Conviene recetar un poco de mesura para estos tiempos de zozobra. Las vacunas, en general, son extremadamente necesarias, como buena parte del enorme arsenal de medicamentos que tenemos disponibles. Es ya un lugar común, aceptado por casi todo el mundo, decir que ningún medicamento es absolutamente inocuo. Muchos tienen efectos adversos, pero curan más que matan, reparan más que dañan nuestro organismo. Eso es lo importante.

En ese sentido, tanto la Agencia Europea del Medicamento como la OMS están diciendo lo que toda persona mínimamente informada sabe o debería saber: que en el uso de cualquier medicamento hay que poner las ventajas en un platillo de la balanza y los inconvenientes en el otro platillo. Y ver en qué sentido se inclina antes de decidir qué hacemos. Eso es exactamente lo que están haciendo las autoridades sanitarias en este momento con la vacuna de AstraZeneca, medir los posibles efectos adversos para compararlos con sus beneficios. Y no nos debe caber la menor duda de que elegirán lo mejor para la mayoría.

En momentos como los presentes son comprensibles la desconfianza y el miedo, pero deberíamos tener en cuenta dos cosas. Primera, que detrás de las principales agencias sanitarias hay científicos de reconocida solvencia. Segunda, que el mero hecho de vivir entraña peligros. Sobre lo primero, debemos confiar en la ciencia y en que prevalecerá el interés común. De hecho, nada más tenerse conocimiento de unos pocos casos sospechosos se ha paralizado la administración de la vacuna de AstraZeneca, prueba de que los sistemas de vigilancia funcionan con rapidez y eficacia.

Por otro lado, no tenemos más remedio que confiar en la ciencia y en las autoridades porque lo contrario nos lleva al desánimo y a la desesperación. Necesitamos las vacunas urgentemente para parar esta escalada de muertes que parece no tener fin. Y las necesitamos, entre otras cosas, por nuestra incapacidad de comportarnos debidamente adoptando elementales medidas preventivas como son el uso de la mascarilla, la distancia de seguridad y el lavado de manos. Le pedimos a la ciencia que nos resuelva ya un problema que, en mucha medida, originamos con nuestra falta de autocontrol.

Las prisas y la desconfianza no deberían hacernos perder de vista que vivimos en una sociedad expuesta a multitud de peligros, muchos de ellos asumidos como "normales" por el paso del tiempo. Me refiero a los cientos de muertes, heridas y discapacidades que provocan los accidentes de tráfico, a los millones de cánceres, muchos con resultados mortales, producidos por el tabaquismo. Me refiero al alcoholismo, a la contaminación atmosférica y de los alimentos, al uso de materiales de construcción insalubres...

No estamos pidiendo que se dé manga ancha al uso de la vacuna de AstraZeneca, sino que midamos las consecuencias de su rechazo sin contemplaciones, que pensemos en el daño de actitudes negacionistas. Hoy hemos tenido que leer en las redes sociales que todo lo relacionado con el virus es mentira, que nos utilizan como conejillos de indias, etcétera. No. Ni so que te pares, ni arre que trotes. Mesura, responsabilidad y confianza en la ciencia.