En Fuentes vamos camino de vivir como los esquimales. Encerrados en casa. Pero aquí huyendo del calor extremo como ellos huyen del frío. Saliendo lo imprescindible durante los largos meses de verano. Para ir al trabajo o hacer los mandados. Los pobladores de los polos temen al viento gélido como aquí tememos al solano abrasador. Por debajo de 25 grados el viento quema la piel lo mismo que por encima de los cuarenta. No hay diferencias. Habrá que ir pensando en construir en la campiña algo parecido a los iglús, casas resistentes a condiciones climáticas extremas, y en crear otro estilo de vida.
A las cinco de la tarde de este mes agosto es una temeridad salir a la calle. Puede ser mortal realizar determinados trabajos a la intemperie. Hace semejante calor en julio y en muchos días de junio. Lo mismo ocurrirá probablemente en septiembre. El verano extremo se han zampado a la primavera y al otoño. El verano suave ha desaparecido. Que el termómetro marque 38 grados a las diez de la noche forma parte de la normalidad de estos días. Este sábado sólo en las primeras horas o en las últimas de la tarde ha andado apresurada la gente antes de la llegada del calor. El resto del día el aspecto de las calles de Fuentes recuerda a los peores momentos de la pandemia. Confinamiento domiciliario decretado por el calor.
Así, poco a poco, la población se va acostumbrando a vivir gran parte del día en el interior de las casas. Antes, en verano vivía fundamentalmente en la calle y la consecuencia de ello fue la instauración de una cultura extrovertida, social, alegre. A la calle salía para todo. Hasta a tomar el fresco sentados a la puerta de las casas. Es verdad que las casas de antes ofrecían muchas menos comodidades que las de ahora. Las calles atraían y las casas repelían. Ahora es al revés y eso, a largo plazo, tiene que tener consecuencias en nuestro estilo de vida, cuya trascendencia es todavía difícil calcular.
También es cierto que en el pasado hubo veranos de temperaturas extremas y que en invierno volverá a hacer frío. Es verdad que estamos perdiendo capacidad de soportar las incomodidades y que a todo le llamamos "ola", en invierno de frío y en verano de calor. Probablemente porque tendemos a la exageración y al drama. Porque de todo hacemos un espectáculo. Que en verano haga calor y en invierno frío no es noticia. Que venga una ola de calor o frío, sí. Todo es según el color del cristal con que se mire. El cristal ahora es tremendista, tal vez porque por primera vez le estamos viendo las orejas al lobo del cambio climático, que haberlo, haylo.
Pese a todo, ojalá estos veranos de temperaturas extremas sean un fenómeno pasajero y que volvamos a tener julios y agostos como los de antes. Inviernos fríos, primaveras primaverales, veranos calurosos y otoños dorados. Ojalá la vida en la calle no quede reducida en verano a las primeras horas de la mañana y a partir de las diez de la noche. De lo contrario, viviremos casi como los esquimales, encerrados en casa la mayor parte del tiempo huyendo del calor abrazador del solano.