Hoy, 29 de junio, mientras escucho poemas de García Lorca en la hermosa voz de Miguel Poveda, no puedo dejar de pensar en qué hubiese pensado y dicho sobre la ley que se aprueba en el consejo de ministros y ministras. Estoy segura de que su sensibilidad de poeta y de hombre homosexual estaría radiante de dicha y alegría. La misma que siento yo en estos momentos como madre de una hija bisexual que ha adivinado más que sabido los problemas que por serlo ha tenido. Y no por ella misma, que siempre ha tenido la inteligencia y sensibilidad de saber quién es, sino por los prejuicios de una sociedad que no termina de aceptar a aquellas personas que no cumplen con la normalidad impuesta por un patriarcado milenario y poderoso.

El mismo patriarcado que incluso rige dentro de algunas feministas que ven en la Ley Trans un peligro para las mujeres. Argumentan que puede haber hombres que se cambien de género sólo para poder gozar de “los derechos” que hemos conseguido las mujeres. Hay que estar muy ajeno a  lo que significa ser mujer para decir algo así.

Acaso un varón que goza de privilegios tales como ganar más a igual trabajo, andar de madrugada solo y sin miedo, encontrar trabajo más fácilmente en campos vedados a la mujer por cuestiones de prejuicios, tener que demostrar menos para obtener lo mismo, estar ausente de los cuidados sin ser mal visto; y no quiero seguir para no ser pesada, puede pretender “convertirse” en mujer. Dónde está la ventaja de perder esos privilegios y más, para qué, para sufrir el rechazo de una buen parte de la sociedad. No me vale argumento tan débil.

Bienvenida sea la Ley Trans que da libertad a las personas de poder elegir su destino e identidad sin tener que someterse al criterio profesional de la medicina y la psicología, que tal vez no sepan del dolor de sentirse prisionero o prisionera en un cuerpo ajeno.