La otra noche observaba cómo dos estrellas se aproximaban y se alejaban en un baile cósmico. Solo podían ser planetas perdidos en el universo que, desorientados, temerosos de la inmensidad que les rodeaba, intentaban buscar refugio en la compañía del otro, reconociendo al otro, pero la fuerza de gravedad de algún objeto ¿una estrella, un planeta gigante? más fuerte les hacía separarse una y otra vez.

Cada vez que los veía aproximarse para luego tener que alejarse mi emoción llegaba a las lágrimas. Me sentía parte de ellos. Somos, igual que ellos, bolsones, gluones quarks,  partículas de las que estamos hechos, tal vez del mismo material de los sueños como dice William Shakespeare en La tempestad. Me sentí en esos momentos perdida en la inmensidad de un espacio-tiempo que no entiendo. Me sentía como esas cucarachas a las que combato cada verano sin que ellas sepan por qué, solo porque abandonan sus cloacas y me producen aversión, sin motivo aparente ¿o sí hay motivos?

Ellas, las cucarachas, deben permanecer en su submundo, sin saber de nosotros los humanos. Así debe ser, así nos lo dice el orden impuesto en lo que hemos dado por conquistado, la Tierra y el Espacio, sin preguntar al resto de la naturaleza, al resto del Universo que nos ignora porque somos un accidente en su infinita inmensidad.

Cuando escribo infinita inmensidad no estoy empleando una hipérbole. No, estoy intentado acércame a un misterio al que no puedo retener dentro de mi mente. Me pregunto si algún día la energía que soy formará parte del Universo. Mi mente y todo lo que soy andará flotando en esa inmensidad, unida a los planetas, estrellas, asteroides… o un simple cometa que en su viaje errante dará con un planeta donde seres vivos  que no lo esperan quedarán destruidos.

Tal vez esas partículas que forman mi yo más íntimo lleguen algún día a los confines del Universo que conocemos y puedan ver otro Universo surgido en otro tiempo-espacio, donde se van formando las galaxias que más tarde viajarán creando a su vez planetas donde la vida se abre una y otra vez, desafiando lo imposible, en un movimiento eterno.

En las noches de verano el cielo te habla, te va contando su historia, te invita a contar la tuya, te ayuda con tus miedos, tu tristeza, estos tiempos humanos tan difíciles y tan ignorados ahí arriba.