El escritor irlandés Flann O’Brien nos da un mensaje oportuno sobre una cara algo más siniestra de la bicicleta y de su íntima relación con nosotros. En The Third Policeman (El tercer Policia) el sargento Pluck explica por qué protege a sus parroquianos robándoles las bicicletas.

- ¿Has oído hablar alguna vez de la teoría atómica me preguntó el sargento Pluck?
- No, respondí.
Él aproximó la boca confidencialmente a mi oreja.
- ¿Te sorprendería saber, dijo con voz opaca, que la teoría atómica está haciendo estragos en esta parroquia?
- Desde luego que sí.
- Está efectuando una labor de destrucción inenarrable, añadió.
La mitad de la gente está afectada por ella, es mucho peor que la peste.
- La teoría atómica, me justifiqué, es algo que no está demasiado claro para mí.
- Michael Gilhaney, prosiguió el sargento, es un hombre casi destruido por el principio de la teoría atómica. ¿Te chocaría mucho saber que ya es casi media bicicleta?
- No hay duda de que me chocaría muchísimo.
- ¿Sabes quizás lo que sucede cuando golpeas una barra de hierro con un buen martillo o con un instrumento de forja?

- ¿Qué?
-Cuando el martillo cae los átomos se escapan hacia el extremo de la barra y allí se juntan y se amontonan como huevos debajo de una buena gallina ponedora. Después de un ratito en el curso del tiempo, comienzan a moverse e intentan llegar a donde estaban anteriormente. Pero si continúan golpeando la barra bastante tiempo y con bastante fuerza, entonces no tienen la menor oportunidad de recuperar su posición anterior y ¿qué ocurre entonces?
- Desde luego es una buena pregunta.
- Pregunta a un herrero cuál es la respuesta correcta y te dirá que la barra se desvanecerá gradualmente si continúas dando esos duros golpes. Algunos de los átomos de la barra pasarán al martillo y la otra mitad pasará al yunque, o a la piedra, o al artículo que hayas colocado debajo de la barra.
- Eso es una verdad como un templo, asentí.
- El resultado puro y simple de esto es que la gente que se pasa la mayor parte del tiempo de sus vidas montados sobre bicicletas de hierro que ruedan sobre los pedregosos caminos de nuestra parroquia tienen la personalidad mezclada con la personalidad de sus bicicletas como resultado del intercambio de átomos, y te sorprendería saber el número de personas de este pueblo que ya son mitad hombres y mitad bicicletas.
Dejé escapar una exclamación de asombro que sonó en el aire como un pinchazo repentino.
- Y aún más sorprendente es saber el número de bicicletas que son mitad humanas, mitad hombres, mitad parte de la humanidad.
- ¿Y cómo se comportan esas bicicletas hombres?
- ¿Esas bicicletas hombres?
- Quiero decir esos hombres bicicletas o como se llamen... me refiero a las que tienen dos ruedas y un manillar,
- El comportamiento de una de esas bicicletas que tienen un gran contenido de humanidad es muy chocante y verdaderamente sorprendente. Nunca puedes verlas moviéndose ellas solas, pero te las encuentras inesperadamente en los sitios más insospechados ¿No has visto nunca a una bicicleta que está apoyada cerca de una chimenea caliente cuando la leña chisporrotea?
- Sí, claro.
- No muy lejos del fuego.
- Sí, sí.
- Suficientemente cerca como para poder escuchar la conversación de la familia.
- Sí.
- Desde luego no están a mil o dos mil kilómetros de donde se guardan los comestibles.
- No me había dado cuenta. ¿Quieres decir que las bicicletas comen comida?
- Nunca se las ve comiendo, nadie puede sorprenderlas cuando está masticando un buen filete. Todo lo que sé es que la comida desaparece.
- ¿Cómo?
- No es la primera vez que he encontrado migajas en la rueda delantera de alguno de esos caballeros.
- ¿Y cómo puedes saber que un hombre tiene una buena cantidad de bicicleta en sus venas?
- Si tiene más del cincuenta por ciento lo puedes asegurar sin la menor posibilidad de error por su forma de caminar. Anda de forma rápida y deslizante y nunca se sienta, siempre se apoya contra la pared con el codo y permanece toda la noche en la cocina en vez de irse a la cama. Si caminara despacio o se detuviera en medio de la calle se caería y sería alguien de fuera quien tendría que levantarlo y ponerlo de nuevo en movimiento. Este es el estado en que se encuentra al pobre cartero y no creo que pueda salir nunca de él.
-Nunca más volveré a montar en bicicleta, concluí.