Deseo o razón, motivo o esperanza. Puedes imaginar que todo ha pasado y ya nada puedes cambiar, que tu tiempo fue, es pasado, pero ¿qué pasado? Pretérito indefinido: deseé, cuando lo hice. Tal vez en un pretérito perfecto: he deseado. ¿Cuándo? Ya es tarde quizás. Deseo un presente que se escapa, va dejando de tener sentido. Entonces solo puedo decir “deseaba” porque el presente de indicativo: deseo, va dejando de tener sentido. Solo queda el subjuntivo: desee. Yo desee, pero qué si ya todo parece perdido, nada queda de lo deseado, a lo que tenemos derecho a desear y exigir.

En estos momentos, cuando el mundo parece enloquecer, cuando los imperios están gobernados por políticos corruptos, imbéciles, a veces, violentos y carentes de humanidad. ¿Qué podemos desear? Los sueños, la esperanza, la ilusión en el futuro parecen desaparecer en medio de brumas grises y desapacibles. Pero no, no podemos darnos por vencidas, es tiempo de prepararnos para lo que viene. Decir alto y claro que una dictadura, un gobierno autoritario nunca es la solución. Las que hemos conocido la dictadura sabemos de qué hablamos, a pesar, he de confesarlo personalmente, de que viví mucho tiempo ajena a la miseria y la mediocridad, aunque respiraba el miedo, la falta de libertad en el aire. Hasta que me fui a estudiar a Sevilla no vi el verdadero rostro de la dictadura.

¿Qué hemos hecho para que las generaciones jóvenes, especialmente los jóvenes, crean que un gobierno autoritario, una dictadura es mejor que la democracia? Tal vez nos hemos dejado llevar por las trampas de capitalismo salvaje que se ha apoderado de nuestras vidas con sus apps, su consumismo que nos ha conquistado y la falsa meritocracia, el individualismo (Qué me importa lo que ocurre un poco más allá si a mi no me toca). Ahora, cuando esa misma democracia no le sirve al capitalismo, está siendo socavada sin nada que veamos al alcance que nos sirva. Puede que la salvación, si  es que existe, sea la autogestión, la ayuda mutua junto con el decrecimiento.

El Estado del bienestar está siendo desmontado delante de nuestros propios ojos mientras vamos al centro comercial o nos hacemos un seguro médico privado. Aún recuerdo cuando un día, hace muchos años, le decía a mi alumnado que llegaría un día, si no luchábamos para que no ocurriera, que tendríamos que pagar por ir al médico: “¡Ajú, maestra, qué cosas se te ocurren!” decían mientras sonrían o reían.