Poco a poco, el horror va dejando paso al olvido por la sociedad. Las noticas que ayer nos partían el corazón hoy dejan paso a ¿la copa de Europa? ¿A esa plaza de cuyo nombre no quiero acordarme? Todo es volátil en esta era líquida. Los medios buscan el minuto de mayor audiencia, de mayor tirada, poco importa con qué ni para qué.

Sin embargo, el monstruo del machismo sigue ahí por mucho que lo nieguen partidos como Vox. Sigue ordenando nuestras vidas, nos dice cómo tenemos que actuar para no ser tachadas de malas madres, de malas hijas, compañeras o esposas. Muchas veces somos las propias mujeres las que nos acusamos de ello. Nada decimos cuando vemos a hombres por la mañana en los bares de nuestro pueblo, pero la cosa es distinta cuando somos nosotras las que estamos ahí, pasando un tiempo que es nuestro, debería ser, de nuestra propia vida.

Porque eso es lo que el patriarcado nos ha enseñado: que nuestra vida no es nuestra. Que es de nuestros padres y madres, de nuestras hijas e hijos, de los demás. En el momento en el que intentamos ser las dueñas de nuestras vidas es cuando surge el monstruo. Un monstruo que se da cuenta de que no es el dueño de aquello que creía suyo, que está a punto de perder una situación de poder, de  privilegio y eso, claro, no lo puede consentir.

Igual ocurre con los hijos e hijas: son propiedad del monstruo, y como tal puede usarlos para sus propios fines. En muchos casos para hacer daño a la causante de su mal, esa mujer que se ha creído dueña de su vida. La mujer que debe ser castigada a través de seres indefensos que son propiedad del monstruo. Son de su propiedad porque el patriarcado así se lo ha dicho. Las niñas y niños no son, para el monstruo, seres independientes con derechos y con una vida por delante.

Este mal que convive con todas nosotras no se evita con penas más severas de cárcel, ¡Lo que le importará eso al que comete un crimen machista o ejerce la violencia vicaria y luego se suicida! Es necesario educación y pedagogía en los colegios, en los institutos, y no hablo de un taller o charla; en las familias, en los medios de comunicación, en los bares y las plazas, en la calle y en la cultura. No podemos seguir dejando que los monstruos se crean dueños de nuestras vidas y de las de nuestros hijos e hijas. Somos todas y todos miembros de una misma especie y los derechos nos los damos a nosotros y nosotras mismas. No es la naturaleza  la que los otorga. Por lo tanto, no puede haber diferencias para unas u otros.