Hay días en los que uno se siente orgulloso de pertenecer a la especie humana, supongo que es un modo de justicia en verso destinada a compensar muchos días de ignominia. La gente normal se ha hartado de lágrimas y muerte, de justificaciones de asesinato proclamadas por canallas. También de taimados equidistantes, de los que llaman guerra al extermino, de los que invocan al dios de los peseteros, de los que confunden un genocidio con una catástrofe natural, de los pijos que viven en una burbuja a salvo de malos rollos, cómplices todos de la barbarie.
No hay detergente deportivo que pueda lavar la sangre de miles de personas inocentes, incluyendo médicos y periodistas, en Gaza y Cisjordania. La conciencia colectiva, la indignación tomó cuerpo en las carreteras, la rabia se hizo grito allí donde se cruzan todos los caminos, todas las Españas ¡Basta, basta, basta! Madrid volvió a ser una ciudad orgullosa de serlo y por un día lo importante no fueron las terracitas, ni la fruta.
En paralelo, la iniquidad de mediocres politiquillos que pugnan por ver quién dice la mayor burrada, compitiendo en animalidad con la ultraderecha, se hizo patente. La capital era Sarajevo en los noventa. En una tarde de cristales rotos, los turistas hebreos huían despavoridos ante la persecución sanchista. Etarras, yihadistas, colaboradores de Hamás y Maduro, seguían las órdenes del “perro corrupto”. El pueblo acabó con la etapa de paseíllo de La Vuelta, un evento privado que cada año invade las calles. Pero las calles no pertenecen a los patrocinadores, sino a los peatones.
Hubo 100.000 manifestantes de todas las edades, “violentos antisemitas todos”. Algunos, pocos, quisieron divertirse fajándose con la policía, lo hacen siempre, el saldo fue de 22 agentes heridos leves. La policía tampoco se cortó un pelo, más de 50 manifestantes acabaron en urgencias con heridas también leves, hubo dos detenidos, como en algún partido de fútbol de la “liga del champiñón”. Algún libelo con apariencia de periódico publicó en portada que “la policía identificó a 9 condenados por kale borroka”. La mentira no sólo se transmite por las redes sociales. La subsecretaría de pitonisas y cartomancia del centrista partido del pajarito augura, como siempre, el caos, pero ahora suma el aislamiento internacional.
Madrid volvió a ser Madrid, pero no la de “vivan las caenas”, sino la del dos de mayo y el catorce de abril, la de “no pasarán”, la del ¡no a la guerra!, la que exigía al gobierno de Aznar que dijera quiénes habían cometido el mayor atentado terrorista de la historia de Europa. ¿Quién ha sido? La Puerta del Sol fue testigo del anhelo de justicia social el 15-M (nuestro mayo del 68). La semana pasada Madrid volvió a tener razón, se llenó de gentes de izquierdas, de derechas y no adscritos, el deseo de paz saltaba de pancarta en pancarta.
La carcunda normaliza la anormalidad Palestina y golpea sin mesura con adjetivos gruesos, hablando del derecho que tiene un padre de matar a toda la familia, amigos, compañeros de trabajo y vecinos del asesino de su hijo. La vuelta ciclista de la vileza paró y hubo dos ganadores claros, el humillado, sojuzgado y asesinado pueblo palestino, y una ciudadanía cívica, democrática, empática y solidaria. Los ciclistas no tienen culpa de nada, pero tampoco la tienen los trabajadores que tienen que volver a casa andando durante una huelga de transportes.
Hay terroristas, salvajes asesinos de Hamás que matan y secuestran, que ponen bombas en autobuses en Tel-Aviv matando inocentes, cualquier bien nacido lo condena. Pero esa es la excusa para asesinar a miles de personas, cientos de miles según la ONU ¿Son menos inocentes los hombres, mujeres y niños palestinos, que los israelíes? A estas alturas, al gobierno de Netanyahu, los secuestrados le traen al pairo. Tienen la sagrada misión de separar las aguas y robarle la tierra prometida, la vida y la dignidad a sus propietarios para montar un híbrido entre Atlantic City y Marina d´Or. Acabar con Hamás también es una excusa. Israel lo toleró y fomentó, divide y vencerás. No estaba dispuesto a consentir que Palestina se convirtiese en un estado, acabando así con su ansia expansionista.
De uno en uno los individuos no somos nada, pero juntos somos la opinión pública, el pueblo soberano, el que sostiene y paga la democracia. Gritar nuestra indignación es, más allá de nuestro derecho y nuestra responsabilidad, nuestra obligación. El grito de Madrid es un mensaje para gobiernos de mercaderes sordo-ciegos. No se puede gritar en silencio, para esto no vale una rueda de prensa. La hermandad universal debería recorrer las tierras de la indolente Europa. La historia nos está mirando con lupa. Las generaciones futuras se preguntarán dónde estábamos los ciudadanos mientras veíamos un genocidio en directo, por qué no hicimos nada.
“La vida no vale nada si cuatro caen por minuto
y, al final, por el abuso se decide la jornada” (Pablo Milanés)