El artículo de Miguel Osuna publicado el 31 de enero sobre la guardería rural de Fuentes me trajo a la memoria muchos recuerdos relacionados con los que formaban la plantilla de este cuerpo en los años 58 al 62 y que menciona en el citado artículo, sobre todo Francisco Carmona el Tatao y Rafael el Paraeño, este último conocido como el cabo de los guardas. Un detalle que me llamó la atención es que en la foto del recibo de guardería que aparece en el citado artículo, fechado en 1921, firma como recaudador un tal Mazuelos. Cuarenta años más tarde, o sea en 1960, pasé dos veranos haciendo de chaval de los mandaos en la Hermandad Sindical de Labradores y Ganadores, ubicada entonces en la Carrera, casi esquina con la calle Caldereros, enfrente de la casa de Pepe Pérez, el presidente, según me enteré un día, también se apellidaba Mazuelos, Mazuelitos decían allí.

Un día subimos a un soberao en la parte más alta de la casa y, entre otros cachivaches, había allí una pequeña prensa con la cual habían hecho una prueba para prensar aceitunas y Manuel Urbán, que me acompañaba, dijo "esta prensa costó 5.000 pesetas y la pagó Mazuelitos y ya verás cuando empecemos a repercutirles el importe a los mayetes". En aquellos años, el personal de la hermandad eran Pepe Márquez (secretario) Ricardo Covacha (oficinista) Manuel Urbán, hijo de Joseíto Peñasquito (administrativo) y el Tate Cajero, que era el que rellenaba los recibos de guardería y se encargaba de su cobro.

Mucho trabajo no había y la mayor parte recaía sobre el Tate. La función principal de Ricardo y Manuel Urbán era de asesoramiento y ayuda a los mayetes que tenían dificultades para escribir en el rellenado de los impresos sobre todo el C1, que creo que estaba relacionado con la declaración de la cosecha, la petición de semilla, etc. El horario era de 9 a 2. A mí de vez de en cuando me llamaba Pepe Márquez a su despacho y me entregaba unos papeles y me decía "mira, Juan, esto son papeles de negocios, ahora te vas al Banco Español de Crédito -entonces ya estaba en la calle Mayor enfrente del Catalino- y en la ventanilla te darán este importe que pone aquí, te lo guardas bien en el bolsillo y me lo traes".

Acostumbraban a ser unas 5.000 pesetas. Pepe era una persona de trato amable y me enseñó varias fórmulas para calcular de forma rápida intereses y réditos. Era una verdadera calculadora.  El Tate también era una persona de trato afable. Un día de la velá me llamó y me dio un papel doblado y me dijo "ten, Juan, llévale esto a Pepe y me traes la respuesta. El papel decía "Pepe, tengo que darle alguna gratificación a Juan por la velá". Pepe escribió 50 pesetas y yo llevé el papel de vuelta y acto seguido el Tate me dio los diez duros, previa firma de un recibo. Ricardo tenía muchos problemas para escribir a máquina, pues los dedos le abarcaban dos o tres teclas a la vez. Un día, el Tate me comentó que Ricardo no hacía muchos años era carretero. Yo le pregunté cómo es que estaba haciendo de oficinista y él me dijo que esa era una pregunta para la cual no tenía respuesta.

De vez en cuando se celebraban reuniones en el despacho de Pepe, cuyo carácter yo no tenía muy claro, y a las que asistían, entre otros, Tomasito Bejarano y Santiago el de la Chocha en calidad de algo así como agente rural. En una de estas reuniones, el tal Santiago dijo algo a lo que Tomasito contestó "total que yo me via tené que dí a arar" y el otro le replicó "pues hijo mío, cuál es tu sitio". A Santiago, de tanto en tanto, le pagaban algo no sé en concepto de qué. A mi estos aspectos me pasaban bastante desapercibidos. En una oficina adyacente también estaba un tal Joaquín Maroma, que de vez en cuando también caía por allí a pasar un rato de cachondeo, no sé cual era su ocupación.

Una mañana apareció por la Hermandad Rafael el cabo los guardas y al verme allí me dijo "coño, Juan cómo es que no estás con la pandilla corriendo perdigones por los rastrojos. Joíos, dais más guerra que los cabreros. Supongo que tu padre te habrá buscao una ocupación de más provecho para las vacaciones. Arrimó una silla a la mesa del Tate y se sentó. Enseguida apareció por allí Joaquín Maroma y le preguntaron "¿qué, Rafael, con cuántas turistas te has retratao esta semana? Al parecer, cuando patrullaban cerca del cruce, las turistas paraban el coche y les pedían hacerse una foto montadas a la grupa del caballo. O sea, que es probable que donde más fotos haya de los guardas rurales de aquella época sea en el álbum familiar de turistas americanas, francesas, inglesas. Y es que Rafael el Paraeño y Francisco Carmona el Tatao, sobre caballo eran, además de guardas, un buen reclamo turístico. Rafael estuvo cosa de una hora tratando de varios asuntos con el Tate y, al final, éste le dio unos cuantos recibos de guardería para que tratara de localizar a los titulares, que vivían en el campo, y cobrarlos.

También le informó de cómo había quedado la situación de los pastos, según la subasta realizada, para que estuviera informado de quién y dónde podía meter la piara. Al marcharse, Rafael me dijo "bueno, Juan, espero que no nos deis más quebraderos de cabeza, ya sois mayorcitos y hay que ir pensando en trabajar". En efecto, nos hacíamos mayores y se acababan los tiempos de reunirse por la mañana y decir ¿dónde vamos hoy, a la Peñuela, a la Fuente el Pino o a cualquier otro sitio que se nos ocurriera? La pandilla había empezado a disolverse. Miguel Miranda entró de botones en el casino de los señoritos, Luis Pelayo se fue al canal a coger algodón, yo pasé los dos últimos veranos haciendo recados en la hermandad, Blas el Conejo ya hacía tiempo que trabajaba con su padre en lo de Manolito el de la tienda y otros ya hacía más tiempo que se habían ido incorporando al mundo del trabajo.

Nosotros no teníamos muy claras las atribuciones de los rurales y cuando íbamos de correrías por el campo y veíamos salir de detrás de un chaparro al Tatao con el caballo lo normal era echar a correr. Él nos gritaba "¡muchachos, no corráis, vení paquí, qué hacéis tan lejos del pueblo con este sol y sin una mala gorrilla en la cabeza. No sabéis que en el campo hay bastantes peligros, hay culebras venenosas, no os bañéis en las lagunas, que en el fondo tienen cieno y os podéis quedar enganchaos, tened cuidao con los  pozos. No os metáis por los sembraos, no comáis palmichas o se os pegará la enfermedad de los conejos. Venga tirad pal pueblo que por esta vez no le diremos nada a los padres. La verdad es que aunque nos infundía respeto, en la soledad del campo la figura del guarda rural sobre el caballo, aunque fuera en la lejanía, también nos daba una cierta sensación de seguridad.