Sueño, no hace falta estar dormido para hacerlo, con el tránsito que significa la vida. El camino desde el útero materno hasta la conversión en polvo de ceniza es un desierto salpicado de oasis, cada vez menos, cada vez más pequeños. Hay mucha más arena que palmeras y el agua, las más de las veces, no es cristalina, ni siquiera potable. No hay caminos ni veredas y, si alguna vez los hubo, fueron borrados por algún viento ardiente y seco. Viajo hacia la línea del horizonte, pero se aleja esquiva según me voy acercando, está a tiro de piedra, está ahí, ahí mismo, o quizá no. Mi deseo se va pulverizando entre la dunas móviles.

Miro hacia atrás. Mis huellas se van borrando poco a poco, al principio se ven claras, pero al cabo de un tiempo, ni el más experto de los rastreadores indios, descubriría que por ahí pasó alguien. No hago camino al andar ni dejo estelas en el mar, como las de Machado. En el tránsito, los anhelos y esperanzas van cambiando. Nunca doy el mismo paso, pese a asemejarse mucho al anterior, pese a formar parte de una monótona cadencia rítmica de zancadas. El único ritmo cierto lo marca el metrónomo que ajusta latido a latido, la marcha de mi corazón, casi puedo oírlo.

La divisoria que separa el cielo de la tierra parece clara. Bastaría con viajar en línea recta para alcanzarla, pero a veces lo recto no es lo posible. El camino es caprichoso y sinuoso parecería haber sido trazado por serpientes acostumbradas a deslizarse por la arena cristalizada. Cansado, me sorprendo arrastrando los pies, como si ya no tuviera ganas, como si empezara a acostumbrarme, como si no hubiese meta ¿Estaré perdiendo la ilusión? Quizá me falta el ímpetu juvenil, ése que hacía que subiera los escalones de dos en dos, de tres en tres.

Caminar por el polvo se parece mucho a navegar. Si no hay viento me quedo clavado, si el Levante grita, me aparto de mi objetivo, me alejo del imaginado sendero que va hacia la luz. Por eso prefiero ir despacio. Si ahora camino y no cabalgo es porque clavo los talones golpeando fuerte, diciéndome ¡aquí estoy yo! Lo apuesto todo basándome en las pocas certezas que me quedan. Lo apuesto todo a mí mismo porque en realidad soy lo único que me queda de cierto, el resto lo dilapidé, lo extravié o me lo fue arrebatando la vida.

Busco el final del cielo y la tierra, pero no tengo GPS, ni siquiera una humilde brújula que me indique un norte. Aún conservo los mapas en los que dibujé mi destino, pero se fueron desgastando, poco a poco se fueron borrando las líneas precisas, los nombres, las indicaciones necesarias para llegar a un lugar que ya no recuerdo. La luz brilla intensamente distinta a cada paso. Los fotógrafos lo llamamos temperatura de color. Se puede medir en grados Kelvin, pero no existe ninguna escala que evalúe mi percepción de los colores. No es ningún dios, es real, no es un invento humano, pero no es estable, nunca se repite, no hay pantone de Titanlux capaz de catalogar el color preciso de cada momento. Cambia constantemente sin que se pueda hacer nada para evitarlo. A veces uno queda deslumbrado hasta cuando ya no queda luz.

Avanzo un poco cada día, conformándome unas veces con mis humildes logros, otras viniéndome arriba, sintiéndome orgulloso por lo conseguido, aunque sea insignificante. El que no se consuela es porque no quiere. En ocasiones terribles menguo tanto, que no hay nadie tan pequeño. Así transcurre la existencia, saltando de oasis en oasis, como los monos, trepando para ponerme a salvo de depredadores, piratas de tierra insaciables que codician todo lo que ven.

Encuentro la paz en el silencio. En mis sueños paralelos los fantasmas atacan de día y callan de noche. Miro las dunas sin aristas, suavemente onduladas, amablemente solícitas. Me llaman desde todas las direcciones tratando de confundirme, casi como las sirenas de Ulises, pero aquí no hay nada a lo que encadenarse. Mi viaje no es épico, nadie escribirá una palabra sobre mí, porque mi odisea es más o menos como la de todo el mundo. Aunque para mí es el viaje más importante del universo, no porque valga más que el de otros, sino porque es el mío.

Todo sería mucho más fácil si supiera a dónde voy.