Bien plantado, más chulo que un ocho, parecía que desfilaba en una pasarela de moda. De moda castrense, faltaría más. Más de un guiño recibía de las muchachas que desviaban su camino para pasar por la calle San Sebastián, en cuyo cuartel José María ejercía de auxiliar de la Guardia Civil. Que aquel chaval tenía buena planta no lo discutían en Fuentes ni los comunistas con hijas en edad de merecer. En la academia de guardias civiles de Úbeda le había marcado con buril en el cerebro que un agente que se preciara de serlo debía guiarse siempre con gesto altanero, dominador, distante. Aunque luego cada uno es como es y cada quien es cada cual. Todo por la patria era el lema que lucía el pórtico de la castrense institución.

Tenía el cuartel de la calle San Sebastián dos elementos esenciales para el cumplimiento de las funciones proclamadas por el citado lema. El todo por la patria empezaba en el sardinel y terminaba en la cuadra que se encontraba de la parte trasera del edificio. Para hacer guardia en ambos lugares existía un cuadrante de turnos. Cuando a José María no le tocaba guardia en el saldinel le tocaba hacer la limpieza de la cuadra. Viajaba así cada semana varias veces del cielo al infierno y del infierno al cielo. De la t de todo a la a final de patria. Sardinel o cuadra, guiño de mocita o boñiga. Sin chistar en ninguno de los dos turnos porque si la Guardia Civil mostraba formas marciales de puertas afuera, de puertas adentro las órdenes eran de obediencia ciega. En Úbeda le habían enseñado a José María que los dos pecados capitales de un guardia eran la falta de compostura y la desobediencia.

De esas dos normas, compostura y obediencia, probablemente lo más difícil para José María fuese guardar el aspecto aseado y arreglado recogiendo boñigas de caballo en la cuadra del fondo de la calle San Sebastián. José María tuvo el excelso honor de ser el primer guardia civil auxiliar destinado en Fuentes. Era de Utrera, lucía el pelo negro y la piel morena, estatura no excesivamente alta, pero bien plantada. Llegó a principios de junio de 1983 después de haber pasado por la academia de Úbeda los meses de marzo, abril y mayo. A Jose María le tocó lidiar con un sargento más duro que el tacón de un indio. Exigía los mismo recorrer los campos en agosto a las tres de la tarde que atravesar la noche en enero con más frío que una espuerta gatos.

El auxiliar José María era de primera, no como el cuartel de Fuentes, que dependía de la "línea" de Marchena, comandada por un teniente. El cuartel de Fuentes militaba en regional preferente tirando a segunda división. Eso sí, ubicado en una de las calles principales de Fuentes. La demarcación de la zona incluía a Marchena, Lantejuela, La Puebla de Cazalla, Paradas, Arahal y Fuentes de Andalucía. El teniente presumía de saberse de memoria todos los caminos de su demarcación de pueblos. El campo se lo tenía bien pateado, lo mismo que a muchos de los habituales de su demarcación. Un escalofrío recorría la casa cuando el teniente de Marchena pisaba el sardinel más temido de la calle San Sebastián. Acumular un determinado número de correctivos suponía la expulsión del cuerpo.

En el mismo lote que el auxiliar José María vino a Fuentes un sargento extremeño, cuyo nombre me ha costado tanto acordarme que casi sería preferible seguir llamándolo "el sargento extremeño", como fue conocido por todo el mundo hasta que se fue por los araíllos adelante. El sargento extremeño se llamaba José Bermúdez. Aunque era extremeño y guardia, tenía un aire del tenista sueco Björn Borg: rubio, peso medio y ojos claros. Sin la melena y la cinta en la frente para el sudor, claro está, pero el fusil en bandolera y el tricornio calado también hacían su apaño. Sus dos hijos estudiaban en Carmona, se hicieron también guardias civiles, cosa que no pudo la hija porque el cuerpo no la admitía. El sargento extremeño era severo escribiendo con el lápiz, también es verdad que estuvo muy presionado por los mayetes puesto que le tocó lidiar con la guerra entre cabreros y agricultores por el uso de las tierras.

Fuentes era entonces un pueblo de primera, con cuartel de segunda, lo mismo que José María era auxiliar de primera con sueldo de segunda. Cobraba al mes 32.000 pesetas (192 euros), la mitad que un guardia civil. Eso sí, ambos tenían dos pagas extras y 40 días de vacaciones al año. Los servicios de vigilancia prestados por el campo consistían en patrullas a pie o en coche. Muchas horas de guardia en la puerta del cuartel, más horas y más derecho que el palo de la bandera. Bonilla, Villar, Corona, Parrado, Carreño, Prior, Pablo, Tallón y Juan no era la alineación del equipo de fútbol, sino la plantilla del puesto. Juan era de Bormujos.

Categorías aparte, el cuartel de la calle San Sebastián tenía, además de su sardinel, su gran puerta, un zócalo color celeste, balcón central, mástil y bandera, dos ventanas simétricas con cierres de hierro forjado en negro y tejado de tejas. Al entrar, a la izquierda estaba el cuarto de puertas y, a la derecha, la habitación del comandante de puesto. De frente había un corredor y, a continuación, un patio con las viviendas. Más parecía una casa de vecinos que un cuartel militar. Pero no hay que engañarse, aquello era un cuartel con todas las consecuencias. Si no, que se lo pregunten al auxiliar José María, que al llegar a Fuentes se encontró con un sargento que imponía más que un general de las SS.

Con la llegada del auxiliar José María se inaugura en Fuentes la era de los guardias civiles estudiados. Academia era un término con prestigio. Un eufemismo utilizado para distinguir a los "estudiados" de los chusqueros y enchufados de adictos al régimen. De los tiempos de Franco, el gran vigía de occidente, en Fuentes aún se recordaba al cabo comandante de puesto llamado Matito, guardia civil a caballo y capote contra la ventisca. El repique de las herraduras sobre el adoquinado precedía el paso bronco de la ronda camino de unos campos. Corría por entonces el bulo de que El Lute, que estaba en busca y captura, podía haberse camuflado en alguna de las cuadrillas que recorrían los campos en busca de trabajo o lo que pudieran rapiñar para paliar la miseria que les roía las tripas. Existía una España de familias nómadas que vagaban por los campos con sus borricos y mulos.

Los agricultores fontaniegos les temían más que a los lobos y contra ellos recurrían a la Guardia Civil. Primero fue el cabo Matito, del que la gente de Fuentes destacaba su "exactitud y precisión". En realidad querían decir que se empleaba a fondo con mano dura, sin contemplaciones. Exactitud y precisión fueron las primeras incursiones de la gente de Fuentes en el lenguaje políticamente correcto. Aunque en la barra de las tabernas no era común hablar de exactitud y la única precisión que conocían era la del disparo de su escopeta de caza.

Matito fue sustituido en los años 70 por el cabo Gregorio, el Cid Campeador que los mayetes lanzaban contra las cuadrillas nómadas de tripas vacías. Aunque de las gestas de este héroe de andar por casa no hablan los manuales de historia, sus hazañas tienen que recordarlas muchos fontaniegos que peinan canas. Como recordarán a la hija del cabo Gregorio Arteaga llamada Conchi Pili. A su vez, el cabo Gregorio fue sustituido en 1983 por Guillermo Paniagua, padre de Paco el Pani, conocido por todo Fuentes por las catas de cerveza que organiza en la calle la Huerta maridadas con queso. Lo sofisticado que se ha vuelto Fuentes que hasta le llama maridar a tapear con cerveza acodado a una barra untosa. Guillermo era guardia primero y padre del Pani segundo. Fue comandante de puesto hasta 1983. La gente de Fuentes, tan sofisticada y correcta, dice que era un guardia civil muy legal. Al final fue destinado a Rota.

Por aquellas fechas de 1983 en las que el guardia primero fue enviado a Rota, había en la calle San Sebastián otro guardia llamado Prior, del que muchos sólo recordamos lo guapa que era su hija Inmaculada, rubia por más señas. Otra hija de guardia civil que dejó huella en la memoria fontaniega fue la del agente Parrado, de nombre Vitoria. El guardia Prior estaba considerado como más "vocacional" que tenía el cuartel de la calle San Sebastián. ¡Y dale con el lenguaje políticamente correcto! Vocación, exactitud, precisión. Fue cuando llegó otro guardia metidito en carnes, con el pelo blanco, llamado Manuel. La de guardias que habrán pasado por Fuentes desde que existe el cuerpo.

José María, nuestro primer auxiliar, vestía pantalón verde, camisa caqui, boina marrón y zapatos negros que relucían como los rayos del sol. Eso en verano. Cuando llegaba el invierno seguía con el pantalón verde, chaqueta verde, camisa blanca y corbata verde. El uniforme de trabajo consistía en botas negras, pantalón verde, chaqueta verde y pañuelo marrón. Contra el frío, un gran chaquetón y capa. José María desayunaba, comía, merendaba y cenaba en el bar del centro cultural, donde le atendían José el "Piojo" y su mujer. José María estuvo en Fuentes desde primeros de junio de 1983 hasta el 31 de agosto de 1984. Quiso y no pudo ingresar en la guardia civil profesional. Cuando acabó José María su servicio militar, el 31 de agosto de 1984, vino otro auxiliar que estuvo desde el 31 de agosto de 1984 hasta el 31 de octubre de 1985 y tampoco ingresó y por último tuvimos un auxiliar que estuvo desde el 1 de noviembre de 1985 hasta hasta el año 1987, e ingreso en la guardia civil profesional, luego empezaron a no mandar auxiliares y esta figura desapareció de Fuentes.