Carmela Lora pertenece a esa casta de mujeres que nunca tendrá un monumento en ninguna plaza pública. Ni una calle con su nombre. Ni siquiera una placa en la fachada de su casa proclamando a los cuatro vientos "en esta casa nació...". Pero mujeres como Carmela son las que tiran de las poleas que hacen girar al mundo. Ellas empujan las aspas que lo desplazan alrededor del sol. No tienen monumentos pese a que ganan batallas todos los días, hacen milagros a final de cada mes y resisten los embates de las tempestades que tarde o temprano asoman por el horizonte de la gente humilde. Carmela, siempre alegre, le ha ganado la guerra al hambre, ha hecho el milagro de sobrevivir a la injusticia de la desigualdad y ha resistido a los huracanes de pobreza. Por todo eso, no duda en responder "he sido feliz".

Pregunta.- Carmela, ¿se puede ser feliz en medio de tanta dificultad?

Respuesta.- Yo lo he sido a pesar de haber pasado mucha necesidad cuando niña y cuando era joven. En casa éramos 7 hermanos, además de mis padres, todos viviendo en un chozo de la Puerta del Monte, enfrente de la escuela, escuela que pisé la primera vez cuando fui a recoger las notas de mis hijos. El agua para cocinar y lavar había que ir a buscarla a la casa del Minuto, el herrero que había en la Puerta del Monte, y hacer tres horas de cola. Con ocho años allí estaba yo llenando los cántaros. Cuando llegaba el carnaval me volvía loca y me iba por todo Fuentes detrás de las murgas cantando y bailando. No he sabido ni cantar ni bailar, pero he cantado y bailado todos los días de mi vida. Con siete años gané mi primer jornal cogiendo algodón en la finca el Charco. No sé cuánto me pagaron, una o dos pesetas, más o menos. La familia entera formábamos una cuadrilla, la de los Candones. Mi padre era Antonio y mi madre, Ana. Mis hermanos son Rosario, Josefa, Antonia, Alfonso, Sebastián y Manuela. Uno por año.

P.- Como titiriteros, con la familia a cuesta de tajo en tajo.

R.- Cuando terminaba el algodón, a entresacar girasoles, luego a desgranar maíz... Dormíamos donde nos cogía la noche, a medio comer, para estar temprano en el tajo, cuando amaneciera. Con aquella vida, ¿para qué servía ir a la escuela? Cuando tuve 17 años me di cuenta de uno muchacho que me miraba mucho y me ayudaba a cargar los esportones. Luego, ese muchacho, que se llamaba Domingo, se fue a trabajar a Barcelona, a los albañiles, y nos escribíamos. Yo me fui a Palma de Mallorca a trabajar en un hotel y allí se presentó Domingo "Cisquerillo" buscándome. Yo le busqué trabajo y allí estuvimos un año y... 50 años más tarde, yo soy Cisquerilla y él aquí sigue a mi lado. Yo de soltera era Mangarra y Modesta, pero después de casada me hice Cisquerilla.

P.- Un año en Palma, pero os casasteis después de volver a Fuentes. ¿Vivíais juntos sin pasar por la iglesia?

R.- ¡Nooo! En aquellos tiempos eso hubiera sido muy gordo. Ahora no, pero entonces... Yo me casé virgen. Durante el tiempo que estuvimos en Palma bien que me dio vueltas alrededor, pero yo resistí firme. Hasta que nos casemos, nada de nada. Menudo disgusto hubiera sido para los padres. Luego nos vinimos a Fuentes, alquilamos una casa en la calle Palma por 20 pesetas. No teníamos trabajo y pasamos mucha necesidad. Algunas noches nos íbamos a la cama después de haber comido un cacho pan seco. Para lavarme el vestido tenía que ponerme encima la chaqueta de mi padre. Con 20 años, ya casada, me quedé embarazada. Primero no había anticonceptivos, así que había que echar marcha atrás. Luego tomé la píldora, ocho años.

P.- Tiempos duros.

R.- Durísimos. Salíamos adelante con el cisco que hacía Domingo, recogiendo tagarninas y espárragos o cazando por las noches. Todo lo que él traía lo vendía o lo rifaba yo por las calles. Casa por casa vendiéndole la caza a los señoritos de Fuentes, que eran los único que podían comprar. Rifaba espárragos por la calle con cartas, que la rifa daba más dinero que la venta. Yo entraba en los bares a rifar y la gente me decía "¿y no te da vergüenza entrar en un bar?" ¡A mí qué me iba a dar vergüenza con el hambre que teníamos! Las mujeres no podíamos llevar pantalones, ni fumar ni entrar en los bares. La que lo hacía era una guarra, decían. ¡A ver qué hombre se atrevía a meterse conmigo!

Carmela, sobre la espalda de una compañera, en sus tiempos en Palma de Mallorca

P.- La necesidad obliga.

R.- Si mis hijas tenían que ir algunos días a comer a casa de los abuelos porque no teníamos nada que darles. Ojalá no vuelvan más aquellos tiempos. Tuvimos que irnos a vivir a la casa de mis suegros, por el barrio la Rana. Hasta que el padre de Domingo le dijo a su hijo que teníamos que irnos. Había muerto la suegra y no tenía dinero para el entierro. Nos puso los chismes en la calle. Nos tuvimos que ir a una casa sin terminar, con el suelo de grava y sin luz porque no podíamos pagar el enganche, que costaba 17.000 pesetas. Pero bueno, aquí estamos a base de trabajar duro contra viento y marea. Íbamos a coger aceitunas, cada uno en un banco, y mi niña en un cesto colgado debajo de un olivo. Cuando tenía siete u ocho meses le daba el pecho parando un momento en la reguera del algodón. Luego la niña correteaba por todas partes y nos pasábamos más tiempo buscándola que cogiendo algodón.

P.- ¿Cuándo cambió todo?

R.- Cuando los niños pudieron ayudarnos en el tajo porque ya entraban cinco sueldos en la casa. Con todo, después de la peoná, yo salía a buscar espárragos para rifarlos y me decía "si ayer gané mil pesetas, hoy tengo que ganar más". Cuando volvía a casa caía en la cama agotada. Trabajaba cogiendo espárragos blancos en el cortijo Torrehuella en una cuadrilla de 45 hombres y yo, la única mujer, le ganaba a todos. La cosa empezó a cambiar en los años 80 y pudimos terminar la casa y amueblarla como Dios manda. Se acabaron las necesidades. Tanto, que cuando se casó mi hija se lo puse yo todo y a los seis meses, vino su hermano con la noticia de que también se casaba. Pues también se lo pusimos todo.

P.- ¿Y ahora?

R.- Ahora la mar de felices, con mi casa, mis nietos, mi Cisquerillo y yo. Cada uno con su paguita y este queso para este pan y este pan para este queso. Siempre he sido igual de alegre, por eso a lo mejor hemos salido adelante.

Carmela en el portal de sus casa