En Fuentes había que comer mucho chorizo y mucha morcilla para arrimar setenta kilos de algodón al saco. Chorizo, morcilla y salchichón eran las palabras mágicas que hacían de un hombre o de una mujer un buen algodonero. Al que sólo arrimaba treinta o cuarenta kilos al día le daban de lado, a no ser que tuviera padrinos o diera lástima. Excelentes algodoneros de Fuentes fueron Villares, Joseíllo Potestad e Ismael Arropía. También hubo mujeres que daba susto ver cómo cogían algodón. Algunas de ellas fueron las hermanas Alcalde, armadas con cinturones y ganchos preparados para la saca. No había en Fuente quien les ganara: la que menos, Carmen, arrimaba 70 kilos en limpio.

Cosa sabida era que los chorizos que llevaban los algodoneros al tajo estaban hechos con carne de cochino, sal, pimentón rojo, pimienta poca, orégano y tomillo. Ninguna pócima mágica. No obstante, algún misterio tenía que haber en el hecho de que aquellas chacinas dieran tan alto rendimiento algodonero. Las negras y rojas tripas obraban el milagro de llenar los sacos de bolas blancas. Los carniceros de Fuentes utilizaban tripas de cochino bañadas dos horas en agua calentita para que se les fuera la salmuera. También había tripas de plástico, que se utilizaban para los chorizos de pavo, pero lo que salía de aquello ni eran chorizos ni morcillas ni na de na, a decir de los jornaleros y jornaleras.

El milagro estaba en la tripa, al parecer, y una de las más "milagreras" era la que hacía la Sillera. Sin desmerecer las que ofrecían Ángel la Mare y Francisco de Asís Rodríguez. Aquella pócima mágica era colgada en una habitación con ventanas o entre dos escaleras. Las morcillas y los chorizos colgados de las vigas de la cocina salían muy milagreros. En invierno había que dejarlos orear dos semanas y en verano, una semana, más o menos. Las morcillas llevan el 50 por ciento de grasa y el otro 50 por ciento de carne de cerdo. Las morcillas y los chorizos de Fuentes, además de excelentes para los tajos, hacían unas lentejas sabrosísimas. Sería por las especies que se le echaban. Los salchichones eran de carne de cerdo fresca, 20 gramos de sal, 20 gramos de pimiento en grano, 20 gramos de pimienta molida por kilo y se colgaban hasta que se oreasen.

Con esos elementos en el estómago, activados por los jugos gástricos, el fontaniego o la fontaniega que cogiese 30 kilos de algodón estaba condenado al fracaso profesional. Más valía que buscase otra ocupación. De entre ellos destacaba el que esto escribe, que se arrastraba como alma en pena por los tajos de Antonio el Cucho. y de Lorenzo el Doctor, cerca del campo pelota. Ponía tan pocas ganas que echaba la mañana, iba a comer a casa, echaba la siesta y luego, si eso, volvía a coger otro poquito de algodón. Lo único que le compensaba era ayudar al Doctor a cargar el camión de sacas y así ganar un poco más. El cuñado, Alonsito el Gallino, le decía al Doctor que era verdad que Manuel Arropía cogía poco algodón, pero más claro y limpio que nadie. Tal vez por eso, el patrón aconsejaba al muchacho que buscara otra ocupación porque vivir del jornal es muy jodido. Manolete Cachiporro era otro algodonero de los malos malos. Sin embargo, lo suyo eran los tractores y las cosechadoras.

Lorenzo el Doctor era un agricultor soltero de cincuenta y pico de años, que con un tractor Massey Ferguson se dedicaba a sembrar algodón en las tierras que podía. Hace treinta o cuarenta años, arrendar una fanega de tierras costaba 35.000 pesetas para garbanzos y algo más para algodón. El algodón se regaba al paso, es decir había que asurcar la tierra para que corriera el agua por los surcos, algo impensable ahora con la sequía y la técnica de los goteros. Sembraban algodón Eligio y Juan Perea, experto en el manejo de las gomas para regar. También había algunos trozos de algodón en la presa, como los de Cristobilla Ichi y Francisco Oviedo, pero la mayoría de algodoneros de Fuentes eran o jornaleros o "andalucistas de tierra adentro", a los que dieron tierras de colonización en Setefilla, el Priorato, Marismillas, Lebrija y Los Palacios.

A aquellas tierras iban muchos jornaleros de Fuentes. Lo rentable era desplazar a una gran familia que juntara los sueldos y volviera a Fuentes con sus buenos dineros en el bolsillo. Los "andalucistas de tierra adentro", con el alto precio que tenía el algodón, lograban vivir y pagar las tierras recibidas. En los campos del Vereón de Lora del Río muchos jornaleros de Fuentes convertían el algodón en habichuelas para buena parte del año. Eran años en los que las viajeras salían a las cinco de la mañana cargadas de familias enteras desde los bares el Pilar y el Paneto rumbo a Lebrija. ¡No dio jornales el algodón! El comunista Villares era el campeón de todos los tajos algodoneros, igual cogiendo la cosecha que defendiendo los derechos de la clase obrera. Otro atleta del algodón era Joseíllo Potestad, capaz de arrimar al saco 130 kilos de algodón limpio.

Ismael fue un agricultor fontaniego que no tenía tierras propias y a la edad de 30 años, con lo que había ganado trabajando con la yunta y el mulo desde que tenía 12, gracias a su buena madre Antonia, pudo hacerse de unos dineros. Gracias también a su buen ojo y a su vocación por la tierra. Decidió arrendar unas pocas para sembrar algodón en Alcolea del Río, Cantillana, San José de la Rinconada y la Huerta Armero de Fuentes. Con los dineros que ganó en los arrendamientos, compró cuatro o cinco fanegas de tierra en el Pozuelo y tuvo la suerte de sacar agua. A partir de ahí, gracias al buen precio del algodón, compró tierras de calma, que le valieron para el cereal, que también tenían buen precio. Así fue como pudo vivir de la agricultura durante toda su vida.

Otro de los mejores algodoneros de Fuentes fue Adolfo, nacido en Alcalá la Real (Jaén) venido a Fuentes para empezar arrendando tierras. Con su habilidad para la maquinaria, su ojo para el campo, su vocación, su trabajo constante y el buen precio del algodón, se fue comprando tierras. Otro fue Pepito Ramírez "Garrote". Vivía de las tierras en renta, pues no tenía nada. Hasta el tractor, que le costó 300.000 pesetas, tuvo que sacar a fuerza de préstamos. En 1971 decidió Pepito arrendar parte del cortijo "El Marchante" de Lora del Río, para sembrarlas de algodón. Obtuvo el dinero del Banesto y en un papel de periódico del bar Catalino lio 250.000 pesetas y se fue cerrar el trato con el corredor de las tierras. Con ese dinero era posible arrendar en Fuentes para cereal 123 fanegas de tierra.

En los algodones había primera, segunda y tercera cogida, por lo que había quien tenían tajo dos meses, del 25 de septiembre al 15 de noviembre. A finales de los años cincuenta y durante las décadas de los sesenta y setenta, un agricultor que tuviera buen ojo y sembrara 100 fanegas de tierras arrendadas, a lo largo de varios años obteniendo beneficios podía juntar 300 fanegas. El algodón era oro. Un agricultor con buen ojo para el algodón llegaba al banco y le prestaban lo que pidiera. Después, alrededor de los años 80, los algodoneros tenían que sacar el agua de los pozos con bombas de gasoil, a un alto coste, y el algodón había dejado de tener el precio de una década antes. Los tiempos habían cambiado y era necesario variar los cultivos.