que esta decisión provocó en la Iglesia, que consideraba esta forma de actuar como una injerencia inaceptable del Estado en sus prerrogativas en el ámbito funerario, con el consiguiente perjuicio económico que padecería por la pérdida de las concesiones de derechos de sepultura. El rey tomó esta decisión al amparo de las ideas ilustradas de solucionar los graves riesgos que existían para la salud pública y evitar futuras pandemias. La Real Cédula mandaba en su artículo 3º que los cementerios fueran construidos fuera de la población y en el 5º que las obras se costearan con los caudales de las fábricas de las iglesias y si no con fondos de diezmos, tercias reales, excusados o fondos píos para pobres y en terrenos pertenecientes a los concejos o de propios.

Estas órdenes carecieron de continuidad hasta que, por motivos de la epidemia de terciarias y de fiebre amarilla, que diezmó la población de las dos Castillas y el litoral mediterráneo, se aprobó la Real Orden de 26 de abril de 1804, que pretendía activar la construcción de cementerios para evitar los perjuicios ocasionados a la salud pública con los enterramientos en las iglesias. Estos cementerios, pasado el brote epidémico, se abandonaron en su mayor parte y se volvió al enterramiento los edificios religiosos. Durante el Trienio Liberal, por Decreto de 3 de febrero de 1823, volvió a darse un nuevo impulso legal a la construcción de cementerios ya que en su artículo 13 señalaba que los ayuntamientos cuidarían de que en cada pueblo se construyese al menos un cementerio.

El ayuntamiento de Fuentes, en diciembre de 1835, recibe un oficio del gobernador civil instándole a la construcción de un cementerio, según ordenaba la Real Orden de 2 de junio de 1833, que seguía manteniendo que estos fueran sufragados con los caudales de las fábricas de las iglesias y en su defecto con los de los propios y que los ayuntamientos debían poner a disposición los terrenos para su construcción. En aquellos pueblos en que ni las fábricas de las iglesias ni los propios de los ayuntamientos pudieran hacer frente a la construcción de dichos cementerios podrían, las autoridades locales, arbitrar otros medios, por conducto de las de sus respectivas provincias, que creyesen más adecuados para atender a tan importante objeto.

Para cumplir con lo ordenado en la Real Orden anterior, el ayuntamiento se reunió el día 29 de enero de 1836, al que asisten además del síndico general del Común los señores curas de la localidad. Leída la Real Orden y enterados los curas que por su artículo 3º las fábricas de las iglesias eran la primeras obligadas a realizar la obra de la construcción de un cementerio, el más antiguo, Fernando Sánchez de Vargas, manifestó su disposición a que sin pérdida de tiempo se procedería a dicha construcción. Pidió sólo el tiempo preciso para comprar y reunir los materiales necesarios para dicha obra, comenzando por el levantamiento de la tapia que cercara el perímetro. Posteriormente se harían los nichos para los enterramientos de las personas que dispusiesen sus familiares ser enterradas en ellos, otros huecos para las personas con menos posibilidades, dejando un lugar en el centro para enterramiento común, conforme al diseño o plano que mandase ejecutar el propio ayuntamiento. Los terrenos que el ayuntamiento puso a disposición de esta obra estaban situados al norte de la villa, en unos baldíos junto al ruedo. (Posiblemente serían los terrenos que actualmente ocupa el convento de las Hermanas de la Cruz).