En la película Annie Hall, un niño alter ego de Woody Allen pronunciaba una frase casi filosófica que se hizo muy popular “El universo se expande”. Alby, deprimido ante el fin de la humanidad, había dejado de hacer sus deberes, su madre insistía en que “Brooklyn no se expande, ni lo hará nunca”. Mi barrio tampoco se expande, hace mucho tiempo que no queda un metro cuadrado por construir. Ni siquiera sé de qué color es la tierra bajo el asfalto. Es extraña la ley física que permite a un cuerpo ocupar más espacio del necesario. Los cambios en la temperatura y la presión hacen que los gases modifiquen su densidad, sus moléculas tratan de ocupar el mayor espacio posible. Este fenómeno es conocido como expansión de Joule. Pero no son los gases los únicos que tienen esta cualidad.

Pudimos comprobar cómo se expandía el virus Covid19 sin que tuviésemos armas para defendernos. En paralelo se propalaba la codicia de desalmados piratas dispuestos a forrarse con la desgracia ajena. Amigos de amigos, primos y cuñados, hermanos y novios, allegados adjuntos y algún otro con contactos que pasaba por allí, ensanchaban sus cuentas b en paraísos fiscales. Se agrandaban sin parar las listas de fallecidos en las residencias de Madrid, ancianos a los que no quisieron trasladar a hospitales. Mientras se levantaba un mastodonte huero, una nave industrial a la que llamaron pomposamente hospital de pandemias. Al mismo tiempo la libertad se reducía a tomar cañas en las terrazas de los bares, que se expandían ocupando más y más espacio, atestando las aceras. El espacio público al servicio de la cartera de alguien. Todo normal.

Al parecer cualquier objeto, animal o cosa, es susceptible de multiplicar su tamaño si encuentra una buena excusa para hacerlo. “Parece mentira lo que la dicha estira sin ser de goma” concluía una asombrada y exhausta amante. Se esparcen como polen en el viento los bulos, embustes y mentiras fabricados con aviesas intenciones. La plaga se hace incontrolable cuando hay “medios de comunicación” que dan por bueno todo lo que sirva como munición contra sus “enemigos políticos”. La verdad y la mentira ya no son realidades, ahora son opiniones.

Por encima de la realidad está el relato y siempre se encuentran relatos llenos de eufemismos que justifican todo. Las mayores barbaridades se hacen pasar por catástrofes inevitables, como si la mano del hombre nada tuviese que ver. Hace años hubo una eufórica expansión comercial, “había llegado la libertad”. El dinero podría recorrer el planeta sin detenerse a dar explicaciones y de paso escamotear impuestos. A eso le llamaron globalización, lo aplicaron a la moda, la comida exótica y la música hortera, pero sobre todo al dinero. No se les ocurrió globalizar los derechos civiles, las libertades (las de verdad), los derechos laborales… La infamia tiene permiso para expandirse.

El progreso da exactamente lo mismo, el ser humano o deberíamos decir inhumano, en cuestión de poder sigue viviendo mentalmente en la Edad Media. El deseo de ensanchar fronteras para quitarle lo que es suyo al vecino sigue vivo. Lebensraum es una palabra alemana que viene a significar espacio vital, se convirtió en un dogma del nazismo que utilizaron para darle carta de naturaleza a la invasión de Los Sudetes con el pretexto de que sus habitantes alemanes estaban en peligro. El cabo austriaco probó y le salió bien, nadie hizo nada. Las justificaciones de lo injustificable convirtieron al canciller alemán en un “hombre de paz“ para los asustados políticos europeos. Su “legítimo“ espacio vital acabó provocando más de sesenta millones de muertos. No sólo hubo seis millones de judíos, también fueron asesinados republicanos españoles, izquierdistas alemanes, demócratas en general, gitanos, homosexuales, enfermos mentales...  soldados de todo el mundo; muchos, muchos hombres y mujeres inocentes.

Putin, el nieto de Putin habla sobre, cómo no, del espacio vital del ancestral pueblo rus y de que Ucrania les pertenece por derecho histórico. Es comprensible, los rusos no caben en Rusia pese a sus más de 17 millones de kilómetros cuadrados. Se sienten amenazados, todos los expansionistas se sienten amenazados, todos atacan preventivamente para quedárselo todo.

Hace setenta años que los israelíes tienen miedo de los palestinos. Por eso llevan setenta años robándoles el agua y la tierra, el pan y la sal. Jehová dice que son el pueblo elegido, que esa, no sabemos cuánta, es su tierra prometida. Protegidos por su dios, tan verdadero como todos los demás, matan inocentes, dejando un terrible silencio de cascotes y polvo gris en Gaza, mientras los colonos se instalan y practican el tiro al palestino en Cisjordania.

A Donald Trump y sus acólitos garrulos les tiemblan las piernas ante los terribles invasores centroamericanos. Ellos huyen con la espalda húmeda de los efectos del expansionismo de Estados Unidos que ha quitado demasiados gobiernos hostiles para sustituirlos por otros afines en Latinoamérica. No es que no me guste la flexibilidad, pero hay cosas que no deberían expandirse. No voy a invadir la casa de mi vecino, a mí lo que sí me da miedo es la hipoteca.