Tras el alzamiento militar efectuado el 18 de julio, en plena Velá del Carmen, el alcalde José Ruiz Martín se trasladó desde el recinto ferial, junto a Paco Ávila, teniente de alcalde, Francisco Lora, destacado dirigente del JSU y el concejal Fernando Fernández Hidalgo, “El Ratonera”, a la casa del pueblo para seguir las noticias que pudieran llegar a través de la radio. Al día siguiente se dirigió al ayuntamiento, a pesar de las recomendaciones de su mujer, que le pidió insistentemente que huyese del pueblo, dándole por respuesta que él no había hecho mal a nadie y que nada temía. En el ayuntamiento se reunió con todos los miembros de la comisión gestora municipal y otras personas, que en número de 100 se habían acercado al mismo. Allí, fueron obligados por la fuerza de las armas, empuñadas por la Guardia Civil, al mando del brigada Martín Conde, a ceder su autoridad y el ayuntamiento. Tras ello fue detenido junto a otras personas que estaban en el mismo lugar y lo condujeron a la cárcel local y después al edificio del Pósito, actual hogar del pensionista.

El día 25, su mujer como era habitual, fue a llevarle café por la mañana y le dijeron que ya no lo necesitaba. Se lo habían llevado junto a Paco Ávila, Francisco Lora Caro “ El Sillero” y Fernando Fernández “El Ratonera”. Los iban a canjear por algunos presos que había en la cárcel de La Campana, todavía en poder del Frente Popular, entre los que se encontraba el médico, Dr. Cárdenas. Al llegar al cruce con la Nacional IV, el grupo que los conducía, acatando las órdenes del mando militar, cambian de rumbo y se dirigen a Écija y antes de llegar a la ciudad, en el cruce con la carretera de Marchena lo mataron junto a sus compañeros en una finca que se denominaba  “Los Cristianos”.

El teniente de alcalde Francisco Ávila Fernández, fundador del PCE de Fuentes y miembro de su primer comité local, siguió la misma suerte que el alcalde y pasó por las mismas vicisitudes que él, ya que juntos fueron apresados, encarcelados y conducidos hasta su muerte. Sin embargo él fue bárbaramente torturado. Sus verdugos cebaron en él. En una cuneta de la carretera fueron bajados del camión, que les conducía a Écija. Uno de sus verdugos se acercó a él y le bajó los pantalones y con un machete le seccionó los testículos que rodaron por la tierra, los recogió y se los introdujo en la boca. El dolor le hizo retorcerse en el suelo. No pudo, sin embargo, parar con sus manos la hemorragia porque las tenía atadas a la espalda. Como le obligaban a ponerse en pie y no podía, le comenzaron a dar golpes con las culatas de los fusiles que portaban hasta quebrarle las dos piernas y los dos brazos. En la cuneta, revolcándose de dolor, fue rematado por sus verdugos.

La crueldad con que lo trataron en los últimos momentos de su vida nos puede dar idea del exacerbado odio que sentían por la ideología marxista. Dejó una mujer embarazada y a una hija de poco más de un año. Francisco Lora Caro, apodado “El Sillero”, fue la tercera persona que detenida y conducida, junto al alcalde y al primer teniente de alcalde, a Écija. Era Presidente de las Juventudes Socialistas Unificadas y aunque no tenían ningún cargo municipal si era un destacado miembro de la Casa del Pueblo y una persona relevante entre las izquierdas locales. Aquel trágico día fue conducido por la Guardia Civil hasta cerca de Écija, en le cruce de la Nacional IV con  la carretera que va en dirección a la vecina Marchena y en la cuneta, junto a los otros detenidos, fue cruelmente mutilado.

Sus verdugos intentaron varias veces que gritase “Viva Cristo Rey”. Ante su primera negativa le cortaron las orejas. De nuevo le conminaron para que hiciese el anterior grito y ante su segunda negativa le cortaron la nariz y al continuar negándose lo fueron mutilando hasta que lo mataron. Allí abandonaron los cadáveres en la misma cuneta, para que sirviera de escarmiento a los demás, pudriéndose al sol y siendo pasto de las alimañas. Fernando Fernández Hidalgo, concejal y destacado miembro del PCE local, corrió la misma suerte que sus anteriores tres compañeros y también fue ajusticiado en el mismo lugar y de la misma manera que ellos. Más tarde fueron enterrados en la finca y durante muchos años el dueño siempre respetó el lugar que nunca se aró ni se sembró.