Según el diccionario de la lengua española, la actividad conocida como recova consiste en la compra de huevos gallinas y otras cosas semejantes por los lugares para luego revenderlas. Los lugares solían ser los chozos y casillas que tanto abundaban en aquel Fuentes rural de los años 50 y 60. La mayoría de las personas que sobrevivian en estos chozos y casillas ni siquiera eran propietarios del cacho de tierra que cultivaban para sacar lo necesario para su su sustento, sino que lo hacían en régimen de arrendamiento por el que pagaban una renta anual a algunos de los grandes la latifundistas que había en el término de Fuentes.

Entre otros, el Castillo de la Monclova propiedad del duque de infantado, y el cortijo del Cuarto la Casa, éste último creo que propiedad también del mismo personaje pero subarrendado a don Manuel el médico que, a su vez, lo dividía en pequeñas parcelas que, a su vez, arrendaban a pequeños mayetes. Pero los latifundistas decidieron unos años más tarde dedicar sus tierras a otras cosas y decretaron el final de todo este entramado de arriendos y subarriendos, lo que supuso la expulsión de todos los que habitaban aquellos chozos y casillas de las tierras que habían cultivado y de las míseras estancias que habían ocupado durante muchos años y en los cuales muchos vieron crecer a sus hijos y envejecer a sus padres.

Quién no recuerda aquella copla de una de las murgas de los carnavales de aquellos años que decía asi: "Aquellos mayetes del Cuarto la Casa, que con amenazas salieron de allí, ellos se creyeron que con el dinero, de aquellos terrenos no iban a salir. Todos se juntaron, vieron abogados, a ellos les sacaron muy bien el parné, a Fuentes vinieron vendieron las bestias y alguno en la plaza se ha visto vender, unos van por tagardinas, otros por cisco comprao, otros han puesto un zambullo y otros que venden pescao. Tú te acuerdas de aquel día, en que tu vendías el trigo que orgulloso tú vivías, pero to tiene un final, después de tu fruto dao has quedao desengañao y en la cartera no tienes un real".

La vida en los chozos y casillas en aquellos tiempos era de una sobriedad y austeridad que hoy difícilmente podemos llegar a imaginamos. Por supuesto que no había agua corriente y muchas veces ni cercana. Aunque algunos tenían pozo, muchos no eran de agua potable, así que la mayoría tenían que coger el borrico y las angarillas e ir a buscar dos o tres cántaros al pozo potable más cercano. Esta era el agua del que disponían para todo uso y durante todo el día. Si se acababan los mistos no podías alargarte ancá Justo Pinilla y comprar unos cuantos, que los vendía a granel. Si se acababa la pila de la linterna o la torcía del candil, pues a dormir hasta que saliera el sol. Si se acababa el vinagre pues se comían los pimientos asaos sin vinagre.

No se podía coger el borrico en cualquier momento ni a cualquier hora y acercarse a Fuentes a buscar lo que faltaba. Por eso era tan bien recibida la llegada del recovero con sus angarillas cargadas de todas aquellas pequeñas, pero importantes cosillas que hacían la vida más llevadera en la soledad y lejanía de los chozos. Los dos veranos que trabajé como dependiente en la tienda de Cecilio me proporcionaron un acercamiento a este mundillo de la recova pues eran varios los recoveros que venían periódicamente a proveerse de aquellos artículos que utilizaban para la venta y, sobretodo, para el intercambio, principalmente por huevos o gallinas, con los habitantes de los chozos y casillas.

Aunque llevaban una gran variedad de artículos de la tienda de Cecilio, los recoveros se abastecían principalmente de productos de mercería, agujas, hilo, dedal, botones, jabón verde para la ropa, del que venía en barras y se cortaba en cachos de a diez reales, colonia, cuchillas y jabón de afeitar, estropajos de aquellos que venían en ristra, algún que otro encargo especial, como podían ser un par de medias, marca el Faro de Calella, algún hule para la mesa, alguna refregaera, pilas, torcía para el candil, mariposas y cualquier otro encargo específico que alguno de los habitantes de aquellos chozos y casillas le hubiesen hecho en la ruta anterior. Encargos que llevaban cuidadosamente anotados en una libretilla para no olvidarse de ninguno.

Por supuesto que los recoveros llevaban artículos de naturaleza diferente a la mercería, como los de ferretería, de los que seguramente se proveerían ancá Benjamin y también algunos artículos alimentarios y de condimento como la sal. También llevaban pan. Aunque el pan había un tal Fernandín, hermano del Rafaliqui, que con un carro cubierto pintado de amarillo repartía kilos de pan por los chozos más apartados. De los recoveros que mejor me acuerdo eran el Mollete, el Rubio del Garrotal y su Hermano Joaquín. Solían traer apuntado en un papelillo todo lo que necesitaban. Cecilio nos daba el papel y nos decía, al Pepe de la Mesesale y a mi, que éramos los dependientes, venga niños id preparando esto, sin equivocarse, y lo vais poniendo aquí encima  del mostrador que cuando esté todo lo repasaré y echaré la cuenta.

Mientras preparábamos el pedido, Cecilio echaba un rato de tranquila conversación con el recovero de turno. Sin dejar de atender a nuestro trabajo, nosotros procurábamos tener la oreja atenta para no perdernos nada de estas conversaciones, pues eran de lo más ameno e interesante. Cecilio era un hombre culto y de agradable conversación e lustraba mucho a los recoveros sobre los entresijos de la economía y también algo de política, lo que permitían los tiempos. Por su parte los recoveros le traían noticias de todos los chozos y casillas que visitaban, de cómo le había ido la cosecha a fulano o a mengano, de si la hija de la fulanita se había echao un novio de la Campana que tenía una moto y venía a verla cada domingo por la tarde y un sinfín de cosas más que hacían las delicias de nuestros infantiles oídos.

El Mollete vivía en la calle el Bolo y era el padre de aquel chaval de nombre Alfonso que fue muy amigo mío en la escuela de Pepe Pinito. Cuando era verano venía en camiseta y con tirantes por encima. Traía el borrico que, por supuesto, dejaba en la puerta y cuando estaba listo su pedido ponía el paquete en las angarillas y se marchaba directamente a la ruta o a completar las compras en otros establecimientos. A veces Cecilio bromeaba sobre su avanzada calvicie y él respondía con humor "poquito pelo, pero bien peinado y hasta su mijita de liendres". Del Rubio el Garrotal lo que más bien recuerdo es que se hacía llevar el pedido a casa en la calle el Bolo y nos daba una pesetilla de propina y Joaquín el del Garrotal también nos daba propinilla.