No creo en fantasmas ni aunque los vea con mis propios ojos, pero me gustaría charlar con amigos ya fallecidos que me contasen cómo se ve este mundo, pero no desde el más allá, sino desde el más acá. Seguro que su visión sería más surrealista que la propia conversación. Quisiera saber cómo se siente uno cuando no se tiene miedo a la muerte y no hay que pagar la hipoteca cada mes. Cómo de ridícula se ve la ambición por el dinero teniendo en cuenta lo efímero de la existencia y si “la chica de la curva” trabaja para la Dirección General de Tráfico.

Me gustaría hablar con el pirata Barbanegra o al menos con Peter Ustinov, que lo interpretó en aquella divertida película. Reírme con el “terrorífico” fantasma de Canterville. Charlar sobre los siete mares con el capitán Gregg, secretamente enamorado de la señora Muir, propietaria de la que fue su casa. Me solidarizaría con Marcelo Mastroiani y sus compañeros espectrales en su lucha contra el desahucio del palacio romano que ocupaban desde hacía siglos.

En las fantasmagóricas mansiones victorianas chirrían las bisagras, se oyen pasos y gritos, justo como en mi casa, claro que igual son los vecinos. Me pregunto si por el pasillo de mi piso se mueve el espectro de algún antiguo morador que se niega a ser olvidado y se quedó a vivir aquí, fascinado con el gotelé de las paredes ¿Quedará alguna partícula flotando en el aire? A veces sueño con fantasmas. ¿Con qué soñarán las almas en pena? Fiz de Cotobelo deambula por el gallego bosque de Cecebre buscando que alguien peregrine a San Andrés de Teixido para cumplir así una promesa, pero en realidad lo que quiere es irse a América.

A mí no me dan miedo los muertos, pero sí ciertos vivos. Me espantan los imbéciles con el ego del tamaño de un castillo gótico que viven en un mundo paralelo. Los envanecidos y presuntuosos, fanfarrones y fantasiosos, fantoches y gallitos, todos los fantasmones. Esos están/son muy vivos. Se salen con la suya porque a nadie se le ocurre comprobar si lo que dicen es cierto; “debe ser verdad lo que dice, parece tan convencido”,  afirman “el pequeño Nicolás”, Luís Roldán e Iker Jiménez.

Cada día salen al mercado expertos en cosas que no existen. Lo importante es que parezca que lo que dicen es notable y atesorar falsos títulos escritos en spanglish. Cada día surgen profesiones de la nada absoluta. Hay que vender bien, vender aunque sea su propio ectoplasma verdinoso. Gurús del destino improbable, asesores del vacío huero, Coaching de oficios inútiles. Sábanas blancas movidas por el viento ¡Uuuuuuuu!

Hay arquitectos de interiores expertos en cojines Zen. Limpiadores de chacras a domicilio. Preparadores para entrevistas de trabajo, especializados en mentiras arriesgadas. Paseadores de perros por el mundo virtual. Impresores que hacen fotocopias. Profesores que le enseñan esperanto a ChatGpt. Críticos musicales expertos en pinchadiscos. Creadores de tutoriales para hacer tutoriales. Gamificadores de trabajos duros, peligrosos y mal pagados. Recaudadores de propinas en bitcoins. Influencer que montan startup para vender clutch y outfit  por streaming, todo muy mainstreat. Oráculos que ven el pasado y además saben qué día es hoy. Contadores de ovejas para tener un sueño eterno ¡Cuánto me confundes, mindfulnes!

La Ratita Presumida aseguraba que su novio el murciélago era piloto. De la misma forma se ponderan y ceban los currículos hasta la obesidad mórbida, hay un punto en que la exageración se convierte en trola. Algunos, muchos, casi todos, se acaban creyendo sus propias invenciones. Nunca en toda la historia se ha sido tan tolerante con la mentira, la vanagloria y el pavoneo, la jactancia, la autocomplacencia, la chulería. No hay crítica posible porque el número de fantasmas es elevado y ya se sabe, entre fantasmas no se tiran de la sábana. La nada se convierte en todo si se adorna el cuento lo suficiente.

Igual yo también soy un fraude, un fantasma dando el cante en una ópera bufa, que finge saber de lo que está hablando. Un tío que cree que sabe fotografía, escribir y no sé cuántas cosas más. Igual lo que hago es aparentar que además de estar, soy. Que soy un reflejo deformado de alguien que vivió antes que yo o quizá el primo de Dorian Gray. Que no tengo una película que contar porque estoy hecho de fotogramas montados al tuntún. Que pertenezco al mundo de los sueños, como Freddy Krueger, y vivo una pesadilla en la calle Melancolía. Que soy como Nicole Kidman o Bruce Willis y creo que los muertos son los demás.

Quizá viví en otro tiempo, este es el purgatorio y estoy en lista de espera para subir al cielo, pero no quedan plazas disponibles. O tal vez este sea mi premio y este sea el paraíso de los ateos, con calor en verano, frío en invierno y estupidez todo el año.