El 24 del mes pasado apareció en este periódico un artículo firmado por Ana Jiménez, presidenta de la asociación AFONTUR, que durante muchos años se ha preocupado y se preocupa del patrimonio cultural de nuestro pueblo. En dicho artículo hablaba del sentido de patrimonio, de cómo existen edificios y calles, incluso barrios, que por sus características guardan la identidad de un pueblo, de una cultura y manera de vivir, de la memoria colectiva que subyace en la sociedad que va formando la idiosincrasia de Fuentes, en nuestro caso.

Me gustó sobremanera el artículo y me gustó las fotografiáis que lo acompañaban, fotografías de unas casas que en mi deambular por Fuentes he admirado y soñado. He soñado con las familias, las personas que en ellas vivieron, que transitaron por el mismo espacio que yo lo hago ahora, que fueron haciendo, creando pueblo con sus creencias, sus amores, desamores, desgracias y alegrías, sin saber, tal vez adivinando, que pasado el tiempo una desconocida, o una descendiente, quién sabe, soñaría con ellas, reviviría su tiempo.

Esas casas permanecen, las más, cerradas, abandonadas incluso. Una parte del centro de Fuentes está cerrado. “Se vende”, se lee en carteles gastados por el sol y el viento, no por la lluvia, ausente. Necesitamos que las calles que en otro tiempo estuvieron llenas de vida vuelvan a estarlo, que las casas permanezcan abiertas, aunque ahora incluso las habitadas permanecen cerradas. Eso es tema para otro artículo.

Cuando paseamos por barrios como el Cerro, por calles como Mediomanto, Palma, Lora… una melancolía nos invade. La brisa nos envuelve en aromas de infancia, de pueblo que tal vez se fue. No, no estoy haciendo elogio de tiempos pasados que no siempre, casi nunca, fueron mejores. Estoy hablando de la vida buena de un pueblo antiguo que poco a poco va perdiendo su esencia entre la indiferencia y la imposibilidad de restaurar, mantener o poner en valor, expresión tan de moda, un patrimonio popular sin la ayuda de las instituciones.

Estoy con Ana Jiménez cuando dice que “no es igual actuar en un edificio cuyo valor está en su excepcionalidad, que en aquellos que no tienen mucho valor en sí mismos pero que apoyan la identidad de un barrio o calle”. Por eso creo que debemos ofrecer facilidades para la conservación de los primeros y la posible habitabilidad y restauración, en la medida de lo posible, de los segundos. Fuentes, su casco antiguo, estaría lleno de vida, de futuro.