Aquella mañana de 2006, contra todo pronóstico, el pueblo amaneció con lluvia y fresco. La gente tuvo que enfundarse pantalón largo y camisas de manga, mientras los emigrantes, que venían preparados para el calor, tiritaban enfundados en sus ropas de verano. La feria más insólita en décadas coincidió además con una noticia triste: la muerte de Silvestre, uno de los hermanos albañiles que marcaron oficio en Fuentes. Le gustaba leer Campos de fresa y aquel día el pueblo lo recordó con respeto.
En Fuentes de Andalucía agosto es sinónimo de sol abrasador. La feria llega siempre en plena canícula, cuando el aire quema y las sortijas arden en los dedos. Llover, imposible. Pero hubo una excepción: el año 2006. En la plaza de abastos, donde la lluvia golpeaba con fuerza las canales, Paquito Yerbabuena compraba jeringos y recordaba que en Morón de la Frontera la feria siempre se mojaba. Con él, las dos jeringueras y Manolo Arropía discutían sobre si cambiar la fecha de la feria a julio, como el Festival Internacional de Benicàssim. La respuesta fue unánime: “Ojú, qué calor”.
La conversación derivó en recuerdos de otras ferias. De cuando en Fuentes se sacrificaban más de treinta borregos al día para celebrar la fiesta, una costumbre ya perdida. De cómo las casetas privadas comenzaban a desplazar a la municipal. Allí estaba la del Tambor, donde el maestro Perdigón hablaba con devoción de su feria; la 19 más 1, con Peñaranda soñando con los toros; la Peña, siempre abarrotada; y la mítica Ojú, que aquel 2006 fue la reina de la noche.

Aquella noche tan fresca en la feria y de lluvia durante el día, hasta el cochino gordo el pobre estaba arrecío, pero la gente no paraba de comprar papeletas. En la caseta municipal allí arrecíos, escuchando la orquesta la familia Mendoza, de los pocos que estaban.
En la Ojú, entre el frío y la risa, Juan Luis Villalba y Currito Atienza arrancaron carcajadas disfrazados sobre el escenario, mientras los hermanos Lora enseñaban hasta la última muela de tanto reír. La caseta hervía de baile y alegría, aunque fuera agosto y pareciera noviembre. En la municipal, más apagada, la orquesta Familia Mendoza ponía música a los pocos valientes. La caseta Punto de encuentro, muy animada con Santi el enterrador, el Verdún, Manuel el ichi etc....
El ambiente que había en el bar el 6 cuando los chavales nuevos iban a por la botellona, que salía más rentable que tomar cubatas en la Feria, puesto que llevaban las carteras desabrigadas. Fuera, los coches locos llenaban la pista y confirmaban que eran la atracción estrella de la feria, botellón incluido. El dinero corría, las barras estaban llenas y se respiraba prosperidad. Eran los tiempos del pleno empleo, justo antes de que la crisis de 2008 apagara aquel esplendor.
También había casetas de referencia para comer bien y barato. El SOC, la de los trabajadores; El Guadarnés, lugar de encuentro con platos generosos; o la Humildad, con su ambiente familiar. Todas daban forma a una feria que, incluso pasada por agua, mantenía intacto su carácter. Los agricultores, mirando al cielo, sentenciaron aquel fenómeno con sabiduría: “Esto es agua bendita para las tierras”. Y así quedó en la memoria: el año en que la feria de Fuentes se vistió de chaqueta y paraguas.