La Ley Orgánica 3/2020 de Educación, de 29 de diciembre, por la que se modifica la Ley Orgánica 2/2006, de 3 de mayo, tiene pendiente los borradores de los currículos de las asignaturas. Borradores que van surgiendo de despachos, me temo, alejados las más de la veces de la realidad de las aulas y por ende de la sociedad, se van   quedando ahogados en una burocracia, procedente de los mismos despachos, a veces absurda, kafkiana, que solo produce desgana y agobio en la docencia. Y que quita energía a aquellas personas que con ilusión intenta renovar y transmitir verdadera educación al alumnado.

Puede que mi visión de la educación esté equivocada, dudas que me asaltaban cuando ejercía la docencia; pero siempre he dudado sobre todo, gracias a los dioses.
Siempre he creído en la educación como lo único capaz de cambiar el mundo. Pero no un cambio engañoso, como aquel que decían en la novela El gatopardo: “Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”, sino un cambio profundo en los valores, en la ética de la sociedad. Por esa razón los currículos deberían hacer hincapié en los conocimientos que hagan del alumnado personas interesadas en saber, en buscar nuevos conocimientos de todo tipo y no solo de las materias que más les interesan. Porque en el mundo actual no podemos conformarnos con un saber de compartimentos estancos.

Además sería tarea de titanes intentar hacer llegar desde las aulas los datos, las contenidos de materias, que cada instante van aumentando. Los conocimientos se quedan obsoletos rápidamente. El futuro es, no nos engañemos, de la inteligencia artificial, ya lo es el presente. Debemos estar preparados para cambios que ni soñábamos hace unas décadas.

Llegado a este punto voy a decir algo que quizás no guste mucho a antiguos compañeros y compañeras de oficio: el profesorado debería, deberíamos, ser humilde, admitir que no poseemos todos los conocimientos que cada día van aumentando. En mi humilde opinión, la tarea de los y las docentes sería: abrirle las puertas al alumnado. Enseñarles que no se trata de sacar mejores notas, sino de adquirir las habilidades para enfrentarse a un mundo cambiante, lleno de retos que ni imaginamos. Transmitirles el amor por el estudio, el saber y la curiosidad. Ayudar a desarrollar o descubrir habilidades, facultades e inclinaciones en las alumnas y alumnos que les sirvan para una vida plena en todos los sentidos.

Ahora bien, para esta tarea no se puede cargar al profesorado con una tarea tan ingrata como la que exige la parte burocrática que, ya lo dijimos, va ahogando poco a poco la energía y la capacidad de trabajo del profesorado y el magisterio. Aquí también tendrían que decir mucho las familias. Deben interesarse en los cambios curriculares y en las directrices de evaluación de la administración, pero no una vez dadas las órdenes a los centros educativos por parte de la administración. La pelea debe estar antes, igual que tantas y tantas cuestiones que tienen que ver con la educación de los hijos e hijas. Porque por supuesto son ellas las que más tiene que ver en la cuestión de la educación profunda de un ser humano.