Antonio ha visto muchos cambios en la agricultura desde que comenzara a ayudar a su padre en la explotación familiar, hace más de cuarenta años. Cuando entró España en la Unión Europea, allá por mediados de los 80, recuerda que lo importante era entonces producir más y más, ya que las ayudas de la PAC estaban acopladas a la producción, y se cobraban en función de cuánto se producía. “Seguro que te acuerdas, José, de que entonces nadie hablaba del medio ambiente todos entendíamos que producción y explotación de los recursos naturales eran lo mismo y que ambas cosas se retroalimentaban”, le dice Antonio a José, amigo de infancia, profesor de biología en un instituto de bachillerato y socio de una asociación ecologista.

Antonio estudió formación profesional agraria en un centro de capacitación, preparándose para relevar a su padre cuando éste decidiese jubilarse. Allí, en el centro, le decían que la PAC era una política coherente con los objetivos para los que fue creada: impulsar la producción agraria, asegurar el abastecimiento de alimentos a precios razonables y garantizar a los agricultores un nivel de renta equiparable al de los otros sectores económicos. Recuerda que los precios garantizados y los mecanismos de intervención eran entonces instrumentos fundamentales de aquella política. Esos instrumentos impulsaron los modelos intensivos y permitieron alcanzar con creces no sólo esos objetivos, sino dar lugar incluso a excedentes agrícolas que acabaron por alterar los mercados mundiales, le dice al amigo José, mientras se lava las manos después de fumigar los olivos y termina de programar en su ordenador el sistema de riego automatizado que utiliza para regar parte de su explotación.

“Sí, Antonio, y también produjeron en algunas zonas los primeros efectos negativos sobre el medio ambiente, como bien pudimos comprobar aquí con los plásticos de los invernaderos o con la contaminación de los ríos y arroyos, dice José. “Acuérdate que juntos de niño observamos esos daños en las áreas cercanas a los arroyos, donde se vertían los residuos agrícolas sin ningún tipo de control, provocando olores infestos y la muerte de muchos peces y fauna. Justo eso fue lo que me llevó a preocuparme por la ecología y estudiar medio ambiente”, añade.

Antonio le recuerda que, para evitar esas distorsiones en los mercados, la UE se vio obligada por la Organización Mundial del Comercio a introducir en la PAC mecanismos de limitación de las producciones y a cambiar el sistema de incentivos a los agricultores. También le recuerda la aprobación de las primeras directivas medioambientales, como la de Aves y Hábitats, y del programa agroambiental para implicar a los agricultores en la protección del medio ambiente.

“Claro que me acuerdo, Antonio. De ahí viene el tema de las zonas ZEPA de protección de aves, que le explico a mis alumnos en el instituto”, le interrumpe José. Desde entonces ha habido muchos cambios, y Antonio ha sido testigo de ellos, ya como titular de su explotación tras la retirada de su padre y gracias a las ayudas que recibió del programa de instalación de jóvenes agricultores de la PAC. “Los mercados agrícolas se han abierto y ya no están intervenidos”, le explica a su amigo José, “y eso hace que aumente la competencia y los precios varíen más”. Añade que las demandas de los consumidores han cambiado, buscando más calidad y salud en los alimentos, además de preocuparse por cuestiones éticas como las relativas al bienestar animal.

Le recuerda que la agricultura se ha tecnificado y profesionalizado y que ahora se utilizan tecnologías que eran impensables hace sólo veinte años. “Son tecnologías de precisión que no sólo mejoran la productividad agraria, sino que también permiten un uso más racional de los recursos naturales, como el agua y la materia orgánica del suelo, además de un ahorro en la utilización de fertilizantes y plaguicidas”.

“Sí, Antonio, pero todo no es tecnología. No olvides que sigue habiendo modelos más tradicionales, más integrados en el territorio, y más sostenibles», le interpela José. “No te lo niego, José. Son los que se basan en eso que llaman agroecología y que no es otra cosa que lo que hacían nuestros abuelos”, le replica Antonio un poco ofuscado, “pero no me negarás que el cambio ha sido enorme y que gracias a la agricultura tecnificada todos tenemos el abastecimiento de alimentos asegurado a unos precios razonables. De la ecología no se come».

José le reconoce que ha sido un esfuerzo ímprobo el que ha tenido que hacer su amigo Antonio y muchos otros agricultores para reducir los costes de producción y ser más competitivos en unos mercados en los que los precios no hacen más que bajar. “Aunque a veces me pregunto, Antonio, si os ha merecido la pena tanto esfuerzo, ya que me da la impresión de que no le veis la punta a vuestro negocio y los mayetes siempre os estáis quejando”, le pregunta José. “Permíteme que te diga, Antonio, que muchos de vosotros habéis caído en la trampa del productivismo y no sabéis cómo salir de ella: producir más y más, invertir para comprar la última tecnología, pedir créditos y endeudarse con los bancos; ese es vuestro sino”, le dice José, no sin cierta amabilidad.

“Puede que lleves razón, José, pero tenemos que encontrar salidas, buscar alternativas, y la nueva PAC es una oportunidad”, le contesta Antonio. “¿Oportunidad?”, le pregunta Antonio, y añade que “precisamente opina todo lo contrario. La PAC es una política inmovilista, que suena como algo rancio y antiguo, que no está en sintonía con los tiempos y que nos condena a no salir del círculo vicioso en que estamos metidos los que hemos elegido este modelo de producir”.

Le dice que pocas políticas se han reformado tanto como la PAC para adaptarse a los cambios de la agricultura y a las demandas de la sociedad. “A la PAC se le podrá acusar de muchas cosas, pero no de inmovilismo, afirma José, convencido de lo que dice. Le recuerda a su amigo que ha cambiado el sistema de ayudas, y que ya no se paga en función de lo que se produce, sino del número de hectáreas o de cabezas de ganado, cosa que no todos los agricultores aceptan. Le dice también que en la PAC hay interesantes programas de apoyo a las iniciativas innovadoras para el agricultor que quiera aprovecharlos.

Le contesta Antonio que “me reconocerás, José, que la PAC de hoy está, además, comprometida en la defensa del medio ambiente, quizá no tanto como quisierais los ecologistas, pero su compromiso es claro”. Le dice que el programa agroambiental es un ejemplo, así como el apoyo a la agricultura ecológica. Y que también lo es el hecho de condicionar las ayudas directas que reciben los agricultores a la introducción de prácticas agrícolas y ganaderas más sostenibles desde el punto de vista medioambiental. “Le llaman prácticas de verdeo o greening, y a veces nos cuesta a los agricultores entender su utilidad, si bien, a medio y largo plazo, las vemos como positivas”, dice Antonio.

“Desde el punto de vista de la ecología”, interviene el amigo José, “es bueno que os obliguen a rotar los cultivos para evitar que se esquilmen los nutrientes de una misma parcela, como también lo es el llamado set-aside, dejando sin cultivar una parte de la explotación para que se regeneren los suelos”.

Ahora, la nueva reforma de la PAC, le comenta Antonio, habla de los ecoesquemas, por los que el agricultor va a recibir un complemento de la ayuda básica si introduce en su explotación prácticas dirigidas a la lucha contra el cambio climático y en favor de la biodiversidad. “Espero que esa música os guste más a los ecologistas. No podéis imaginar lo que nos cuesta adaptarnos a todo esto, después de tantos años oyendo el discurso productivista”, se sincera Antonio con su amigo José.
Por eso se irrita cuando oye al ecologismo acusar desde sus atalayas urbanas a los agricultores de ser los culpables de la contaminación de las aguas, de la erosión de los suelos o del maltrato animal. “Lo de calificar al lobo, por ejemplo, como especie protegida, es ya el colmo”, dice Antonio, “y no lo digo por mí, que no tengo ganado ni aquí hay lobos, pero sí por muchos compañeros que en otros lugares sí tienen”.

Es verdad que nunca se han llevado bien los agricultores y los ecologistas, reconoce Antonio, y que en algunas etapas puede que las críticas desde el ecologismo hayan sido justificadas. Pero ahora no lo cree así. Está harto de las acusaciones de los ecologistas y las siente como un desprecio al trabajo que realizan los agricultores, ya que está convencido de que no hay otra profesión que se preocupe más por el medio ambiente que el agricultor. “Somos los mejores ecologistas, los primeros interesados en proteger el medio ambiente, ya que es nuestro medio de trabajo”, le dice Antonio “y no hacerlo sería como tirar piedras contra nuestro propio tejado”.

Ante los ejemplos que le pone José sobre el deterioro del paisaje y la erosión de los suelos por prácticas agrícolas abusivas o sobre las actividades contaminantes ocasionadas por los invernaderos, Antonio asiente y le da la razón. También sobre esas granjas que no respetan las más mínimas condiciones de bienestar animal. Pero añade que “entre las casi un millón de explotaciones que hay, siempre es posible encontrar, como en cualquier otra profesión, algunos desalmados que van a la búsqueda del beneficio inmediato sin ocuparse de valorar los efectos de lo que hacen”. Además, le comenta a José que la PAC se encarga, con sus exigencias y controles, de que sea cada vez menos frecuente ese tipo de agricultores. “En un sector tan disperso y atomizado como el agrario”, explica Antonio, “es necesario, José, que haya una política que nos obligue a algún tipo de coordinación y eso lo hace bien la PAC”.

La conversación sube de tono ante la insistencia de José en los efectos negativos de la agricultura intensiva en el medio ambiente. “¿Y qué me dices, Antonio, de las explotaciones superintensivas de olivar o de esas macrogranjas que tienen más de industria que de agricultura?”, le pregunta José en plan provocador. “¿Es que acaso no perjudican al medio ambiente?”. “Eso es cierto, pero esos modelos agrícolas no son apoyados por la PAC. Si existen es porque son tolerados por los gobiernos nacionales o regionales”, le contesta Antonio.

“De verdad, José, que vuestras críticas a la PAC son injustas, ya que no hay otra política que sea tan sensible a las cuestiones ambientales”. Le recuerda el Pacto Verde Europeo con la estrategia “De la granja a la mesa”, con la que él está de acuerdo porque coloca a la agricultura en el centro de las demandas sociales, pero que tanto preocupa a muchos agricultores por las restricciones que van a suponerles en la utilización de insumos. “Sí, pero no me negarás, Antonio, que la PAC sigue estando al servicio de los grandes lobbies agrícolas, que son los principales beneficiarios de la PAC”, le contesta José. “Mira, no me salgas con la cantinela de los lobbies y los grandes agricultores”, le dice Antonio sin disimular su enfado y ofuscación. “Pues claro que los grandes agricultores se benefician de las ayudas de la PAC, y que debe corregirse con eso que llaman capping. Pero que sepas, José, que sin la PAC muchos agricultores con pequeñas explotaciones, como yo, habríamos desaparecido”.

Le comenta ya en mejor tono que las ayudas de la PAC representan un tercio de su renta, y le dice que, sin esa política, el paisaje de muchos territorios sería muy diferente al de ahora, y el problema de la despoblación rural se habría agravado. También le recuerda Antonio que, sin la PAC, el abastecimiento de alimentos que ha estado asegurado durante la pandemia, no habría sido posible. Admite Antonio que no está de acuerdo con todo lo que hace la PAC ni con la burocracia que conlleva. Opina, además, que se debe hacer mucho más para que desaparezcan los derechos históricos y se le ponga un tope máximo a las ayudas para que sean más equitativas, pero sabe que si no se hace más es debido a la inacción de los propios gobiernos nacionales.

Comprende, además, que no se le puede pedir a Bruselas que arregle todos los problemas de una agricultura tan diversa como la europea, y admite que muchos de los problemas de nuestro sector agrario son estructurales y los arrastramos desde antes de que entráramos en la UE. “Soy consciente, José, de que la PAC no es ninguna panacea, pero tampoco la causa de todos los males”, dice Antonio.

“Lo que nos ofrece la PAC es un conjunto de instrumentos y recursos para que los utilicemos del mejor modo posible en la mejora de nuestro sector agrario. Que lo hagamos bien o mal depende sólo y exclusivamente de nuestros gobiernos y de nosotros los propios agricultores, así como de nuestras organizaciones profesionales y cooperativas”. Admite Antonio que en un sistema económico como el actual no se puede cambiar la lógica de los mercados, pero está convencido de que se puede participar en ellos mejor organizados y con más fuerza negociadora.

“Es verdad Antonio que los ecologistas y los agricultores hemos tenido enfrentamientos, pero no tiene que seguir siendo así”, dice José. “Los agricultores deberíais ser más receptivos a nuestros mensajes y no vernos como unos idealistas cándidos e ingenuos o como unos fundamentalistas del cambio climático que hablan desde los despachos y sin mancharse las manos. Sois vosotros los primeros en sufrir los efectos de las sequías prolongadas, las grandes nevadas o las lluvias torrenciales, y si queremos parar esto tenemos que sumar esfuerzos”.

A lo que añade Antonio “sí, de acuerdo, pero los ecologistas tenéis que respetarnos más y no etiquetarnos como los grandes expoliadores del medio ambiente porque no es verdad. Somos los más interesados en tener un medio natural rico y saludable”. “Ah, por cierto, José, dile a tus amigos ecologistas que ya está bien de tratarnos como unos privilegiados. Te recuerdo que los casi 5.000 millones de euros anuales que recibe la agricultura española en ayudas es sólo un 0,5% de nuestro PIB, en un sector que genera más del 3% de la riqueza nacional y el 4% del empleo, además de asegurar el abastecimiento de alimentos ¿Es eso ser privilegiados?”.