Como un retortijón en el cerebro. El dolor inmenso de la mente no se aplaca ni con morfina. Versos-catarsis, verbos balsámicos. Doliente Aurora. Mediomanto. Manto entero de poesía útil para cubrir soledades desvalidas, para curar heridas incurables, para aliviar "penas viejas en suspensión", penas rumiadas en el insomnio de mandíbulas apretadas. Criaturas, duelo en dos tiempos, que Aurora Mediomanto da a los vientos en un libro de poesías crudas, sin paliativos que, sin embargo, a ella parecen paliarle ausencias ulceradas.

Aurora ha dado a la imprenta un poemario en blanco y negro, intenso y necesario. Poesía sin concesiones. Cruda, cruel a veces, rabiosa de principio a fin. "Si pudiera/ limpiar el mundo de mí./ Y a mí de todo ese mundo". Mediomanto estéril por vocación. "No aportaremos otra cosa que nuestra nada/ Os pedimos que ya no más. Dejadnos ser estériles". Supura Mediomanto desde las oquedades que le abrió en la entrañas la huida inexplicada, inexplicable, del padre ausente, duelo inconcluso, hachazo brutal.

Porque el libro de Aurora Mediomanto quiere ser el diálogo que nunca tuvo, que nunca podrá tener, con el padre roto en un instante malhadado. Era apenas una adolescente cuando él decidió irse sin una explicación, sin una despedida. Un padre es una cosa normal. Por eso, su ausencia no debería privar de "un recuerdo normal, un duelo normal, un dolor soportable". Es lo que reclama Aurora en su poesía. El duelo normal por la ausencia de un padre normal. O "¿será siempre una herida abierta que me hace convulsionar".

El segundo poema es toda una declaración de intenciones:

"Deseo que me explote de una vez el pecho.

Que se tinten de rojo víscera las paredes de mi cementerio.

Cierro los ojos fuertes y deseo

que vuelen por el aire los gusanos y los miriápodos

y queden aplastados sobre los muros

después de dibujar una parábola perfecta.

Me araño las palmas de las manos y deseo

que se astillen las costillas y se desgarre la herida infecta.

Que se desparrame el pus por esta casa.

Que la gente sepa

a lo que huelo".

El libro de Aurora lleva el título de "Mis criaturas, duelo en dos tiempos". El primer tiempo del duelo lleva el lema "Un padre es una cosa normal". Está compuesto por XIII poemas de desgarro y concluye con un sueño. Antes del sueño anuncia alguna esperanza.

"Algún día recordaré la fecha de tu muerte sin tener que consultar el periódico comarcal. Algún día podré diferenciar un fandango de una soleá. Dejaré de soñar que vuelves en harapos. Que la gente se muere, Que la gente no me elige. Encontraré en la tierra tu olor".

Ya no me dará tanto miedo el mundo. Aprenderé a caminar maculada delante de cualquier ojo y le dejaré mirar mis tropiezos. Descubriré en qué momento dejé de ser y me convertí en esto, un cuerpo que sobrevive en su celda de presente estático. Sin pasado. Sin proyección. Sin deseo.

Pronto. Algún día. Cicatrizarán las carnes abiertas de la memoria. Mejorará su encarnadura. Y podrán reverdecer las imágenes de la infancia. Seré con menos huecos. Un poco más narrada. Un ser cronológico."

El segundo tiempo del duelo de Aurora lleva el lema "Todos los golpes van siempre a la herida abierta". Lo componen diez poemas y termina con un epílogo titulado "Limpiar la cueva", en el que Aurora rompe con el pasado y proclama que "ya no quiero ser la adolescente a la que su padre abandonó./El tiempo pasa./Tengo un padre que no existe, pero puedo ser adulta/ Esta vez presente, pasado y futuro no son la misma cosa. (...) Lo que creo es que después del abismo, soy capaz de subir a flote y respirar despacio, tan torpemente transitar el dolor y salir viva. Nunca lo voy a entender, no lo voy a respetar. Lo acepto".