La lectura del libro de Loewy (ver artículo. anterior) me hizo pensar en la diferencia de ánimo entre un diseñador y estos políticos de manual agresivo. Loewy trabajaba para mejorar la vida de las personas. Partía de lo real, de los hábitos cotidianos, de las necesidades que a menudo pasan desapercibidas. Su ambición era hacer el mundo más habitable, más eficiente, más bello. Lo razonable sería elegir a dos personas capaces de dibujarnos un horizonte ilusionante: medidas concretas que nos acerquen a un país más justo, propuestas que hagan el futuro más habitable, como las que han impulsado las mejores democracias europeas donde la socialdemocracia ha gobernado con éxito.
Ahí están los ejemplos de los países nórdicos: Suecia, Dinamarca, Finlandia o Noruega, que han sabido combinar crecimiento económico con cohesión social. Hablamos de políticas fiscales progresivas que garantizan la redistribución, de sistemas educativos gratuitos y de excelencia que figuran entre los mejores del mundo, de una sanidad pública accesible y de medidas concretas como la igualdad salarial efectiva o los generosos permisos de maternidad y paternidad, que permiten conciliar sin penalizar el empleo ni la crianza.
Esas son sociedades que fortalecen su democracia ampliando derechos y reduciendo desigualdades. Pero Feijóo no necesita portavoces que entren en los datos reales, porque si salen a la luz los resultados que los socios de la coalición que gobierna pueden presentar —en empleo, crecimiento económico o avances sociales— la comparación se vuelve incómoda para la oposición. Por eso, en lugar de propuestas concretas, se limitan a lanzar una lista de eslóganes tan vagos y ambiguos que lo mismo valdrían para organizar un campamento de verano que que para diseñar la propaganda de un caudillo tropical. Palabras grandes, sin contenido verificable, cuidadosamente diseñadas para sonar bien, pero que no comprometen a nada.

Loewy trabajaba justo en la dirección contraria. Él no partía de promesas vacías ni de retórica hueca. Partía de lo real, de lo que las personas vivían, usaban, necesitaban. Solo entonces, después de conocer el terreno y a quienes lo habitaban, transformaba los objetos para hacerlos más útiles, más accesibles, incluso más bellos. Nunca imponía desde arriba lo que no había entendido desde abajo. Su método era lento, paciente, profundamente democrático: observar, escuchar, mejorar. Feijóo, por el contrario, ha elegido a dos personas que allanen el terreno para digerir las propuestas de Vox sin que se note. ¿Y qué es exactamente lo que alaban los socios del Partido Popular en todo esto? ¿Qué parte del experimento trumpista despierta tanto entusiasmo en Vox y otros aliados de la derecha extrema? No parece que sea el respeto a la prensa libre, ni la defensa de los jueces, ni mucho menos la cultura democrática. Lo que celebran es otra cosa: el modelo de poder sin filtros, sin matices, sin límites. La política convertida en fuerza bruta, donde se señala al discrepante, se degrada las reglas democráticas, se desmantelan los organismos incómodos, se manipulan los procesos, se envenena el debate público, se trivializa la tragedia y se explota el racismo como si fuera un souvenir electoral.
Es ese estilo el que deslumbra a quienes prefieren la confrontación al diálogo y el autoritarismo envuelto en banderas al delicado equilibrio democrático. Y el Partido Popular, sin atreverse a imitarlo en voz alta, lo tolera, lo blanquea y lo necesita para completar su aritmética parlamentaria. Por eso al PP no le queda otra que ocultar las medidas de Vox y colocar al frente a dos perfiles de choque: Tellado y Muñoz. No vienen a construir ni a explicar un proyecto, sino a embarrar el terreno y polarizar el debate. Nada más alejado del método de Loewy, que escuchaba al viajero y rediseñaba el tren; aquí se atropella al pasajero y se incendia la estación. Su famosa consigna —"Demasiada innovación asusta; demasiada familiaridad aburre"— exige equilibrio, algo inexistente en esta estrategia política, que opta por el shock, la estridencia y la consigna vacía. Ni diseño, ni diálogo: solo confrontación.