La sangre hervía, teníamos la mirada limpia y todo por descubrir, cada minuto estaba lleno de posibilidades. Un poco perdidos, tal vez mucho, la capacidad de sorpresa era enorme, la vida resplandecía. Me estaba convirtiendo en un hombre, me dejé crecer la barba para convencerme de ello, aún no echaba de menos la infancia. Mi tierra, empezaba a vivir un estado diferente de las cosas llamado libertad. Yo pertenecía a la generación más numerosa de la historia de España, no habíamos tenido tiempo de luchar por la democracia, no corrimos delante de los “grises”, pero estábamos dispuestos a comernos el mundo y sus frutos, hasta hacía poco prohibidos. Había un abismo entre nosotros y nuestros padres. Aprendimos a ser adultos y a vivir en democracia al mismo tiempo; corrían los años ochenta.

La conversación era vital, sobre todo para escuchar, el cine y la música, esenciales. Los cantautores llenaban nuestro universo poético y musical, había mucha música y mucha letra. El inconformismo era nuestra bandera, había que barrer las cenizas del franquismo. Éramos los ladrillos del edificio de una nueva sociedad y cómo no, queríamos además de la paz y el amor que anunciaba Coca-Cola, libertad. En esto llegó un referéndum que nos hizo tomar partido por lo que considerábamos justo. La guerra fría no ocurría sólo en las películas, no queríamos estar en ningún bando.

La nueva España había de ser diferente, éramos jóvenes en un país viejo. El futuro estaba en nuestras manos lo queríamos todo, aún a sabiendas de que nada se regala. Nos sentimos traicionados por un gobierno que primero dijo no y luego dijo sí, y lo gritamos por las calles. Las manifestaciones eran multitudinarias, el compromiso se alargaba hasta la madrugada, debatíamos con la misma pasión que poníamos en todo. Ser vehemente era obligatorio. Pletóricos de energía, éramos militantes de la hermandad universal.

Conocí a chicas con las que compartía el mismo sueño. Desinhibidas, jóvenes y hermosas, hablábamos de todo, de ellas aprendí mucho de la vida y de mí mismo. Acabábamos poniendo en práctica la paz, pero sobre todo el amor en frías habitaciones desvencijadas, con viejos muebles de railite, en pisos de estudiantes. No fui a la universidad, pero la universidad sí vino a mí y olía de maravilla. Sentíamos estar haciendo historia o al menos formar parte de ella. En una manifestación, entre gritos que no dejaban duda sobre nuestras exigencias, aquella muchacha y yo nos miramos a los ojos y sentimos cómo un escalofrío atravesaba nuestros cuerpos. Teatralizando recordé lo que le dijo Ingrid Bergman a Humphrey Bogart en “Casablanca”, “el mundo se hunde y tú y yo nos enamoramos”. No se podía vivir con más intensidad.

¡OTAN no, bases fuera!

Estos días de otro siglo, cargado de canas y decepciones, apesadumbrado ante un futuro incierto, creo que la humanidad está en retroceso. Sin embargo, he visto brillar un rayito de esperanza. De repente y de forma explosiva (no podía ser de otro modo) miles de jóvenes se han lanzado a la calle gritando por las mismas razones que lo hacíamos en los ochenta. Ahora gritamos juntos, jóvenes y veteranos, contra el genocidio del pueblo palestino en Gaza y Cisjordania. Hace unos años el “no a la guerra” y el “nunca mais”, también despertaron a muchos chavales dormitantes. Supongo que jóvenes, viejos, medio jóvenes y medio viejos, necesitamos un detonante que de vez en cuando nos recuerde que los lobos siempre acechan.

“Palestina libre” se ha convertido en la expresión del inconformismo de gente desarmada que reclama justicia en el foro público. Jóvenes de todo el mundo toman partido por la decencia. Hasta en Marruecos hay una nueva generación que no ruega, exige libertad y futuro. No hay discursos autoritarios, incendiarios o edulcorados que puedan parar al pueblo cuando se pone en pie.

El movimiento retro-facha al que se han apuntado muchos jóvenes tiene oposición. Muchas chicas jóvenes encabezan manifestaciones que no promueven la intolerancia ni el egoísmo. La sensatez femenina se hace patente. También veo a chavales que entienden qué significa igualdad, no todo está perdido. Una maquinaria poderosa quiere que vuelva la ley de la selva, lo hace a través de las pantallas que infestan e infectan nuestras vidas. Que los más jóvenes levanten la cabeza del móvil es algo que no habían previsto los algoritmos y es maravilloso.

Siento el espíritu joven del corte de mangas. Ahora también hay jóvenes amantes cogiéndose de la mano, gritando ante un mundo que se tambalea. Se están preparando para dirigir este abollado mundo dentro de poco. Prefiero a los que hacen el amor en lugar de hacer la guerra. Todavía la utopía es soñable, aún no nos ha ganado la resignación. En nombre de la humanidad tenemos algo que parece ñoño, pero no lo es: paz, amor, solidaridad y empatía. Somos hormiguitas, somos la opinión pública, esa a la que tanto teme el poder.