Los movimientos ciudadanos no siempre han sido vistos con buenos ojos por los gobiernos ni por los políticos. En todo caso, estos últimos se han servido de ellos mientras los acompañaban en sus fines temporalmente, mientras alcanzaban el poder. Tal vez porque en su afán de controlar han visto un peligro, un verso suelto en la sociedad, la misma sociedad que ellos quieren gobernar en nombre de la verdad más absoluta, a veces con buenas intenciones, otras menos. No siempre se puede decir esto último de todos y todas pues hay honrosas excepciones y siempre las habrá. No es cierto aquello que dicen algunos interesados en que se crea que “todos son iguales”. Hay mujeres y hombres que trabajan y han trabajado mucho desde los partidos políticos con el afán de mejorar la vida de los demás, cambiar a la sociedad para hacerla mejor.

Cuando se tiene las ideas claras, cuando no te mueve otra intención que el bien común, el movimiento ciudadano es un campo abierto para trabajar. No te mueve más que la recompensa del deber, la necesidad de hacer lo que hay que hacer. Muchas veces, por qué no decirlo, equivocándote y volviendo a intentarlo, buscando otros caminos, otras veredas que te llevan a la satisfacción de hacer lo que el sentido de la justicia te impulsa.

Nadie puede negar que han sido los movimientos ciudadanos, sociales, con sus luchas, los que han conseguido muchos de los derechos que ahora consideramos naturales. Viene a la mente el más importante y revolucionario, que comenzó en el siglo XIX, con la sufragistas y siguió desarrollándose en el XX y sigue el en XXI. Cuidado que esta lucha no ha terminado, igual que la de los derechos de las personas LGTBI, que comenzó en el famoso bar Stenewall Inn de Nueva York en 1969 que creíamos ganado y ahora vemos peligrosamente en retroceso.

En estos tiempos de consumismo desaforado, de un espejismo individualista que nos hace creer que el esfuerzo personal nos va a abrir puertas sin tener en cuenta relaciones familiares, clientelismos o redes sociales tejidas con el servilismo, no se entiende a veces que haya personas que encuentre sentido trabajar por los demás. Personas que buscan una sociedad mejor, un mundo mejor, porque se trata de eso, de tener una visión planetaria, actuando localmente. Cuando has vivido lo suficiente para sentir que el mundo que conocías, “el mundo de ayer” que diría Stefan Zweig, va desapareciendo, que nuestras hijas, nietas si es que existieran, van a vivir en un mundo extraño al nuestro y no hacemos nada para mejorar ese futuro, no podemos pensar en nuestra comodidad, nuestro consumismo.

Si no vemos más allá de si este o aquel problema me atañe en mi día a día, en mis intereses, nos estamos sometiendo a una servidumbre adaptativa que nos va empequeñeciendo cada vez más. No voy a sermonear a nadie. Tenemos libertad para opinar lo que creamos conveniente, esa misma libertad que la otra, el otro también posee. Se puede trabajar desde los movimientos ciudadanos sin estar atada a ninguna diciplina jerarquía de partido, sin clientelismo que nos obligue a callar nuestra opinión porque pueda molestar a aquel que posee el poder, sea éste el que sea, y pueda perjudicarme ejerciendo ese poder de manera interesada.