El personal asistente a la gran tratativa ya daba la operación por cerrada y empezaba a levantarse de sus asientos, pero el administrador les conminó a que no se movieran de la silla, pues faltaba  algo. Para efectuar la venta de un “loquero” (manicomio) hay un trámite ineludible y es que los “puntos” (entiéndase los locos), han de firmar el OK cuando se encuentren en su momento lúcido. El comprador, con cara de desesperación, preguntó al administrador ¿y cuándo cree usted que los “puntos” estarán en su momento lúcido?  El administrador se limitó a mirarlo con lástima. (Ref. Rayuela de Julio Cortázar).

Considero una negligencia imperdonable por parte de aquellos que en alguna etapa de sus vidas han tenido trabajadores a su cargo que presten atención única y exclusivamente a su rendimiento y capacidad de trabajo, obviando totalmente la dimensión humana de tales personas. A Francisco lo contraté como mozo de carga y descarga, o sea el puesto de más baja categoría. Tenía unos veinticinco años y a la semana de estar con nosotros lo apodamos Paco Camión porque se lo cargaba todo sin rechistar. Sostenía con su salario a un padre, una abuela y dos hermanos pequeños. La madre hacía tiempo que había muerto. Se agarraba a todo. Si había horas extras, las que hicieran falta. Si se trataba de vigilar el almacén los sábados, domingos y festivos, allí estaba Paco Camión.

Del otro solo recuerdo que le llamaban Fefé. A este lo contrató directamente el patrón, como jefe de tráfico “con clientes menores”, pero en realidad ejercía de chiquichanca del amo, porque jefe de tráfico “con clientes mayores” ya había uno que no se dejaba comer el terreno, pero le plantaba cara al cacique y por esto éste había decidido sacárselo de encima y con este propósito contrató al Fefé, que era más maleable. Pero el tema no salió como el patrón deseaba y por eso el Fefé acabó siendo el Fefelacagó.

Un buen día vino más contento que unas castañuelas a comunicarnos que la empresa le pagaba la mitad de un curso de justantain (just in time) y que empezaba aquella misma tarde. Cuando el curso acabó se paseó por todas la dependencias enseñando el diplomilla a todo aquel que quisiera verlo. A partir de aquel día no paraba de dar el coñazo que si el justantain por aquí que si el justantain por allá, que si todos los problemas que tiene la empresa se solucionarían con el justantain, etc. En fin, tanto llegó a calentar los oídos de las altas esferas, que al final el patrón le dijo "bueno, Fefé, si eso del justantain es la hostia, por qué no organizas unas charlas por la mañana para ilustrarnos a todos un poco".

Cuando el patrón decía a todos quería decir, por supuesto, a todos los cuadros y mandos. Pero el Fefé fue más allá y aquel día se lo pasó efectuando otra tanda de rondas por las dependencias y comunicando a los respectivos responsables que el día siguiente, a las ocho y media, estuvieran en la sala de juntas con todo su personal, administrativos, chóferes, carretilleros, mozos, manipuladores, etc. porque daría unas charlas sobre el justantain. Según los métodos más modernos aplicados por americanos y japoneses sobre la calidad total, el brain storming y otras mariconadas por el estilo donde se afirma que la opinión más acertada para la solución de un problema podía provenir del fulano que barría el almacén, siempre que estuviera en su momento lúcido. Él, en este punto no creía en absoluto, pero pensó que la asistencia del sector menos cualificado podría ofrecerle una buena ocasión de lucimiento.

Yo expresé cierta reticencia porque conocía sus intenciones y en mi plantilla se cumplía aquello de que “la piedra que fue desechaba por los constructores esa fue hecha cabecera de esquina”, pero di mi conformidad para no dar lugar a insensatas elucubraciones.

A la mañana siguiente, la sala de juntas estaba a reventar y el Fefelacagó de puro milagro no había reventado ya de satisfacción. Se consiguió un razonable silencio y el Fefé, tomando la palabra dijo "bueno, el tema de hoy tratará sobre el momento lúcido". En su desmesurado afán de destacar sobre los que consideraba unos pobres ignorantes, se dirigió, en primer lugar, y como yo me temía, a Paco camión y le dijo "a ver, Paco, sal aquí y explícanos en qué momento del día o de la noche crees tú que estás en tu momento más lúcido. Como Paco pusiera cara de estar viendo extraterrestres, el otro, en un alarde de chulería, le explicó lo que era el momento lúcido. Utilizando rebuscadas expresiones pensaba lucirse, valga la redundancia, con la explicación, pero a medio discurso Paco lo cortó en seco y le dijo "vale, Fefé, no te mates más que ya lo he pillao.

Con un aplomo que ninguno de los que no lo conocían a fondo se esperaba, Paco camión salió a la palestra, se volvió de cara al tendido y dijo "yo el momento más lúcido lo tengo los domingos por la noche, sobre las dos de la madrugada. Cuando vuelvo de marcha (ronda de bares y discotecas) lleno una palangana de agua muy caliente y pongo los pies en remojo. Cuando creo que ya están bien remojados cojo un cacho de piedra pómez y me voy limando los callos y es mientras efectúo esta labor cuando llego a la conclusión más acertada y realista que pueda tenerse sobre este mundo.

¿Y cuál es?, le preguntó Fefé. Qué está lleno de inútiles y cabrones, ja, ja, ja ,ja. Las reacciones por parte del auditorio, como era de esperar, fueron muy diversas. Algunos cogieron un rebote de campanillas, mientras que otros tuvimos que aguantarnos el culo para que no se nos partiera de risa. La reunión acabó allí mismo. No hubo segundas partes por aquello de que nunca fueron buenas, mucho más teniendo en cuenta cómo había ido la primera. Paco Camión se marchó de la empresa unos años más tarde, compró una furgonetilla de segunda o tercera mano y repartía coca-cola y cerveza por los bares. A Fefé le dieron la patada en el culo algo más tarde con un montón de pagarés por el importe de la indemnización fijada, de los cuales creo que no cobró ninguno.