En un día como este estoy tan perdido como el mundo al que pertenezco. Estupefacto ante la cutre realidad, camino sin correr por la vereda del tiempo, sin dormirme para no ser arrastrado por la corriente. El mundo puede estallar en cualquier momento, habrá que estar preparado para convertirse en polvo. Ahora que ya estamos en el futuro, ese que nunca imaginamos, todo me parece pretérito. Soy de un mundo que ya no existe. El péndulo quiere repetir su posición como ha hecho siempre, se mueve con rapidez de la luminosidad a la negrura, empezar y acabar es la misma cosa. Somos una repetición de patrones, una imagen plagiada en espejos enfrentados, repetida hasta el infinito.
En un día como este, seguimos siendo imitadores quizá por vagos, tal vez por cobardes, probablemente por zampabollos. Ser eco es más rentable que ser voz. Clamar en el desierto tiene el valor del arrojo inconsciente, hay que gritar con la paciencia del beduino porque la arena es sorda, pero no muda. El viento repite ululando los sonidos ajenos. De otros lados llegan distorsionados, convertidos en ruido que cambia de dirección, prisioneros del abrasador simún. Allende los piélagos, un flautista mentiroso hace tocar la flauta y todos bailamos contentos, orgullosos de nuestra capacidad de adaptación. El coro griego no descansa, adula al amo y se erige en cronista de la distorsión. El aire se vuelve espeso, los ardientes granos de arena borran la línea del horizonte.
En un día como este, pienso: ¿y si tuviera razón el legionario general, carnicero y tuerti-manco que berreaba muerte en Salamanca? ¿Y si finalmente hubiese muerto la inteligencia? Unamuno, atormentado, caminaba encorvado, pero mirando al ojo sin parche del monstruo, muy triste ante una humanidad descompuesta. De ser así, de haber muerto la inteligencia, la glosa enmendadora, escrita a pie de página con sangre roja y tinta negra, habría devorado toda la poesía que no rimase con los secos vientos de poniente, poco rentable para contables y panfletarios, reyes de la propaganda del truco del almendruco. Lo negro se vuelve blanco, lo blanco invisible. La certeza sustituida por el embuste se hace ley escrita en barro cocido.
En un día como este se repite la impotencia que se vuelve grito en las calles con el deseo renovado de la anti intolerancia “¡no pasarán!” Enfrente, manadas de homúnculos apestando a alcanfor rebuznan abrazados a las banderas de los viejos odios. Quieren ser esclavos ignorando que ya lo son. Los hijos de la “libertad, amnistía y estatuto de autonomía” creen que el estado de las cosas es atmosférico, no depende de sus albañiles. Creen en superhéroes salvadores de patrias con súper poderes capaces de convertir el vino en agua.
En un día como este, el sol ya no entra por la ventana, el otoño llega arrastrando los pies, desplazado por un verano obeso. No apetece mucho vivir, con ir tirando vale, pero Romeo y Julieta se siguen amando y muriendo en la guitarra y la voz de Mark Nofleck. Todavía queda música en las latas de la memoria. Hay una fiera corrupia peor que el virus de la malaria y “Alien” juntos, que deja obsoleto lo útil, que ensalza la mediocridad confundiendo lo nuevo con lo mejor. Algunos lo llaman mercado, otros se quejan diciendo “así es la vida”, a unos pocos incapaces de comer más les parece bien la ley de la selva, siempre que ellos estén en lo alto de la pirámide trófica.
En un día como este, la gente sigue viviendo para nada, sigue muriendo por nada. Los que se autodenominan prohombres se esfuerzan mucho en dejar un bonito cadáver en una biografía autorizada que nadie leerá. El viento se llevará la gloria al cañón del olvido, de cuya localización no quiero acordarme. El lugar exacto del vertedero me lo desveló un imbécil con ínfulas, pero tampoco me quiero acordar de su nombre. Qué sé yo, igual este es un mal día, tan igual a otros, que aburre pesadamente. Otro mes empieza con su procesión de facturas peludas, las cadenas ya no llevan grilletes, sino fechas de vencimiento.
En un día como este me recuerdo a mí mismo que soy un superviviente, pero no existo por inercia. Llegar hasta aquí es y ha sido duro, tanto que a veces me lleno de orgullo por lo logrado sin halagos, sin regalos. Me rio de las vidas insulsas de otros, imitadores de gente inconsistente, muertos de aburrimiento, se dopan con vanidad en un mundo nevado de caspa. Me río porque sé que se van a morir igual, pero infelices, más infelices, mucho más infelices. Tan esclavos de sí mismos como indigentes de espíritu, creyéndose estrellas, interpretan un papel secundario en la película de su vida.
En un día como este, entre nubes y nubarrones, todo es como siempre, qué pena que la esperanza no sea verde. No desapareceremos de la Tierra todavía, pero lo intentaremos con denuedo.

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