Hace algunos años, el diario “La Vanguardia” me envió a Marbella para fotografiar a Peter Viertel. Era un escritor y guionista al que le debemos magníficos guiones, como “La Reina de África”, y novelas como “Cazador blanco, corazón negro”. Peter era un hombre encantador, cultísimo y muy divertido, que creció en Los Ángeles rodeado de la intelectualidad exiliada en América, por culpa de la guerra en Europa. Sus padres tuvieron que huir de Alemania en los años treinta. Contaba que el pueblo alemán apoyaba a Hitler de una manera incondicional, “todos eran nazis”, decía. En los años sesenta se mudó a España con su mujer, Devorah Kerr. Inmediatamente se dio cuenta de que los españoles, a diferencia de los alemanes, soportaban la dictadura franquista con resignación, pero no la defendían.

Recordé aquella frase que pronunció el general Eisenhower en 1945, donde afirmaba que lo que más le había sorprendido al llegar a Berlín era no haberse encontrado ni un solo nazi. Todos habían sido liberados de la tiranía nacionalsocialista por los aliados. Entonces me asaltó una pregunta ¿Son culpables los pueblos sometidos de serlo? ¿De verdad no se puede hacer nada contra un dictador? Hitler tan solo era un cabo chusquero ¿Por qué el pueblo le entregó las llaves del estado sin hacer copias? Hubo, es cierto, honrosas excepciones (la más famosa la del atentado fallido que perpetró Claus Stauffenberg, que casi acaba con el Führer de un bombazo). Hubo muchos más alemanes que terminaron sus días en campos de concentración por defender la libertad y democracia.

Hoy vemos a algunos rusos, muy pocos, manifestarse en contra de Putin y de la guerra en Ucrania. Los disidentes saben que serán inmediatamente detenidos, que irán a la cárcel, aun así no se resignan. Me impresiona la valentía de Marina Ovsiannikova, jugándoselo todo al aparecer con un cartel denunciando la manipulación informativa, en televisión. Todo régimen dictatorial retuerce la verdad hasta convertirla en publicidad, que llega a los ciudadanos convertida en la “verdad oficial”.

Es difícil informarse cuando no se tienen muchas vías para hacerlo, cuando el estado lo controla todo. Pero no cuestionarse el discurso único tiene consecuencias catastróficas, convierte en partidario culpable al despistado.

En toda dictadura, hay un líder supremo y una élite que vive muy bien. Pero también hay un pueblo que, por acción u omisión, tolera la barbarie. Hay quienes comulgan con todo y prefieren no hacerse preguntas. Algunos están dispuestos a tragarse la propaganda y difundirla a los cuatro vientos, sin masticarla siquiera. En la mayoría de las dictaduras del mundo, los pueblos, lejos de cuestionar a su amado dictador, lo ensalzan, cuelgan su retrato por todas partes, se sienten sus hijos, lloran su muerte antes de sustituirlo por otro. A las monarquías absolutas me remito. La mayoría de los rusos añoran su imperio, Putin no está solo. Muchos estadounidenses gritan sin parar “Make America Great Again”, Trump tampoco está solo. También nosotros fuimos, no hace mucho tiempo, “un destino en lo universal”.

Los dictadores siempre tienen cierto apoyo o son derrocados. También en el primer mundo desarrollado y democrático hay políticos, instituciones, empresas y pueblos enteros cómplices de los gobernantes autoritarios. Los aúpan, los consienten, los apoyan, se lucran con ellos. Mejor dicho, los aupamos, los consentimos, los apoyamos, nos lucramos con ellos, somos colaboradores imprescindibles. ¿Dónde hemos estado metidos para no enterarnos de lo que pasa en Rusia desde que cayó el muro? Le ponemos una alfombra roja a millonarios y besamos su dinero, “venga de donde venga”.

Sabemos de dónde viene y a costa de quienes viene, no nos importa su mal olor, mientras tenga buen color ¿Dónde estamos ahora para no enterarnos de lo que pasa en tantas dictaduras, con las que hacemos negocios? No vemos el asesinato, la tortura, el saqueo, el machismo, la homofobia, la explotación, nos da lo mismo la falta de libertad de expresión, los periodistas asesinados. Nos engañamos cínicamente. Solo nos conmovemos cuando vemos la muerte en directo en el telediario, llamando a las puertas de Europa. Por supuesto, nos da igual la intensidad con la que llamen africanos y árabes. No oímos el timbre.

No sé de dónde sacó el bueno de Peter Viertel que el pueblo español no apoyaba a Franco. Quizá la simpatía que sentía por España no le dejó ver la realidad de los españoles que sí adoraban al caudillo. Las dictaduras existen porque millones de personas, dentro y fuera, las apoyan o no hacen nada por combatirlas. Franco se murió en la cama. Probablemente Putin también lo haga, si es lo que quieren la mayor parte de los rusos. El pato se lo comen unos pocos, pero siempre lo pagan los indefensos, los condenados a la miseria, a la incultura, los perseguidos, los oprimidos.Todo parece un juego en el que nada es verdad, nada mentira, todo es del color del dinero que se mira.