El marcado del aceite de oliva está gripado. Nadie mueve un dedo ante la incertidumbre por el rumbo que pueda tomar el comercio de este alimento básico de la dieta mediterránea. Ni el consumidor compra ni el comerciante vende porque ambos temen sufrir en sus bolsillos las consecuencias de una equivocación. Las únicas certezas en todo lo que rodea a este producto es que los precios están por las nubes y que los consumidores se han retraído, principalmente porque les escuece pagar diez, doce y hasta catorce euros por un litro de aceite. A eso se une el hecho de que en otros países europeos el precio no se haya disparado como aquí, aunque mantienen la tradicional carestía de este producto, aquí considerado de primera necesidad y allí artículo de lujo.

Una pregunta muy común ahora es cómo en España, primera productora de aceite de oliva, se han disparado los precios y no lo ha hecho países sin olivos. Misterios del mercado, dicen unos. Otros responden que no saben qué está pasando. Lo primero que conviene aclarar es que, aunque el aceite reluce como el oro, no es oro todo lo que reluce. No es verdad que en España se pague por el aceite mucho más que en otros países del entorno. Habría que comparar no sólo precios, sino también calidades. Cuando eso ocurre, como situación excepcional, puede deberse a alguna remesa sujeta a contratos antiguos o a estrategias comerciales que buscan atraer consumidores a determinadas cadenas de supermercados.

Es lo que hacen algunos grandes almacenes españoles ofertando recientemente garrafas de aceita virgen extra a poco más de 20 euros. Señuelo comercial. Así y todo, los precios en países del entorno son similares, si no más altos. Sólo Irlanda, Portugal e Italia tienen precios algo inferiores, aunque la diferencia es de uno o dos euros Irlanda y Portugal y de céntimos Italia. En cambio, Inglaterra está muy por encima, entre 15 y 17 euros el litro de aceite virgen extra y en Francia la media está en 9,6 euros, con un mínimo de 8 euros la marca más barata y 11 euros la más conocida.

Lo que ha pasado es que el precio en esos países ha permanecido como estaba y aquí ha subido mucho. Ya lo pagaban caro, como artículo de lujo que es considerado. ¿Por qué no ha subido allí? Porque no son grandes usuarios de este alimento y, sobre todo, porque los consumidores no han sido víctima del miedo a una desmesurada escalada de precios. Aquí, grandes consumidores de este producto, las primeras subidas provocaron miedo y el miedo ha desencadenado una cascada de subidas. El único elemento nuevo en el mercado del aceite ha sido precisamente esa creencia de que se avecinaba una fuerte subida del precio como consecuencia de la corta cosecha provocada por la sequía. Ha sido el temor lo que ha llevado a los consumidores a acaparar, en un momento en el queda poco aceite almacenado, y eso ha disparado el precio. La escasez de un producto combinada con una fuerte subida de la demanda siempre produce subidas.

El precio de la aceituna de molino en la pasada campaña osciló entre los 0,70 euros el kilo en el inicio de la temporada y 1 euro en la fase final de la cosecha. Por lo tanto, el coste de la materia prima no justifica la subida. Sin embargo, ha subido la demanda y bajado la oferta como consecuencia del agotamiento del stock de enlace de campaña. En diciembre pasado la garrafa de aceite virgen extra costaba en la cooperativa 28 euros y ahora cuesta 44. Es decir, de costar 5,6 euros el litro a costar 8,8 euros. En enero, el Gobierno redujo a la mitad el IVA aplicado a este producto, que pasó del 10 al 5 por ciento. Eso bajó 1,3 euros la garrafa de 5 litros, pero el mercado se ha comido aquella rebaja y ha seguido la escalada hasta los citados 44 euros.

¿Y ahora qué? Ahora quietud absoluta. Más allá de lo imprescindible, nadie compra y nadie vende. Colapso. El precio alcanzado hace inaccesible este producto para muchos bolsillos. Al menos en la medida que se utilizaba hasta ahora. El miedo a la escalada ha dado paso al miedo a equivocarse a la hora de comprar. Como suele ocurrir, una parte se ha ido al aceite de girasol, cuyo consumo ha subido un 300 por ciento desde que empezó la escalada del aceite de oliva, según las cifras de ventas de la cooperativa de Fuentes. Hasta hace poco, la cooperativa vendía una media de 200 litros de aceite de girasol al mes. Este mes ha vendido unos 600 litros, tres veces más de lo habitual. Realmente, lo que ocurre es que España se acerca a los precios y a los patrones de consumo de Europa, aunque el cocinar con mantequilla aún queda lejos.

Nadie se atreve a decir qué va a pasar a partir de ahora. Si hasta hace unos meses los consumidores comparaban cajas de tres garrafas, ahora, el que más, compra de garrafa en garrafa o de botella en botella. A verlas venir. Lo mismo hacen las envasadoras. Ningún almacenista compra una cuba de 20.000 litros, que le puede costar 200.000 euros, sin saber a cuánto lo va a poder vender. Quietos parados. No hay oferta y no hay demanda. Por eso los precios no se mueven de lo más alto. Ni los mayetes saben a cuánto le van a pagar este año la cosecha de aceituna para molino que, a punto de terminar el verdeo, empieza ya. No hay precio y aunque la aceituna para mesa se ha pagado bien (entre 1,8 y 2 euros la gordal y a 1,4 la manzanilla) muchos han optado por dejarla en el olivo a la espera de hacerla aceite.

Aunque no tenga precio, la aceituna hay que cogerla cuando llega su momento. Las máquinas han empezado ya el trabajo en algunas fincas de cultivo intensivo y los remolques el acarreo a la cooperativa y a otros intermediarios. Los que la entreguen a la cooperativa recibirán, como otros años, un adelanto a cuenta y esperarán el comportamiento del mercado para conocer las ganancias de una temporada marcada por sequía, la incertidumbre y la volatilidad de los precios. Las previsiones no son malas, especialmente por la escasez de producto y los buenos precios que muestra el sector. Pero también es cierto que la demanda está por los suelos y que una parte del consumo empieza a refugiarse en el girasol, cuyo precio permanece estable en torno a 7,5 euros la garrafa de cinco litros. La diferencia de precio es enormemente tentadora.

La esperanza es que la aceituna se pague más o menos igual y ganarle la diferencia en el abaratamiento de la mano de obra. Un tercio de la cosecha de aceituna que otros años se destina a la mesa no ha sido recogida, lo que ha reducido de forma considerable el número de peonadas en el verdeo. Si la temporada anterior, la aceituna se pagó en sus inicios a 0,70 euros y a 1 euro al final, ahora todo apunta que el arranque será a partir de 1,20 el kilo y nadie sabe a cuánto llegará. La cosecha será corta como consecuencia de la sequía, a no ser que llueva bastante en lo que resta de otoño. Los cien litros caídos este septiembre han supuesto un alivio importante, pero no suficiente. El año pasado entraron en la cooperativa 300.000 toneladas de aceituna de mesa. Este año a duras penas superará las 200.000, en parte por la sequía, pero principalmente por haber dejado mucha aceituna para la molturación.