Si en Fuentes hubiera una calle de homenaje a un practicante, como la hay al enfermero Ramón Barcia, se llamaría Alfonso Gómez Tovar. O simplemente, don Alfonso el practicante, que es como lo conocía todo Fuentes. Practicantes eran antes los enfermeros de ahora. El don, como el doña de las matronas, lo perdieron en el paso de practicantes a ATS. Las siglas están reñidas con el protocolo. Ni con cola pega "don Alfonso el Asistente Técnico Sanitario".

Es decir, don Alfonso era practicante a la vieja usanza, que es como decir un profesional polifacético, todo terreno. Renacentista de la salud. Capaz de poner una inyección al mismo tiempo que curaba una herida, eliminaba un bulto de la cabeza o sacaba una muela cariada. De vocación, cirujano. Pinchauvas les llamaban algunos de forma despectiva quienes después acudían a ellos en busca de auxilio. Los practicantes anestesiaban. Antiguamente, la mayoría de las medicinas que ahora se toman por la boca había que inyectarlas. El practicante viajaba siempre armado de un vial con tapón de goma, un estuche alargado de latón con jeringa y aguja sumergidas en alcohol. A veces, con un pequeño infernillo para hervir la jeringuilla y la aguja.

Que hacía falta penicilina para una bronquitis, abajo los pantalones que viene la jeringa de don Alfonso. Que una vacuna para el tétanos, a levantar la falda que viene la jeringa de don Alfonso. Decían entonces en Fuentes que don Alfonso pinchaba mejor cuando se le había ido un poco la mano con el vino Savin o con el coñac Soberano. Había otras formas de administrar medicamentos, como los supositorios o los enemas (vulgo lavativas), pero ésa es una historia que mejor olvidar. A su vecina Trini, tía de Concha Colorao, que vivía en la casa que hoy es de Servando Hidalgo Colorado "Chicaíngo", le curó un enorme bulto en la cabeza. Por las noches, don Alfonso solía tener una olla de agua muy caliente para curarle las partes a los hombres que venían del campo rabiando. También asistía todos los partos de Fuentes, fuesen éstos fáciles o viniesen complicados.

Una vez por semana cedía su consulta en la plaza de Abajo, ahora de Andalucía, a Federico, el dentista que venía de Écija a sacar muelas. Porque los dentistas, antes de que llegara la moda de salvar todo lo salvable que amuebla las bocas, apenas hacían otra cosa que extraer muelas. Una caries, muela fuera. Una muela de juicio atravesada, muela fuera. Una gingivitis, muela fuera. Federico era alto, de pelo negro, algo de barriga, ancho y conducía un Renault 12. Cuando a Federico se la amontonaban los pacientes, don Alfonso se arremangaba a ejercía de dentista. Los pacientes que elegían sustituir las piezas extraídas por otras de oro tenían la boca como escaparate de joyería.

Dos peculiaridades tenía la personalidad de don Alfonso, además de la citada polifacética vocación sanitaria: la generosidad con los que no tenían dinero para pagar sus servicios y su tendencia a decir palabrotas. A ese hábito tan extendido entre la gente de Fuentes se le denomina coprolalia, aunque todo el mundo llama “malhablás” a las personas que tienden a decir “palabras obscenas o socialmente inapropiadas o comentarios despectivos”, señala el diccionario. Curiosamente, corre por ahí la teoría de que las personas malhablás son más felices y dicen menos mentiras en sus vidas cotidianas. De ser cierta la teoría, don Alfonso debió de ser enormemente feliz y desmedidamente sincero.

En todo caso, la primera de esas dos peculiaridades de don Alfonso hizo felices a muchos fontaniegos necesitados. Tanto, que parece mentira que con lo popular que era Don Alfonso en Fuentes en aquellos años de necesidad, lo mucho que apoyó a la clase obrera no cobrándole las visitas, y que ahora nadie se acuerde de él a la hora de los homenajes. Un simple “don Alfonso, no puedo” era suficiente para que el practicante echara la mano sobre el hombro del enfermo para acompañarlo hasta la salida de la casa. O al comedor, donde cada día contaba con una olla hasta arriba para que comiera quien lo necesitara.

Don Alfonso entraba en el barrio la Rana o en la calle el Bolo, blasfemando y metiéndose con todo el mundo. Bromista y campechano. Era su especial forma de decir aquí estoy yo para lo que haga falta. Era corpulento, siempre con su mascota y su buen chaquetón puestos y equipado con su maletín de mano color marrón. Don Alfonso fue un esclavo de sus pacientes, no tenía día libre en los 365 del año. La salud era su norte a todas horas.

A principios de los 70 y umbrales de los 80, los practicantes en Fuentes eran don Antonio Personat, conocido por '"Tránsito", don Alfonso, Alfonsito, hijo de don Alfonso, y los médicos eran don Antonio el médico, don José Rubio, don Felipe, don Juan Alejandre, don José Manuel, el médico de la barrosa. Todos tenían su consulta particular porque no existía ambulatorio y se repartían números. A las 6 ya había gente guardando cola. Don Alfonso fue presidente del CD Fuentes en 1955.

En los años 50, 60 y 70, la casa de don Alfonso daba de comer todos los días a más de uno. La Escolástica y sus hijos eran asiduos cuando flaqueaba el trabajo en el campo. Los Escolásticos eran parientes de Concha Pinilla, la mujer de don Alfonso. Doña Concha era cuñada del chosantre, el carpintero de la puerta el monte, buen tallador que montaba la procesión de Jesús. Don Alfonso era algo agrio, pero en lo económico no sangraba a nadie. Él y su mujer vivían frente a la casa del médico don Juan Alejandre. Allí tenía su consulta particular, donde una placa rezaba: Alfonso Gómez Tovar, practicante.

La fachada de su casa era completamente blanca, con ventanas a los lados de la puerta y balcón pintadas de verde. Las ventanas tenían visillos blancos. La de la izquierda daba a la clínica y la de la derecha al dormitorio. Una gran puerta de madera marrón daba entrada a la casa, dotada de un buen aldabón dorado y un sardinel de mármol donde normalmente estaba sentado Juan, uno de los hijos de don Juan y doña Concha. Al contrario que su padre, Juan nunca quiso ser sanitario. Estudió en Écija y, cuando en 1972 el cine de Écija lo subieron a 20 pesetas, Juan presumía de que estudiaba en una gran ciudad, donde ir al cine costaba un duro más que en Fuentes.

En Fuentes siempre se dijo “está más bien criados que los hijos de don Alfonso, lo mismo que marqueses, aunque al mayor, llamado como el padre y que estudiaba para ATS, le decía “Alfonsito, ¿otro cate? Y se endosaba una enorme bronca. La voluntad y la entrega la heredó su hijo Alfonso, que el pobre de tanta voluntad y tanta entrega término tocado mal de la espalda. Justo, su segundo hijo, estaba reñido con los libros y el padre lo ocupaba empleándolo de chófer en la ruta de las consultas domiciliarias. Marí Pepi, la hija estudió en Carmona y era una muchacha de lo más correcta y educada.

Alfonso, Justo, y Juan, le tenían mucho cariño a su vecino Pepito Ramírez conocido en Fuentes como Garrote. En los últimos años 60 y primeros de los 70, a los chavalillos les gustaba mucho que los llevarán a las casillas, a disfrutar del campo y ganado. Como los hijos de don Alfonso no tenían casilla, su vecino Pepito los montaba en el tractor y el tablón para que no estuvieran todo el día en la calle o rodeados de las cuatro paredes de su casa. Como los niños de entonces, ellos también disfrutaban con poca cosa que les dieran.

Dolores era la sirvienta de la casa, una mujer bajita, finita, delgadita, con el pelo blanco y siempre vestida de negro. Para lavar la ropa llamaban a María la Melona, mientras don Alfonso disfrutaba de una copa de vino o de coñac y un plato de gambas, sus tres pilares de la buena vida, junto al sillón marrón oscuro y, en invierno, una copa de cisco. En verano, con un matamoscas al lado, el ABC o los libros de medicina. Juanito Laredo le surtía de la bebida con la camioneta de la fábrica de los polos del Postigo.

Don Alfonso marchó de Fuentes en febrero de 1980 y en Sevilla falleció el 31 de mayo de 1984. Han pasado 43 años en muchos no lo hemos olvidado. Dejó huella en Fuentes. Digno de figurar en un lugar destacado de estas crónicas de la nostalgia. Una tarde, Pepito el Mojero con su camión le trasladó los muebles a Zafra, donde tenía una casa enorme y poseía tierras, y a un piso de Triana. Con don Alfonso el practicante, Fuentes perdió un gran vecino.