Antes de que fuese el manejo desaforado de la tecnología digital, la modernidad fueron el rock, el movimiento hippie y los pantalones de campana. Fumar fue tan moderno en sus tiempos como antiguo es ahora. Modernidad fueron el consumo de droga, el pelo largo o el pacifismo. Tan moderno como son ahora el ecologismo, la defensa de los derechos LGTBI o el animalismo. La modernidad, que tiene sus templos y sus adictos, cambia a la velocidad del rayo. Hay quienes abrazan la modernidad como si fuese un credo, pero en otros no es más que pose, afectación.

Permanecen pocas modas, entre las que podría incluirse el uso y costumbre de encerrase a danzar en un local llamado discoteca con música a toda mecha. Esa moda irrumpió en Fuentes con la fuerza de un ciclón a mediados de los setenta de la mano de la discoteca Silvia, establecimiento ubicado en la calle Calvario, y que pronto fue desbancada por un huracán llamado El Patio. ¡Aquello sí que era modernidad! La música extranjera entró como un tornado barriendo a su paso a los Manolo Escobar, los Juanito Valderrama, los Fari y hasta los Brincos y Los Mustang. Éramos jóvenes y nuestra obligación consistía en romper con todo lo establecido.

La discoteca el Patio fue mucho más que una discoteca porque supuso una ruptura radical con lo que entonces sentíamos que nos constreñía, nos asfixiaba. Fue una bocanada de aire fresco que desordenaba nuestros cabellos, hasta entonces repeinados con raya al lado, ventilaba cajones que olían a alcanfor y a brillantina de liquidación, a vino peleón y a ropa rozada. Salíamos del reino del pasodoble o, a lo sumo, del guateque en la azotea con tocadiscos monoaural con placa single de los Sirex, Fanta naranja y delicioso limón. Aquella discoteca era diferente a cuantos lugares habíamos frecuentado.

La discoteca el Patio fue un complejo contra complejos. Un complejo construido en lo que antes fue tienda de Jerónimo, ecijano, heredada después por su sobrina la Matildita, que después se fue a Écija. Allí se levantó el mayor “complejo de ocio” que ha tenido Fuentes en toda su historia. Tenía barra de bar, cafetería, terraza y discoteca. Lo nunca visto en Fuentes. Tanto, que a disfrutar de su “esmerado servicio”, como se decía entonces, venía gente de La Campana, La Luisiana, Lantejuela y hasta de Marchena. Fue construida, como una gran obra, por una cooperativa de albañiles llamada CAFA, que reunía oficiales especiales. La formaban los Silvestre (Antonio y Rafael), el Soza, los jardineros (Francisco y Cristóbal) los Cillero (Manolo, Alfonso, José y Antonio), José Canono, los cuñados de los Cillero, (Silvestre y Juan José). De todos estos albañiles, el que más tiempo estuvo fue José el Cillero, del que dicen en Fuentes es el albañil de los ricos debido a la afama de hacer las cosas muy bien. Quedó inaugurada el 1 de diciembre de 1983.

La rivalidad entre las discotecas Silvia y El Patio para ganarse el favor del público fue un duelo bajo el sol que ganó la segunda. Silvia tuvo su esplendor entre 1975 y 1983, a partir de cuya fecha los fulgores de El Patio resultaron demoledores para el establecimiento creado por Manolo Cantalejo “Nonilla” ocho años antes. El dinero para montar Silvia, su primer negocio, lo ganó Manolo Nonilla con el sudor de su frente trabajando duro en Suiza. Luego, todo fue subir como la espuma. El lugar de la discoteca Silvia, que debía su nombre a la hija menor de Nonilla, había sido clínica veterinaria que herraba caballos, razón por la que le llamaron bar Herradura. Después puso una güisquería en el cruce de la venta Apolo y decían que el Nonilla de la discoteca y la güisquería -con mujeres traídas de Sevilla- se hizo de oro en sus años de vino y rosas.

Como camarero, Nonilla era muy bueno, muy comercial. Sabía atender al público muy bien. Pero la doble jugada de El Patio fue competir en lujo y en buen servicio de camareros. En lujo fue imbatible, lo mismo que en servicio, con una plantilla compuesta por Manolo Cachete, Pepe el Venezolano, Rafael el Paneto, Santi el Enterrador y su señora, Esteban el Nieto, Antonio, Cristóbal Jarapo, Kiko el Granadino, etc... Era la plantilla más joven y elegante de Fuentes. La elegancia de la plantilla y la modernidad del establecimiento habían sentenciado a la discoteca Silvia. La vida evoluciona y un complejo de tal fuste y dineral fueron suficientes para ganarle la partida a la discoteca Silvia y hasta a la discoteca de la Campana, a la que muchos fontaniegos íbamos los jueves. No había por los alrededores un complejo igual. Venían los lusianeros, campaneros, marcheneros, lantejueleños… En fin, lo mejor de lo mejor estaba en Fuentes.

Antes de entrar en la discoteca había la costumbre de tapear en la cafetería, en el bar Rincón, en los Catalinos o en cualquiera de los muchos bares de las inmediaciones. La entrada costaba 50 duros y daba derecho a consumición. Cincuenta duros eran 250 pesetas, barato en aquellos años. Ganábamos de sueldo alrededor de 100.000 pesetas. El que ganaba 125.000 pesetas ya era alguien y el que ganaba 200.000 pesetas podía considerarse un privilegiado.

Por aquellas fechas casi la mayoría de los chavales se ocupaba en el campo, cobrando 2.650 pesetas, bien en la remolacha, bien cogiendo aceituna o quitando yerba. Las conversaciones que teníamos los jóvenes en la discoteca giraban alrededor de las condiciones de trabajo, a excepción de los que estudiaban, que hablaban de sus estudios. También había bastante droga, pero en su mayoría, aquella juventud fue bastante sana. El que no trabajaba en una cosa trabajaba en otra y, el que no, emigraba y resolvía su vida así.

Al principio de abrir, la discoteca tuvo vigilante de seguridad, encargado de velar por el buen orden. Los vigilantes pertenecían a una empresa cordobesa y algún altercado tuvieron porque no dejaban entrar droga, lo que les acarreó enfrentamientos con el público. Una vez, uno de los drogadictos enganchó al vigilante de la corbata intentando ahogarlo. La discoteca El Patio será recordada por muchos fontaniegos el principal lugar de encuentro de su juventud, lo más bonito de sus vidas: todos solteros y rondando a las zagalas de la misma edad.

Cuando más clientela acudía a la discoteca era en verano, fechas en las que todo el mundo coincidía en Fuentes. No en balde, se decía que lo mejor que tenía era el aire acondicionado. Inolvidable. Los meses de invierno tenía menos gente. Mucha juventud se iba con sus padres a echar la temporada de la uva en Francia y la aceituna en Jaén. En algún momento fue reformada y la barra, que al principio estuvo casi al entrar, pasó más adentro. Pusieron azulejos blancos y negros y unas cristaleras que daba gusto estar frente a ellas.

La cantante C.C. Catch

La música era un popurrí variopinto que iba desde el pop de Boney M y Dire Straits a las sevillanas de los Romeros de la Puebla o las rumbas de Los Chichos. Cómo olvidar a Lian Ross, cantante alemana reconocida principalmente por tener éxito en los géneros Hi-NRG y música disco de los años 80, entre cuyos éxitos estuvo "San You' ll Neves”, "Fantasy" y “Scratch my Name”. O aquella C.C. Catch, cantante alemano-holandesa con sus canciones “Cause you are Young”, “Can lose Muy Heart Tonight” y “Strangers by Night”. Lo que más sonaba era la música pop, símbolo de la modernidad. Por aquel entonces la discoteca El Patio tuvo alguna actuación sonada, como la del hipnotizador Silvio Sacramento, que se hacía llamar Marcus. O la de Sombra y luz. No faltaba un poco de baile lento, pero muy poco.

Aparte de la discoteca, como el patio era un complejo, disfrutábamos de la buena vista desde la terraza, donde veíamos la torre de la iglesia en unas tardes y noches espectaculares. Manolo Cachete iba al campo de pelota a hacer la grabación del partido de futbol para emitirlo en el televisor de la cafetería. Este hombre tenía dotes de cámara y periodista, aparte de ser el camarero más carismático de El Patio, junto con Santi el Enterrador. Servían un café exquisito, colado por Rafael el Paneto junto a la mesa de billar americano mientras por televisión veíamos las maravillas que David Hasselhoff era capaz de hacer en la serie “El coche Fantástico”.

Pero a todo le llega la crisis. El Patio sufrió el primer traspié en la primavera de 1986, apenas dos años y tres meses después de su apertura. La gente se había hartado de la discoteca de moda, que estaba masificada, imposible andar por ella, ni hablar con la gente, todo el mundo fumando dentro, acababas con la ropa oliendo a chasca, los aseos llenitos de humanidad. En fin, abarrotada de fontaniegos y de forasteros.

Como empujada por un péndulo invisible, el público pasó otra vez a la discoteca Silvia, sorprendentemente otra vez de moda. Desde finales del año 1986 hasta el verano de 1987, la gente se dividió, y en el verano de 1987, otra vez volvió a El Patio y hasta el otoño de 1988 recuperó su aforo y calló definitivamente la discoteca Silvia.