El trigo ha marcado la evolución de la humanidad desde tiempos inmemoriales. También ha dado de comer a medio Fuentes en los últimos sesenta o setenta años. Ha sido el pan de cada día y también la carne y el pescado que, gracias al cultivo de ese cereal, llevaban a sus platos muchos agricultores y jornaleros de Fuentes. Aunque cada año se siembra menos trigo en Fuentes. Como atrapados en una rueda del absurdo, miles de hectáreas vuelven a plantarse ahora de olivos. Donde hubo olivos hasta pasada la mitad del siglo XX se sembró trigo hasta fechas recientes y donde ha habido trigo hasta ahora se plantan otra vez olivos. Intensivos, pero olivos al fin y al cabo.

El reino del trigo pierde terreno a favor del olivar, a excepción de las tierras que van hacia la venta los Remedios, Marchena y Lantejuela. En el resto predomina ya el olivo. Cuestión de rentabilidad económica. Girasol, trigo y olivo son los tres cultivos más extendidos en la actualidad, con algunos campos de cebada y garbanzos. Aunque seguimos alimentándonos básicamente de trigo. Merece la pena echar un vistazo a lo que este cereal ha supuesto para la supervivencia y la expansión de la humanidad desde aquellos tiempos en los que la vida sobre la tierra no era fácil ni fértil. Poco a poco, el ser humano ha ido acomodando el planeta, primero escondiéndose de sus peligros, pero sobre todo sirviéndose de él.

Hablar a estas alturas de que el ser humano tuvo que esconderse de los peligros resulta ridículo para referirnos a una sociedad desarrollada que no reconoce estar acorralada por sus propias acciones sobre la tierra. Entre fieras y sin herramientas modernas, la realidad primera tal vez propuso escenarios más favorecedores al actual. Parece imposible acercarse a aquellos tiempos de desconocimiento, aunque seguimos siendo el resultado de aquel comienzo. Todo lo que nos rodea es también hoy resultado de todos los comienzos que fueron antes y todos los que vendrán después del inicio de la población humana.

De todo lo que nos rodea hay algo que nos interpela con más fuerza: el alimento que nos hace posibles. Podríamos hablar de cualquiera pero, si de alimento milenario se trata, no podría ser otro que el trigo. Pan, cereales, galletas, pasta... La mayoría de nosotros comemos granos todos los días. En los últimos siglos, y especialmente en las últimas décadas, la base de la alimentación, aquello en lo que por muy distinta que sea nuestra dieta local varía bien poco, tiene que ver con esta planta, para bien o para mal. Fue entonces cuando protagonizó su propia revolución, que es también la gran revolución neolítica, porque cambió radicalmente la economía, la dieta y la estructura de las primeras sociedades humanas en el creciente y fértil cercano oriente. Con el inicio de su cultivo y el de otros cereales como la cebada, así como con la domesticación de animales, surgieron las primeras ciudades en un nuevo contexto social marcado por lo que sería una economía productiva.

Los habitantes de la antigua Mesopotamia, la cuna de la agricultura en el mundo, entre el Tigris y el Éufrates, fueron domesticando la planta a lo largo de cientos y miles de años. Los egipcios horneaban panes de trigo hace 5.000 años, antes de construir las pirámides. En China, el trigo se convirtió en fideos ya durante la antigüedad. Esta hierba se convirtió en alimento básico muy pronto y no tardó en representar un punto de inflexión en el progreso de la civilización humana. En algunas culturas, su grano, abundante y rico en carbohidratos, se fermentaba y se convertía en una especie de brebaje saciante.  

En la actualidad, el trigo es el cultivo más importante del mundo en términos de seguridad alimentaria, pero los datos de la UE advierten de que el impacto del cambio climático podría aumentar significativamente su precio y modificar su proceso de producción en determinadas zonas del mundo. En concreto, el trigo duro que consumimos hoy es una especie que procede del cruzamiento de dos trigos silvestres, los que una vez cultivaron nuestros antepasados, donde cada uno de ellos aporta un juego de cromosomas diferente, denominados A y B.

Si bien no está claro cómo apareció esta variante, se conoce que todo comenzó a lo largo de varios puntos de la zona conocida como creciente fértil (norte de los actuales Irak, sudeste de Turquía, Armenia, Siria y Palestina) aquel cultivo pudo llegar a España cuando la cultura neolítica entró en la península ibérica, hace entre 7.600 y 7.700 años. "Parece que la primera entrada fue marítima, por el Mediterráneo desde Italia hasta la costa de Valencia. Se registraron otras dos entradas en menos de 200 años después: una a través de los Pirineos y otra desde Marruecos al sur de España".