"A los libros se llega como a las islas mágicas de los cuentos, no porque alguien nos lleve de la mano, sino simplemente nos salen al paso". (Gustavo Martín Garzo).

Recordaba estas palabras del escritor vallisoletano al entrar en la librería Casa Tomada y toparme con un libro de Ursula K. Le Guin que andaba buscando desde que leí "Los desposeídos", que es una de mis autoras de ciencia ficción favoritas. Viajando hacia Fuentes con el libro entre las manos pensaba en el acto de leer, acto que siempre me ha fascinado, igual que el acto de hablar. Una de las cosas más bonitas que he vivido ha sido el proceso del aprendizaje del lenguaje de mis hijas. Escribimos, leemos, hablamos porque hemos desarrollado la imaginación. El arte de narrar que nos hizo humanos, capaces de trasmitir ideas, sentimientos y descubrimientos.

Me atraen los libros. Tienen un imán irresistible que me hace entrar en una librería sin proponérmelo, sin remedio. Me gusta el papel, su olor, su tacto, poner un marca páginas para luego seguir con la lectura. Ir despacio cuando se acerca el final, volver atrás cuando siento que no he captado todo lo que las palabras me quieren decir. Leer nos enseña a hablar, a dialogar, a desarrollar empatía. Cuántas veces hemos llorado, reído, sentido compasión por personajes literarios que hemos vivido como nuestros.

Leer nos ayuda a exteriorizar sentimientos confusos, difíciles de trasmitir. Los libros nos hacen narradores, nos salvan y nos hacen soñar. La historia del libro como nos la narra Irene Vallejo en “El infinito en un junco” es una aventura increíble, maravillosa. El libro nos ha conservado historias de seres humanos que se hubiesen perdido en el transcurrir de los siglos. Vivimos tiempos de incertidumbre y crisis, pero los libros nos enseñan que eso no es nada nuevo. Como dicen "Las hijas de Felipe", todo lo que te pasa le pasó a alguien en los siglos XVI y XVII.

Leer cuida nuestra salud, nuestro cerebro se mantiene vivo, curioso, esa cualidad que nos ha hecho desarrollarnos como seres humanos, con la lectura.  Me gusta imaginar el momento, imposible de saber, en el que surgieron los primeros cuentos, seguramente a la luz del fuego en una cueva, en una choza o en mitad de la sabana. Más tarde en oriente, seguramente, se hicieron inmortales esas historias salvadoras como le ocurrió a Sherezade. Somos seres narrativos y el libro es el instrumento que nos ayuda a serlo.