El homo sapiens evoluciona a marchas forzadas hacia el "homo body". El culto al cuerpo es uno de los fenómenos más llamativos de este tiempo. Los templos del siglo XXI son los gimnasios. Como antes había una oficina bancaria en cada esquina, ahora hay un gimnasio. Todo el mundo anda obsesionado con mantener su cuerpo en forma y eso, en principio, es digno de elogio. Una primera ojeada a la cuestión indicaría que los médicos han tenido éxito con aquello de cuidar la salud dedicando cada día un tiempo al ejercicio físico, aunque a uno le asalta pronto la duda de si el éxito no será más del consumismo que se ha adueñado de todo lo relacionado con ese pujante mundo del deporte de mantenimiento. Ropa deportiva, cremas para la piel (deshidratada, seca, arrugada, apagada...) aparatos, pesas, gomas, bolas... Body pump, full body, body combat, body atac, body balance, aqua gym, pilates, zumba...

Sea por lo que sea, bienvenido sea el ejercicio físico. Menos obesidad y colesterol. Más belleza y negocio para las marcas de cosméticos. Lo preocupante no es eso, sino observar cómo al tiempo que aumenta la fuerza de brazos, piernas y abdomen (además del estilismo, la belleza) de nuestro coetáneos, disminuye la musculatura cerebral de una parte importante de la población. Es como si la obesidad y el colesterol empezasen a migrar hacia la parte más alta del ser humano, su cerebro. La desventaja de este fenómeno es que la falta de musculatura intelectual y la obesidad mental no son visibles a simple vista, aunque con un poco de atención podemos saber sin lugar a dudas el raquitismo de determinados individuos.

El hecho es que estamos instalados en el sedentarismo mental. Nos decían que sentáramos cabeza y la hemos sentado. ¡Vaya si la hemos sentado! En consecuencia, el grado de flacidez mental es inquietante. No hay ni tiempo ni ganas de pensar. Impera la ley del mínimo esfuerzo mental, la simpleza, lo primero que viene a la mente. Lo obvio o lo primero que alguien comparte en las redes sociales. Por disparatado que sea. Cuanto más disparatado, mejor. La redes son ¡ay! un espejo de mediocridad, de preocupante indigencia intelectual. Allí compramos argumentos fáciles, superficiales. O blanco o negro. Cuando no juicios sumarísimos seguidos de sentencias injustas. El circo romano con sus fieras hambrientas de sangre.

Para colmo, la tecnología nos arrolla. Venimos de la "caja tonta" (televisión), estamos en el móvil inteligente (smartphone) y vamos a la inteligencia artificial. Todo ello engendrado en el gran útero consumista del capitalismo neoliberal que exige obtenerlo todo aquí y ahora. Para cuando la inteligencia artificial impere (pasado mañana) no parece que vaya a quedar otra forma de inteligencia. ¿Existe vida inteligente en la tierra? Parece que la artificial. Ocurre que ningún médico recomienda a los pacientes que dediquen un tiempo de su día a ejercitar el cerebro, a pensar. A lo sumo, cuando llegan a cierta edad les recetan sudokus para prevenir el Alzheimer. Ocurre que aceptamos sin chistar que el médico nos aconseje un tiempo de ejercicio físico, pero ¿cómo reaccionaríamos si alguien nos dijera que dedicáramos a pensar una hora al día? Mal, seguro.

Corren malos tiempos para el pensamiento. No tenemos tiempo ni ganas. No está de moda, sino todo lo contrario. Para qué calentarse la cabeza. ¿O quizá sea que nos da miedo pensar? ¿Tal vez que se sepa lo que pensamos? Tampoco se dan las condiciones idóneas para pensar. Imagina que tropiezas con un local que anuncia "Próxima apertura, gimnasio mental. Un lugar donde reflexionar sobre lo que nos está pasando y para encontrar soluciones a los problemas de la vida cotidiana". Creerías estar ante una broma. Sin embargo, lo cierto es que estamos necesitados de ejercicios intelectuales que devuelvan algo de músculo a nuestro cerebro atrofiado. El pensamiento no nace por generación espontánea, sino que necesita unas mínimas condiciones para germinar y crecer: tiempo, búsqueda, debate, controversia, generosidad... Nos urge disponer de un espacio para el cultivo de la palabra, del diálogo, del encuentro y de la tolerancia. Un lugar donde prime el uso de la cabeza para pensar y conocer, no para embestir.