Nos cuenta Heródoto en su Historia que reinando Candaules en Lidia, tenía una mujer de la que presumía que era la más hermosa de todas. Así que gracias a su poder sobre su ministro Giges y creyéndose dueño del cuerpo de su mujer, lo convenció para que contemplara desnuda a su esposa escondido en la alcoba matrimonial cuando ella se desnudase para ir al lecho conyugal. Pero he aquí que la mujer lo vio. Llamó a Giges a la mañana siguiente y le dijo: O matas a Candaules y así salvas mi honor o tendrá que morir por haberme deshonrado. Giges mató a Candalues con ayuda de la mujer y reinó con ella.
No, no sabemos el nombre de la mujer, lo importante son los hombres, Giges y Candaules. Lo que nos queda es el sentido de propiedad del cuerpo de la mujer, la decisión de ella a reparar su deshonra. Es bueno que sintamos el castigo necesario de Candaules, pero a través de otro hombre que pasaría a ser el dueño, otro dueño, del cuerpo de la mujer.
Recordaba esta historia días pasados leyendo la noticia del grupo de hombres en Italia, podría ser en cualquier parte, en cualquier época, más de 30.000, que habían compartido imágenes de sus esposas, novias, exnovias, exesposas, sin sus consentimientos. ¡Ay! el consentimiento, eso que muchos toman como más les conviene, interpretando señales que luego usan como quieren. No pueden comprender que el cuerpo de la mujer solo es de la mujer, siempre y en todo momento.
Quién, siendo mujer, no ha vivido experiencias de sentirse atravesada por miradas masculinas que desnudan, comentarios obscenos con vocación de graciosos a los que ha tenido que ignorar porque el que lo hacía ejercía la figura de autoridad o simplemente “era un hombre” que te hacía callar solo con su presencia intimidatoria -eso no es admitido por el patriarcado que nos hace ver lo contrario- En este sentido es penoso y triste ver cómo ha calado aquello de que somos retorcidas y aparentamos aquello que no deseamos. Desde Eva somos la perdición y nos lo hemos creído a fuerza de repetirlo y ser castigadas por lo que da igual que nos dicen que hemos hecho, pensado o enseñado.
Ya es hora de gritar que el cuerpo de la mujer no es propiedad de ningún hombre. La mujer es dueña de sí misma y nadie tiene el derecho de exhibir su cuerpo aunque sea para que los demás admiren o envidien a su supuesto dueño, que no es otro que un agresor que se adueña de lo que no le pertenece. Eso tiene un nombre, ¿verdad?


