Tal vez sean el consumo de micro-plásticos, grasas insaturadas, reels en TikToc y el pijerío individualista los causantes de la bajada del intelecto humano. Tal vez por ello y por el dinero en sueldos que se ahorran las empresas, cada vez tratamos con más máquinas que simulan inteligencia. En el cine la inteligencia postiza existe desde hace mucho tiempo. Recuerdo a HAL, de la serie 9.000, la I.A. que no soportaba que nadie pusiera en cuestión su capacidad en “2001 una odisea en el espacio” de Stanley Kubrick. HAL era un “primo-hermano” de imponente voz, que controlaba las vidas de los astronautas a través de su “ojo de pez”, e impartía venganza. Murió cantando una canción infantil, desvelando una personalidad humanoide. “Daisy, Daisy”.
Quizá fue por la influencia de los replicantes de “Blade Runner”, o tal vez por Las conversaciones galácticas entre R-2D2 y C3-PO, el caso es que en los años ochenta, las máquinas comenzaron a hablar. Con determinación decían: ¡“Su tabaco, gracias”!, o “por saturación rogamos que esperen unos minutos”. Hoy a mi pesar, mantengo largas conversaciones (de besugo) con TOBI, la asistente virtual de Vodafone. Tiene una voz muy bonita, sensual y femenina, aunque no creo que tenga mucho tiempo para mantener relaciones estables, está de guardia las veinticuatro horas del día, todos los días. Siempre está contenta, me tutea y me llama por mi nombre de pila, a veces me da la sensación de que me echa los tejos, aunque no creo que tengamos futuro, soy mucho más carnoso, mayor y analógico que ella.
En esta España nuestra “de espíritu burlón y de alma quieta” por lo visto estamos a la cabeza de la informatización. Es una pena que Moreno Bonilla no se haya enterado y autorizase a una “universidad” privada para impartir el grado de inteligencia artificial, al tiempo que se lo negaba a la Universidad de Granada. Y eso que en la universidad pública, hay un equipo de doctores Bacterio enseñando a “Siri” a hablar como Chiquito de la Calzada.
Los asistentes virtuales pretenden ayudarnos, aunque si mi madre tuviese que lidiar con ellos no conseguiría enterarse de nada aunque tuvieran la voz de Manolo Escobar. Están en todas las administraciones, incrustados en aplicaciones para pagar impuestos, pelearte con el S.A.S que no te ha informado, ni inteligente ni estúpidamente, sobre el cribado de cáncer en el que participaste hace un año. También para saber cuántos puntos te quedan en el carnet de peatón.
Tienen alma de funcionario decimonónico; de las pólizas, el papel de estado y el “vuelva usted mañana” del que hablaba Larra, han pasado al certificado digital, la auto-firma, el D.N.I electrónico, pero el espíritu de la ventanilla vive, “inténtalo de nuevo en unos minutos”. Amenazan con una cuenta atrás, sólo les falta añadir “este mensaje se autodestruirá en cinco segundos”. Por supuesto, los documentos oficiales están redactados en mandarín por ciber-abogados, para que sólo los entiendan otros abogados virtuales.
Conduzco mi coche, me dice por dónde tengo que ir a la Cochinchina ¡qué calor!, pienso en voz alta. El navegador me responde “no puedo hacer nada para evitar que pases calor, Emilio”. Da miedillo pensar hasta qué punto alguien o algo nos está espiando veinticuatro horas al día. Todo indica que en nombre de la “libertad”, la “rentabilidad” y la “eficacia” le estamos entregando el control de nuestras vidas a un sistema virtual en el que mandan los algoritmos. Eso más o menos es lo que hicieron en la ficción con Skynet, el superordenador que creó a “Terminator” para acabar con la humanidad. A este paso vamos a llegar al “Mundo Feliz” de Aldous Husley en un periquete, de hecho ya nos llega nuestra ración de “Soma” a través del móvil.
Una sopa de números nos gobierna. ChatGPT y su competencia china DeepSeek se reparten el pastel mundial arrimando el ascua a su paraíso fiscal. Las palabras no son inocentes, los números tampoco. Lo peor de todo es que a base de comodidad virtual, de seguir así, el ser humano moderno no sabrá hacer la O con un canuto. La dependencia funcional, intelectual, sensorial y hasta espiritual está servida. Ya me imagino los sueños húmedos y cálidos de más de uno con su cafetera, escuchando su sensual voz preguntando ¿sólo o con leche? Imaginando ser “Wal-E” el robot chatarrero que bailaba con la hermosa y moderna EVA, a la luz de las estrellas.
Si viviera, George Orwell sentiría que el mundo distópico que imaginó en “1984” se está haciendo realidad. El poder oculto tras la IA (más que buena o mala inevitable) amenaza con el pensamiento único, la pereza mental acabará con la curiosidad y la necesaria duda. Vivimos en un mundo de contables que no descansan. 2+2=4, los números no se discuten, son un dogma de fe, no hay poesía en un algoritmo, el álgebra no es tan bonita como la palabra que la define.

