Verónica Forqué fue una actriz brillante, valiente, libre y fuerte. Resistente pese a su apariencia frágil. El lunes pasado se quitó la vida. Quién lo iba a decir. Parecía tal feliz. Lo tenía todo. Prestigio, fama, dinero y un millón de amigos. Al parecer, pese a las muestras de cansancio vital, nadie se dio cuenta de que se encontraba al borde del abismo. Ahora todos se lamentan de no haber hecho nada para ayudarle. Verónica dijo por pasiva y por activa que no se encontraba bien, que le dolía mucho la existencia propia. Me pregunto cuántas personas están ahora mismo en situaciones parecidas y tampoco sus amigos y familiares, su gente, hace nada por ellas.

Sin llegar a tales extremos trágicos, ¿cuántos de nuestros congéneres están viviendo un infierno y no llegan a primeros de mes? Se encuentran con los suyos por la calle y en la pregunta va implícita la respuesta ¿Qué tal estás, bien? Sin dejar tiempo para que les responda. Solo hay una respuesta posible, sí, bien. No hay resquicio para la realidad cruda, sólo hay sitio para la sonrisa de selfie.

Vivimos en un mundo en que el que hace ver que lo pasa mal es un aguafiestas. Algunos, los más vehementes incluso, responden ante las penas ajenas con un “como todos, todos tenemos problemas”. Todos tenemos problemas sí, pero hay calibres. Una cosa es una jaqueca y otra una psicosis severa. Una cosa es no poder irse de vacaciones a Petra y otra, no poder encender una estufa. No todos los males son iguales.

El camino más corto para nuestra tranquilidad espiritual, para que no nos salpique el dolor de otro, para no sentirnos culpables por omisión de socorro, es buscar justificaciones mentalmente cómodas. Pensamos en silencio “no será para tanto”, “seguro que exagera”, “si fuese tal cual lo cuenta, se le notaría más”. Entonces, ¿qué tiene que decir o hacer nuestro vecino, nuestro compañero, nuestro amigo o nuestro hermano, cuando la trituradora de la vida le ha pasado por encima? ¿Debería gritar de dolor? ¿Vestir con harapos? ¿Llorar sin parar? ¿Arrastrarse por el suelo? Eso ya lo hacen en el silencio de su intimidad, allí donde nadie les oye.

Cuando por fin se vislumbra el problema, cuando pensamos que igual tiene razón, nos precipitamos a dar recetas milagrosas ¿Has probado a buscar trabajo de otra cosa? o ¿Has pedido ayuda social? Como si el afectado no supiera cuál es su problema, como si estuviese cómodo con esa situación, como si fuese estúpido, como si fuese un niño al que hay que contarle las cosas muy despacio para que las entienda, como si no se hubiese partido la cabeza una y cien veces estrellándose contra un NO negro y peludo.

Igual, lo que precisa el necesitado es ayuda, no consejos gratuitos de psicólogo aficionado, es ser escuchado y no compadecido. Es comprensión y empatía y no que se relativice su PROBLEMA comparándolo con “problemitas” sin importancia.

Piénsalo, porque mañana tú puedes estar en esa situación. Solo hay que abrir bien las orejas y escuchar a la gente que quieres. Igual no todo está bien.
No preguntes qué tal, si no estás preparado para asumir una respuesta que no te guste.

P.D.
En lugar de una foto, hay un espacio en blanco, busca en tu mente, seguro que encuentras la cara de alguien que conoces.