En la larga vida de Fuentes todo está sujeto por los invisibles hilos del tiempo. Cada cosa viene con su tiempo y se va cuando acaba su tiempo. Nada escapa a los designios del calendario. Una cosa para cada momento y un momento para cada cosa. Sacadas de su tiempo, las cosas suelen quedar mal, andar descabaladas, responder dislocadas y la gente acaba preguntándose de dónde habrá salido este trasto. Son anacronismos desprovistos del armazón que les otorga la contemporaneidad. Suelen vivir más en la imaginación de unos pocos que en la realidad de todos. Mirado con las gafas del calendario, pese a su permanencia en otros formatos, el cine visto en la gran pantalla es ya una de esas cosas sin ubicación. Al menos en Fuentes.
El cine visto en el televisor o en el ordenador es otra cosa. Le siguen llamando cine, pero no es lo mismo. Velázquez no pintó el cuadro Las Meninas para que fuese visto en la pantalla del móvil o del televisor. La magia del cine exige a José el de la Serrana poniendo las carteleras en la fachada del Avenida de la calle Mayor. Ingrediente esencial era, según se entraba a la derecha, la taquilla donde estaba Pepe el estanquero, portero de la butaca, cada domingo por la tarde escuchando el partido del Sevilla. Estaba el jefe del local, Campuzano, que cuando se despistaba en otros menesteres y José estaba de buen humor -es decir si iba ganando el Sevilla- aprovechaba para dejar entrar de balde a algún sevillista como él.

Huelga decir que personajes fundamentales del cine Avenida eran los operadores Juan Antonio Matruco y Rafael Turutu, nuestros particulares Alfredo y Salvatore, los protagonistas de la película Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988). El departamento de chucherías del cine lo llevaba de maravilla la hija de José Veneno, que no se movía del puesto fuese a ser que le faltara algún chicle bazooka. Otras artes no, pero el cine -¡Ah, el séptimo arte!- sí llegó a calar profundamente en el alma del fontaniego. La cola llegaba a la calle Lora y alguna que otra vez estuvo a punto de producirse un altercado de orden público, Reguerita no lo hubiese permitido, por el ansia de aquellos mocitos que no querían quedarse sin ver La mujer del cura, con Sofía Loren.
De acuerdo, no todo el cine es arte, como no toda pintura es un Velázquez, un Murillo o un Picasso. Tampoco había otras muchas distracciones con las que romper el tedio de los domingos por la tarde. Las películas que venían a Fuentes eran, por lo general, del montón. Entretenimiento y morbo. Arte de gran consumo, que dirían algunos ahora. Nada de arte y ensayo. En la memoria quedarán siempre algunas por su enorme duración, como Los Diez Mandamientos, que parecían cuarenta mandamientos, Cleopatra, Ben-Hur, King Kong, Lawrence de Arabia o Lo que el viento se llevó. Lo mejor de estas películas era que la entrada costaba lo mismo y uno salía del cine con la sensación de haber comido doble. Importaba menos que ya costase 35 pesetas la función.

La gente en Fuentes vivía para el cine y juntaba poco a poco para ver cuatro películas al mes. El fin de semana uno no podía faltar al cine, como a la misa del domingo. A Manuel Matapollos le gustaban mucho las películas de piratas. Cómo perderse Viento en las velas, con Antony Quinn, La isla del tesoro, con Victor Fleming, Piratas del mar Caribe, con John Wayne, o El temible burlón, con Burt Lancaster. Vecinos siempre atentos eran Francisco "Nicolasa" y Purifica. Sentada en el zardiné, Sabina "la Alcaldesa", mujer del portero de la grada. La calle Mayor era un espectáculo en sí misma, poblada a esas horas por los parroquianos del mesón de Juanito Corzo, los Catalinos, la rectitud de Gamero al frente de la barra, la taberna de Miranda, la heladería Los Valencianos con sus polos de anís, la discoteca El Patio con sus promesas de modernidad, el Terraza, la tienda de José Veneno...
En aquel tiempo, el cine Avenida de Fuentes era como una familia. En la taquilla estaba Fernando el carnicero, que siempre llevaba pegado a sus pantalones a su mujer y a sus cuatro hijos: Valle -rubia, alta, elegante y guapa- Fernandín -alto y fuerte como un roble, autor de alguna diablura en el cine de verano- Rafaelin -muchacho con unos pelos preciosos- y su mujer -Bella- y su otra hija -Chelo- cuyos nombres habían volado de la memoria como los vilanos la primavera. Por allí andaba Campuzano, jefe del cine y maestro música de la banda que todos los domingos tocaba en el paseíto la Arena. Campuzano, alma de cine y música, llevaba a su hijo adherido al costado como una fiel batuta, habitaba con su familia una vivienda encima de la taquilla. Buena calor pasaban en aquella vivienda.

El cine empezó a dejar de ser una familia cuando, después de la muerte del dictador, empezaron a llegar a Fuentes películas con mujeres en cueros. Crujieron las cuadernas de los barcos piratas y las quillas de los hogares decente, algunas de las cuales miraban desde los visillos para ver qué hombres acudían a ver semejantes porquerías. ¡Jesús, Jesús! mira quién entra ahí. Si lo supiera su mujer. Dios lo castigará. A quien castigó Dios fue al cine con la clausura definitiva en enero de 1984. Algunos pecadores, enamorados del séptimo arte, resistieron un tiempo yendo a ver buenas películas a Lantajuela, La Campana, Écija y Marchena, pero fue un vano intento, un quiero y no puedo.
Anacronismos como el cine son también en Fuentes la alberca Remedios, la trilla del alpiste y el desgranado del maíz en la era, la celebración de las bodas en casa, la matanza del cochino, el beso en la mano del cura, la música de Los Brincos, las corridas de toros y los besos furtivos de los novios en la oscuridad de la última fila. Si queda algo de todo eso es pura anécdota, reliquia fuera de su tiempo. Como esa manía que traer una plaza de toros en la feria. ¡Pero si en Fuentes no ha habido más aficionados a los toros que asiduos al museo de Bellas Artes de Sevilla! Desde que el cine pasó a mejor vida, al fontaniego popular lo único que le tira es una fiesta en la cochera con música a todo volumen y bebida abundante y barata.
Cine, cine, cine, más cine, por favor. Que todo en la vida es cine y los sueños, cine son. (Aute)