Hay libros que descansan en mi biblioteca sin que sepa muy bien cómo y por qué razón llegaron hasta allí. Es el caso de Creadores de hits, de Derek Thompson. Un ensayo en el que investiga las causas que llevan a algo —una canción, un invento, una idea— a hacerse popular. El caso es que, mientras lo leía, me topé con un nombre que no esperaba: Raymond Loewy. Figura esencial del diseño industrial del siglo XX, arquitecto de la modernidad cotidiana, responsable de que los objetos no solo funcionen, sino que seduzcan. Su influencia atraviesa décadas y fronteras, su legado sigue definiendo la forma en que interactuamos con el diseño y la tecnología que nos rodea.

Loewy no solo rediseñó productos: reformuló la relación entre las personas y el mundo material. Desde locomotoras hasta paquetes de embutidos, pasando por electrodomésticos, automóviles o la emblemática cápsula espacial Skylab —que dio nombre a una legendaria discoteca de Fuentes— su sello estético ayudó a construir la imagen del progreso moderno. Pero su éxito masivo no fue casual. Loewy desarrolló una filosofía de diseño que combinaba intuición, observación meticulosa y comprensión profunda de los hábitos sociales. La resumió en un principio que bautizó como teoría MAYA: Most Advanced, Yet Acceptable, es decir, lo más avanzado, pero aún aceptable.

Loewy entendía que los seres humanos se sienten atrapados en una paradoja: deseamos lo nuevo, pero desconfiamos de lo desconocido. Por eso, su teoría proponía situar cada innovación en un punto de equilibrio: suficientemente novedosa para despertar interés, pero lo bastante familiar como para no generar rechazo. Demasiada innovación asusta; demasiada familiaridad aburre.

Este principio lo aplicó con rigor casi obsesivo. Cuando la empresa Armour & Co. le encargó rediseñar sus 800 productos cárnicos, Loewy no se encerró en su estudio a imaginar envoltorios sofisticados. Envió a su equipo a recorrer el país durante seis meses, hablando con cientos de amas de casa sobre carnes enlatadas y fiambres. Concluyó que la excesiva variedad cromática en los envases generaba confusión y desconfianza. Redujo la paleta, unificó estilos y aplicó su MAYA: un rediseño que resultara elegante y moderno, pero sin romper la familiaridad que el consumidor esperaba en las estanterías del supermercado.

Raymond Loewy fue, en definitiva, un visionario pragmático: entendió que el éxito no consiste en imponer la novedad, sino en saber introducirla, poco a poco, dentro de los límites de lo que la sociedad está dispuesta a aceptar. Una lección que sigue vigente en el diseño, en la cultura y en todo aquello que aspire a hacerse popular sin perder profundidad.

Miguel Tellado, nuevo secretario general

Mientras leía no pude evitar que las ideas de Loewy se colaran en la actualidad más inmediata, concretamente en una noticia que atrajo mi atención: Miguel Tellado será el nuevo secretario general del Partido Popular y Ester Muñoz asumirá la portavocía en el Congreso. No es que uno pretenda comparar locomotoras aerodinámicas o envases de embutidos con la maquinaria de un partido político —aunque, pensándolo bien, los paralelismos no faltan—. Pero lo que realmente me llamó la atención no fue la similitud, sino la diferencia. La distancia casi estructural entre la forma de trabajar de Raymond Loewy y la manera en que Núñez Feijóo ha reconfigurado su equipo.

Loewy diseñaba para las personas. Partía de sus costumbres, de sus hábitos, de sus necesidades reales, incluso de las más invisibles. Su trabajo no consistía en imponer novedades desde un despacho, sino en estudiar el terreno con la paciencia del que sabe que todo cambio debe negociarse con la psicología colectiva. Cuando le encargaron rediseñar las locomotoras de la Pennsylvania Railroad, no se limitó a dibujar líneas elegantes ni a colocar una capa cromada sobre el acero. Viajó miles de kilómetros en los propios trenes, conversó con pasajeros y tripulaciones, detectó carencias que no figuraban en los planos: por ejemplo, la ausencia de retretes para los trabajadores. Y los instaló. Y luego vistió los trenes con su célebre estética futurista, que prometía velocidad, eficiencia y modernidad, sin traicionar las expectativas del público acostumbrado a las viejas locomotoras.

Para Loewy, un buen diseño no debía obligar a las personas a modificar sus hábitos, sino mejorar aquello que ya conocen. Estudiaba el comportamiento, escuchaba, afinaba los detalles a partir de la vida real. Trabajaba con el terreno, no contra él.

En la estrategia de Feijóo planea otra lógica porque los intereses son radicalmente distintos. La elección de Tellado y Ester Muñoz no responde a la necesidad de dos personas capaces de explicar un programa electoral —quizás, si se dedicaran a explicar el programa, perderían votos—. Para eso habría que confrontar ideas con el adversario y da la impresión de que no están por la labor.

El perfil de ambos no es el de los espíritus templados que uno asociaría al diálogo o la concordia. No son gente sosegada, ni caracteres tranquilos llamados a construir puentes. Son más bien ejemplares de otra estirpe política: personas que, en vez de edificar argumentos, embisten. Como los toros de testuz baja, que avanzan contra todo lo que se mueve, por instinto o por encargo.

Cuca Gamarra ya dejó entrever ese estilo. En sus intervenciones, cargadas de agresividad, acumulaba tanta tensión en el rostro que uno temía que se le saltara un ojo en plena tribuna. Nadie merece trabajar bajo ese nivel de crispación. Aunque, en su caso, quizá la crispación venía incluida en el contrato.

Tellado representa otra variante: no es la crispación visible, sino la picardía contenida, la sonrisa del que se sabe listo, preparado para la jugarreta o el golpe bajo. Lo ha demostrado sobradamente en el Congreso. Eso no es política, es acoso parlamentario de manual. Exageran más de lo que argumentan, insultan más de lo que razonan. Idóneos para la bronca y el desgaste. Nada nuevo: la misma escuela de Cascos, Hernando o Martínez Pujalte. Marca de la casa. Sin ideas, sin proyecto, pero con las lenguas afiladas y la difamación de garrafón lista para servir.

El Partido Popular seguirá comportándose como un partido ultra mientras estos perfiles marquen el tono. Tellado no aporta otra cosa que insulto, injuria y ordinariez. Y de la nueva portavoz, Ester Muñoz, de entrada, cabe pedir algo elemental: que alguien le regale unas clases de dicción. Que aprenda a narrar las epopeyas de su formación un poco más despacio, con una pausa entre diatriba y diatriba, porque da la sensación de que alguien le da cuerda y la sueltan a toda velocidad, como si fuera un mecanismo defectuoso. Un poco de empatía con los oyentes, por favor, que los nervios colectivos no aguantan tanta hipérbole desatada.

Con Gamarra, al menos, uno sabía que el mordisco llegaría de inmediato: su rostro de lechuga agria ya anunciaba la indigestión verbal. Con Tellado, el estilo es más ladino: se acerca sonriente, con la expresión amable del vendedor de máquinas de coser, y antes de que te des cuenta, ya te ha clavado los colmillos en la yugular.