Alégrate, serrana, que tengo el caballo en la puerta la caseta para llevarte a la era cuanto terminemos el postre. Déjate de cuentos chinos, marío, que lo que hace falta aquí es que traigan una jarra de cerveza, que hace media hora que se acabó la primera. La bebida llega con cuenta gotas y así no hay quien trague la rodaja de caña de lomo. El alcalde se desgañita para hacerse oír en mitad del barullo formado por más de 300 serranas y maríos de la tercera edad en la caseta municipal. Gracias a la lucha de los homenajeados en la cena de los mayores pueden los jóvenes disfrutar de las libertades, dice Francisco Martínez. Y de las pensiones de los abuelos, responde uno por lo bajini.

Este jueves, la feria se expandía y se contraía por momentos. El calor se ha apiadado de los feriante. La feria bombea como el corazón del jubilado que quiere volver a la era de los desvaríos juveniles. La feria, como el enamoramiento, hace circular la sangre a otro ritmo. Rejuvenece a unos y sume en la nostalgia a otros. Si no fuera porque a mi marío le gusta la cena de los mayores, yo no venía. En fin, como es una vez al año... La sangre de la feria circula a to meté por las venas de unos y a cámara lenta por las venas de otros. Aterosclerosis ferial. Reúma de la alegría. Sin miramientos con la edad y las canas. La cucaña ha sufrido este jueves de feria un atasco sanguíneo importante. Ni un candidato se ha prestado a encaramarse en busca del jamón que con tanto esmero Juan el Pelao ha hecho ondear a media asta. Como si la cucaña presagiara su propio luto. Ni un alma asiste a su sepelio.

A las diez de la noche los jóvenes debían de estar todavía maqueándose frente al espejo y los mayores luchando con la loncha de jamón que servían en la caseta municipal. Con la yegua del taca taca en la puerta de la caseta. Una jarra de cerveza, por el amor de Dios. A estas alturas quién se va a pringar de grasa por un jamón de 65 euros. ¡Puaj, grasa de tractor! Eso sólo ocurría en las ferias del siglo pasado. Como el año que viene no cuelguen de la cucaña un smartphone de alta gama ya pueden dar por extinguida la atracción que fue estrella de la feria mientras el jamón escaseó en la casa de los fontaniegos. Mucho más si insisten en mantenerla frente al ambulatorio, casi escondida, a las nueve y media y lejos del bullicio de las casetas. Que le pongan un disc jockey.

Viendo que nadie se acerca a la cucaña, Juan el Pelao baja unos metros la cotización de la pata de cochino. Ni por esas. Juan lleva casi treinta años colgando jamones en lo más alto del palo ensebado de la feria. Siempre fue disputado. Reconoce que ningún año ha tenido tan poco éxito. En el pasado atraía cuadrillas enteras de jóvenes dispuestos a batirse el cobre para llevarse el trofeo a casa. Un jamón no era cualquier cosa. Pero hace tiempo que la atracción decae. El fracaso de este año exige un cambio radical para el que viene. Otra hora y otra ubicación. Y otro trofeo. O sustituir la cucaña por algo nuevo.

La cucaña es de origen napolitano y desde Italia se extendió como la pólvora por todo el muno a partir de los siglos XVIII y XIX fruto de la pobreza que reinaba por todas partes. Pan y circo para que la gente no pensara. En Fuentes la atracción de la cucaña es de las más antiguas de la feria, tal vez más que la rifa del cochino para los cultos de la hermandad de la Humildad. Dos reliquias puestas en crisis por el progreso económico. La atracción que cotiza al alza es la cena de los viejos. La demografía dice que Fuentes envejece por momentos.

Aunque la feria es tan repetitiva que parece funcionar de forma automática. Cucaña, carrera de sacos o de burros, saluda del alcalde, agradecimiento a las fuerzas de seguridad, que velan para que tengamos una feria en paz, cochecitos locos, concurso de sevillanas, tómbola, libro de feria con entrevista a un emigrante y rifa de cochino gordo. A ver de dónde saca la gente burros que, además, estén dispuestos a correr en la feria. Maltrato animal. O dónde encontrar sacos que no estén contaminados con productos químicos. Las sociedades se hacen complejas y difíciles de gobernar conforme aumentan la exigencias de seguridad y los derechos. A ver quién es el cronista que se atreve a escribir el sábado la reseña de la novillada. Escriba lo que escriba, unos u otros les saltarán a la yugular.

Las ferias son todas iguales. Cada año lo mismo. Novillada, suelta de vaquilla, atracciones infantiles, sorteos, patitos amarillos, turrón del duro o del blando, jeringos con chocolate y trozos de coco bajo chorritos de agua. Vale, no todo es siempre igual que el año anterior. Los precios no tienen nada que ver cada año que pasa. Salvo eso, la repetición es probablemente el rasgo más destacado de las ferias. Así se constituyen las tradiciones. El tradicional desfile de trajes de flamenca, la tradicional carrera de cintas, el tradicional concurso de penaltis, la tradicional cucaña infantil, el tradicional juego de petanca y la tradicional cena del pescaíto. Uno va a la feria a sentir que la vida sigue igual, al menos desde los tiempos de Julio Iglesias.

Va a la feria a seguir la tradición, la costumbre, el ritual. A ver y dejarse ver. A poner de manifiesto que, al menos, aquí seguimos. Otra cena de mayores más. ¿Y van? Otro discurso del alcalde con el mantra de que los viejos son un tesoro que cuidar, que su lucha pasada mejoró el presente de los jóvenes. Con los pasodobles después de la cena y con el estorbo de los taca taca entre las mesas. Vamos, serrana mía, sube a mi jaca torda que ahora mismo nos vamos a la era. Y allá que van los dos cada uno apoyado en el otro caminito del Postigo.