Fuentes sería tierra de grandes tenores si estuviera enclavado en Italia, cuna de la ópera. En ese caso, Eduardito (Eduardo Pérez Bejarano) sería el Pavarotti de Fuentes. Aquí hay grandes voces para la ópera, pero sin una partitura que interpretar. Eduardito es un torrente de voz y de palabras bravas que le salen desbocadas formando estampidas como búfalos por las praderas de la Campiña. De hecho, podría prescindir del teléfono y de la megafonía para hablarle a medio Fuentes. Eduardito pudo haber sido tenor como Plácido Domingo o José Carreras, pero se conformó con ser el confitero de la Carrera. Pudo haber sido maestro escuela, su verdadera vocación, pero se conformó con endulzarle la vida a todo Fuentes, cosa que tampoco está mal dada la tendencia natural a la amargura que frecuentemente suele mostrar la vida.
Pregunta.- De haber sido maestro, la atención de los alumnos las hubieras tenido asegurada.
Respuesta.- Eso seguro. No fui maestro porque mi padre me necesitaba en el obrador de la confitería. Iba a estudiar Magisterio después de terminar el cuarto curso y la reválida del bachillerato elemental, pero mi abuelo había sido pastelero en la calle Mayor (Cándido Pérez López) lo mismo que era mi padre (Eduardo Pérez Arquero) y yo estaba predestinado a seguir la saga de confiteros. Tres generaciones faenando con el azúcar.
P.- Con un largo paréntesis de funcionario en Marruecos ¿no?
R.- Un paréntesis obligado por el racionamiento del azúcar después de la guerra. Al volver de la guerra, donde no llegó a disparar ni un tiro, mi padre intentó reabrir la confitería, pero le suministraban medio saco de azúcar para todo el año. Así que en 1940 se casó con Gracia Bejarano y siguió los pasos de un cuñado suyo que era militar en Marruecos, aprobó oposiciones y entró a trabajar en Larache para el Gobierno. Allí vivimos hasta 1959, tres años más tarde de la independencia de Marruecos, cuyo gobierno le dio una indemnización a mi padre por renunciar a su plaza de funcionario. Yo vine de Marruecos en 1945 a nacer a dos pasos de la ermita de la Aurora, a apuntarme en el registro civil de Fuentes, a bautizarme y a quedarme para siempre cuando tenía 14 años.
P.- Te criaste en una España africana que ya no existe.
R.- En Larache había las mismas cosas que aquí. Fui a la escuela de los hermanos Maristas, congregación creada por el francés Marcelino Champagnat, al lado de la escuela para niñas de las monjas Franciscanas. En Larache había otras muchas escuelas, como la de Santa Isabel de Hungría y el patronato militar, al que iban los hijos de los militares del tercio de la Legión, los Regulares y el hospital militar. Teníamos el cine Avenida, como en Fuentes, donde echaban Lo que el viento se llevó, aquella película tan larga que decían que había que llevarse la comida. Estaban los cines Ideal, María Cristina y el teatro España. Con la independencia de 1956, todas las películas pasaron a ser de producción egipcia.
P.- ¿Cómo llega el apellido Bejarano a Fuentes?
R.- El primer Bejarano de Fuentes fue mi bisabuelo Tomás, un panadero sevillano que abrió tahona en la calle Mayor en el último tercio del siglo XIX. Tomás tuvo tres hijos. El mayor, Tomás emigró a Argentina. El segundo, José, fue maestro y Francisco que fue mi abuelo. Por aquellas fechas, Gracia Rodríguez Conde había abierto en la Carrera otra panadería, por lo que Tomás y Gracia entraron en dura competencia y en unas relaciones muy malas. Pero como el amor puede con todo, mira tú por donde, el hijo de Tomás y la hija de Gracia se casaron. Él fue mi abuelo Francisco Bejarano Fernandez y ella mi abuela Pepa Vázquez Rodríguez. Las cosas no le iban mal a Gracia Rodríguez Conde porque no sólo compró la casa donde ahora vivo, sino la de al lado que linda con la Aurora y otra que daba a la calle Medio Manto, además de tierras.
P.- Una mujer emprendedora.
R.- El dinero de los Bejarano lo hizo Gracia Rodríguez Conde, casada con José Vázquez León, y lo siguió la abuela Pepa Vázquez, dos mujeres de fuerte personalidad. Sin llegar a ser considerados señoritos, la familia Bejarano no estaba mal de dinero en aquellos años de penurias. Vendrían a ser unos mayetes bien situados, algo así como clase media en una España en la que eso escaseaba. Por parte de padre, mi abuelo Cándido, cuya familia es de origen motrileño, vino a poner confitería en la calle Mayor, pero murió muy pronto, por lo que mi padre se hizo cargo del negocio con apenas 16 años. Al principio y hasta que se hizo con el oficio tuvo la ayuda de dos hermanas mayores. Soy panadero por parte de madre y pastelero por parte de padre.
P.- El apellido Bejarano lleva muchos años en Fuentes, pero está en vías de extinción.
R.- Pues sí, quedan tres Bejarano de primer apellido y unos pocos de segundo apellido. Siempre ha habido más mujeres que hombres en esta familia. Francisco Bejarano y Pepa Vázquez tuvieron sólo dos varones. Bejarano de primer apellido quedan en Fuentes Currito, Pepito María y un periodista que anda por aquí haciendo entrevistas para Fuentes de Información. Los pocos hijos varones de esos tres Bejarano viven fuera de Fuentes, así que el apellido está condenado a desaparecer, aunque durante unos años más perdurará como mote.
P.- ¿Por qué es tan popular Eduardito?
R.- Porque he estado 53 años detrás del mostrador de una confitería en la Carrera. Al principio, desde 1959 hasta 1986, con obrador propio. Cuando mis padres se hicieron mayores, cerramos el obrador, pero seguimos con las chuches. Por aquí ha pasado todo Fuentes, primero cuando eran niños que gateaban, luego de adolescentes, más tarde con novios o novias y al final como adultos. En la Carrera hemos sido a la confitería lo que Benjamín a la ferretería. Hablo con todo el mundo y no me enfado con nadie. Cerré el puesto en 2012 y desde entonces me dedico a vivir de la pensión, a hacer de amo de casa. No sé si cocino bien o mal pero, por si acaso, no convido nunca a nadie a comer en casa.
P.- Te harás buenos postres dulces, ¿no?
R.- ¡Ni uno! Bastante tengo con llevar la casa. Además, como soy un viejo, tengo que hacer comidas frugales y muchas noches no como más que un té y una magdalena. El 26 de agosto, día de San Ceferino, voy a cumplir 80 años. Sé que es San Ceferino porque me pusieron Eduardo por mi padre, Cándido por mi abuelo, Ceferino por el día que nací y de la Aurora por haber nacido a dos pasos de su ermita.
P.- ¿Cómo andas de relaciones con tu vecina la iglesia?
R.- Soy lo que se puede decir un cristiano tibio. No frecuento las misas, aunque tampoco me salen ronchas cuando tengo que ir a un entierro. Aunque los antecedentes decían lo contrario porque me crié en un colegio de los Maristas, tuve una monja de las Hermanas de la Cruz por parte de padre y otra Salesiana por parte de madre. Como en la política y en la planta de biometano, ni a favor ni en contra.
P.- Para terminar, ¿de dónde te viene ese vozarrón?
R.- Es la herencia que me dejó mi abuelo Francisco Bejarano, cuyas conversaciones en el casino "La Agrícola" escuchaba mi abuela Pepa Vázquez sentada a la puerta de su casa en la otra punta de la Carrera. Siempre he dicho que el abuelo me podía haber dejado un cortijo en herencia, pero me dejó esta voz, qué le voy a hacer.