A primera hora de la mañana, una voz femenina muy agradable anuncia apasionada que ya es primavera en El Corte Inglés. Qué suerte pienso, pero como yo soy de los que meten el dedo en la llaga, me asomo a la ventana para comprobar si es solo un invento de una cadena de grandes almacenes. Compruebo con sorpresa (hay que ver qué despistado soy) que una de las cuatro mejores estaciones del año ya está aquí. No soy alérgico a nada, que yo sepa, excepto a las gilipolleces que, como florecillas silvestres, afloran por todas partes. El tiempo de la sangre hirviente ya está aquí. La hora del amor y los claveles ha llegado, amigos y amigas. Ya podemos enternecernos oficialmente. La sangre puede hervirnos sin complejo alguno. Está permitido venirse arriba dentro de un orden, no vaya a ser que…, más tarde…, y acabar lamentándose de…, que luego todo se sabe…

El amor, ese “célebre informal” del que hablaba Benedetti, salta especialmente en abril de los libros de poesía al temblor de piernas y el cosquilleo en el cogote. Agotados de tanto invierno, tanto brasero y tan poca luz (prohibitiva a estos precios) los sentidos espabilan tras el letargo. Amor y amar son conceptos que encuentran un hueco en nuestros sueños, hartos de transcendencia, nubes negras y penas, también negras. La existencia es muy simple, está compuesta de amor, vida y muerte. A veces nos empeñamos en complicarla con absurdas quimeras que sobrepasan las tan necesarias utopías. O exageramos los recuerdos hasta que pierden la pelusa de mal rollo y los buenos momentos vividos ocupan todo nuestro espacio mental, olvidando catástrofes.

El baile de las hormonas no nos afecta a todos lo mismo y el error sale triunfante. Muchos confunden deseo con sexo, sexo con amor y amor con cariño. Yo de estos temas no sé nada y cada año que pasa sé menos aún. Habría que preguntarle a los expertos. A los curas, traficantes de amor desde hace más de dos mil años. A las prostitutas, que sobreviven humilladas, vendiendo sexo y simulación de cariño. A algunos psiquiatras que todo lo solucionan con pastillas. A los camareros que se erigen en psicólogos. A los psicólogos que tienen que trabajan como camareros por no encontrar trabajo.

Ahora el olor a jazmín y azahar a muchos les hincha las narices atascadas por el polen. La locura de la pasión toma las calles andaluzas, las llena de gente y humo de incienso, de loor y olor de multitudes que se apretujan en calles estrechas. Las gentes estrenan ropa de domingo; zapatos de tacón, collares de perlas falsas, chaquetas azul marino con botones de latón amarillo. No es oro todo lo que reluce. Capillitas en salsa de gomina, servidos a temperatura ambiente. Niños con corbata, pantalón corto y calcetines hasta la rodilla. Mantillas y capirotes puntiagudos, costales blancos, preadolescentes vestidos de almirante de la marina, con los mofletes hinchados y morados de tanto hacer soplar sus cornetas chillonas. Cuánta estación, cuánta penitencia, cuánta pasión.

La silueta de una pareja muy joven, contenta por tener permiso de papá para llegar tarde, se ve recortada a contraluz, se besan con desesperación, como si el fin del mundo estuviese cerca. Dos jubilados caminan cogidos de la mano por el paseo marítimo. Un padre lleva a su hija a hombros por el atestado centro de la ciudad. Esta semana le toca a él estar con la niña. Es el amor filial, maternal, pasional, tierno, que no respeta corazones.

El tipo de amor más sorprendente, es el amor a la patria. Nunca he sabido si es amor a valles y montañas, a las gentes, al clima, la gastronomía, el idioma, a la selección de fútbol o jugar al chinchón. La carta de amor más sincera que se puede firmar con la patria es el código QR de la declaración de la renta. A la amada España solo se le demuestra el amor a través de la Agencia Tributaria. “Obras son amores y no buenas razones”. De nada sirve, pues, españolear alardeando de toros y tortilla de patatas, Rafa Nadal, paella y gazpacho con guarnición. El amor a la tierra, le pertenece a las clases pasivas, solo apoquinando se demuestra tanta pasión, patriotismo, amor y deseo. Cuantos miserables, a base de abusar, han ensuciado las palabras España, patria, nación, hasta hacerlas irrespirables, impronunciables por carcomidas.

Todo parece muevo, pero en realidad es tan antiguo como el mundo. Cupido, en otro tiempo un niño regordete al que culpamos de nuestras tribulaciones amorosas, también ha envejecido mucho. Se aburre y lanza sus flechas sin mirar a quién, solo por hacer la puñeta.

Ten cuidado, ya es primavera, no ames demasiado.