Fuentes era una yunta de mulos surcando un secarral cuando Suiza era una tableta de chocolate emergiendo de una montaña cubierta por la nieve. Entre Fuentes y Suiza se extendía un inexplorado territorio compuesto por los algodonales de Lora, los canales de la Isla y los olivares de Jaén. El año laboral transcurría de Lora a la Isla y de Jaén a Suiza. De esta última estación llegaron a Fuentes las primeras tabletas de chocolate de verdad, del bueno, no de aquel harinoso y seco traído sabe dios de qué infierno. Chocolate cremoso, dulce como la miel y, a veces, hasta mezclado de leche y trozos de almendras. Jícaras de otro mundo.

Irse a trabajar a Suiza era otra cosa. Cuando los padres volvían de trabajar en los canales o de la aceituna traían como único regalo para los niños el cansancio dibujado en el rostro y algún rastro de satisfacción por el dinerillo ganado en días de afán y sudor. Cuando regresaban de Suiza traían ganas de calor, humano y del otro, algo más de dinerillo ganado tiritando de frío en lo alto de un andamio y, sobre todo, un puñado de tabletas de chocolate que empujaban a los niños a salir a la calle gritando a los cuatro vientos “¡ha venío mi pae y ma traío chocolate der güeno!”.

Una de aquellas muchachas que anunciaba la llegada del padre con la maleta llena del dulce más soñado por los niños era Anita, la hija de Sebastián Mendoza, conocido en Fuentes como Sebastián el alcalde. Anita corría por el paseíto del barrio la Rana proclamando la buena nueva. Chocolate suizo en maleta de emigrante. Decir Suiza era decir chocolate. En los barrios obreros de Fuentes, quien tenía padre en Suiza comía chocolate cremoso. Quien no lo tenía, o no probaba el chocolate o se tenía que conformar con el engrudo fabricado mediante algún sucedáneo del cacao y abundante harina.

Algún vecinillo pillaba de rebote alguna jícara. ¡Qué poca cosa eran las tabletas de chocolate suizo, pero qué felices hacía a los niños! El mejor era uno al que llamaban Toblerone, marca compuesta por el apellido del suizo Jean Tobler y el sustantivo italiano torrone. Si aquel chocolate lo hubieran hecho en Fuentes de habría llamado Lorarrón o Carorrón. Pero en aquellos tiempos Fuentes lo único que producía eran pasajeros para los trenes que tardaban tres días en llegar a Davos.

De Davos, que algunos guasones llamaban Navos, empezó a volver gente ilustrada en el arte del chocolate. Además de saber de oídas que Jean Tobler fue el fundador en el siglo XIX de la fábrica del Toblerrone, veían diciendo que un tal François Louis Cailler fue el inventor del chocolate suizo, convirtiendo un viejo molino en fábrica del suave y cremoso manjar de dioses. Decían también que Henri Nestlé desarrolló en la ciudad de Vevey la receta con leche y, por último, que el mejor chocolate del mundo lo hacía Ki Xocolatl en México. Pioneros de la geografía del cacao.

De los primeros fontaniegos en irse a Suiza fue el citado Sebastián Mendoza. El hombre partió de la estación de Fuentes en el año 1962, hizo transbordo en Córdoba, pasó por Madrid e Irún, para arribar al pueblo suizo de Davos, cercano a Liechtenstein y de Zúrich. Le habían advertido de que tuviera mucho cuidado con las maletas y con el poco dinero que llevaba en la ropa. Marsella era un avispero de carteristas. Tres años después, Sebastián viajó con su hijo Rafael, que tenía 17 años, para arrimarlo también al oficio de albañil. Cuenta que la primera vez las pasó canutas por culpa del idioma y que para comprar pollo en el supermercado se veía en la tesitura de cacarear y abrir y cerrar los brazos como una gallina. Quince días estuvo comiendo pan con pan.

Por aquel entonces un obrero ganaba en suiza 250.000 pesetas en seis meses de contrato, de abril a octubre. El trabajo en la construcción era duro, con jornadas en las que caían nevadas de hasta un metro de espesor. Llegaba a casa y tenía que lavarse la ropa, hacerse de comer y sentir la soledad de la distancia. Ahora haría una vídeo llamada diaria, pero entonces… Decían que irse al extranjero era lo más duro, aunque para un fontaniego trabajar en lo alto de un andamio a varios grados bajo cero tampoco era moco de pavo.

Al volver a Fuentes, a Sebastián lo esperaban siete hijos, siete leones hambrientos de chocolate. Al menos hambre de la otra no había gracias al dinero que mandaba por medio del giro postal. La más pequeña, Carmen disfrutaba como ninguna con las onzas. Los siete leones eran Rafael, María, Anita, Pepe, Rosario, Manuela y Carmen, todos esperando que su padre les resolviera las habichuelas. Fue la familia de Fuentes con más nietos. Sebastián y Rosario tuvieron 21 nietos.

Antes de la emigración vivían en un chozo de la calle el Bolo, emblema de los más pobres de Fuentes. Allí tuvieron a los dos primeros hijos, Rafael y María. Sebastián empezó a emigrar a la Isla a trabajar al cultivo del arroz. En Fuentes trabajaba con Manolo Millán, con el grano. Después emigraron a El Vereón, aldea en las cercanías de Lora del Río, donde Pepito les tenía preparada casa y el tajo de algodón. Santiago de Calatrava fue otro de sus destinos, donde Manolín era el encargado que les tenía preparado tajo de aceituna y casa con chimenea donde pasar el duro invierno. Alrededor de la lumbre contaban sus cosas y reían en compañía de otras familias emigradas de Fuentes. Después siguió con los canales, las aceitunas y Suiza, con lo que se hizo la casa y tuvo a sus restantes 5 hijos.

Igual que Sebastián, a Suiza iba Caraballo, conocido en Fuentes como el Chico y el Rubio Monumento, José Potestad, Miguel Prieto, Justo el carpintero, José el Gato… Todos volvían cargados de chocolate suizo. El Rubio Monumento Me traía todo los años mi parte del botín en forma de jícaras. José el Gato también tuvo sus problemas con el idioma. El encargado de la obra le decía "Pichilijaba". José no entendía ni papa y como el encargado insistía y él seguía sin entender, el encargado tuvo que coger el pico y ponerse a hacer la zanja. José entendió por fin.

Al Gato, conocido en Fuentes como "Nabo duro", cuñado de Sebastián Mendoza, le gustaba mucho el fútbol y en Davos convivía con muchos emigrantes italianos y yugoslavos. Con estos últimos se llevaba medianamente bien puesto que el Estrella Roja de Belgrado no chutaba mucho, pero con los italianos la rivalidad era máxima. Harina de otro costal era el Inter de Milán, dos veces campeón de Europa con Helenio Herrera, entrenador de moda en la época de los sesenta. José tenía que claudicar ante los italianos, por lo general bravucones y muy malos perdedores. En las discusiones con José iban a muerte. A él, el fútbol ultra defensivo de los italianos no le convencía y discutía hasta quedarse afónico.

José estuvo 22 temporadas contratado en Suiza y, junto al dinero para hacerse una casa, ahorró para una vaqueriza y comprar unas tierrecitas. Tenía la virtud de administrar muy bien el dinero. En Fuentes había un dicho según el cual “el dinero todo el mundo lo gana, lo que tiene mérito es guardarlo”. Justo el carpintero fue otro de los fontaniegos que emigró a Suiza. Al contrario de lo habitual, Justo decidió irse en avión, pero pasó mucho miedo. Tanto, que no se sentó en el avión en las tres horas del viaje.

En Suiza, en las obras había algunos encargados muy exigentes. Paco el Pellejero trabajaba como un negro, aunque los encargados le decían “¡porca Madonna!”. Eso significaba que aligerara. Sebastián Caraballo, Chico el Monumento, no quería Suiza ni en pintura. Por eso, en 1975 decidió no volver más. Les había cogido miedo a las alturas y quería darle estabilidad a su familia. En 1977 emigró a Elche, donde trabajó toda su familia. El Chico el Monumento también tuvo problemas con el idioma. Antes de llegar a Davos les preguntaba a los revisores “¿falta mucho para llegar a Navos?”