Las culturas van y vienen en la historia. Lo que ayer parecía inmortal, mañana habrá desaparecido sin dejar recuerdos. Aunque siempre en la memoria colectiva queda algo que no sabemos interpretar, está ahí oculto y nos hace pueblo. No nos engañemos: existen costumbres mal llamadas arte, mal llamadas culturas, patrimonio, que solo nos explican la crueldad de un pasado que no podemos justificar. Nadie lo haría con el ahorcamiento de galgos al final de las temporadas de caza a pesar de haber sido una costumbre durante mucho tiempo. Ni con el lanzamiento de una cabra desde una torre como se ha hacía hasta hace poco en la provincia de Zamora.

Llegados a esta punto, aparecen las corridas taurinas como fiesta cruel e innecesaria y a continuación la polémica de si es una tradición milenaria, si es algo ya obsoleto, arte, negocio o ambas cosas. ¿Tradición milenaria? También lo eran las luchas de gladiadores y no por eso son vistas como bondad cultural, a pesar de que en ellas intervenían personas conscientes de lo que hacían y que a veces, aunque esclavos, llegaban a alcanzar fama y libertad. Durante más de mil años fue un espectáculo muy popular en todo el imperio romano, pero hoy en día no sería aceptado por su violencia y crueldad. El toro es conducido al sacrifico sin tener opción de escapar al mismo. Es un espectáculo obsoleto en un mundo en el que las tradiciones crueles, véase la ablación del clítoris, no tienen cabida.

No estoy comparando ambos hechos. Solo haciendo un ejercicio de reflexión respecto a cómo tradiciones mal llamadas culturales son vistas, gracias a la toma de conciencia de grupos concretos, en este caso las mujeres, como aberrantes y fuera de los derechos más elementales. ¿Arte? En nombre de algo tan subjetivo como el arte se han cometido injusticias y crueldades a lo largo de la historia. Escucho decir que es un baile entre el torero y el toro, una lucha llena de belleza. ¿Dónde está la belleza en una lucha desigual donde siempre gana el torero con su inteligencia frente al toro que solo sabe defenderse sin estrategia y sin posibilidad de escapar?

Negocio, sí, para los que defiende las corridas intentando envolverla en un mal llamado romanticismo y solo pretenden salvar su dinero y sus privilegios, que antaño fueron aceptados por el pueblo. Un pueblo ávido de diversión, empobrecido, que encontraba en los toros una puerta a la fama, y el dinero, aunque como dice la copla, cantada por Concha Piqué, Doña Sol, el torero siempre era el pueblo y el señorío y aristocracia era la clase que en un momento dado podía contemporizar con el pueblo, pero solo a la hora de la diversión, de “la juega”. No vayamos a confundirnos.

“Fue doña Sol de Saavedra
Dama de ilustre blasón,
Sobre su escudo de piedra
Campeaba un corazón.
La cortejaban todos los caballeros
Y el que más la quería era un torero calé y hermoso,
Que en la plaza de Ronda se hizo famoso.
Y a su palacio sombrío de la calle de Alcalá,
Para vencer su desvío el torero fue a cantar:
Es muy pobre mi cuna para tu señorío,
Pero igual que a mi mare,
Corazón, te venero.
Doña Sol, lucero mío,
Tu querer me embrujó,
Tu querer me ha "perdío…”
El pobre torero no pudo más que morir en la plaza para demostrar su amor. Pobre la criatura.

(Fotografía de Giovanni Calia)