Trabajar en un satélite que presta servicios logísticos a un Planeta, del cual depende, hace que cualquier día normal adquiera tintes de ciencia ficción. Si atendemos a lo tronada, al carácter estrafalario de su tripulación y a que prestaba servicios mercenarios en la galaxia, la nave bien podría haber sido el Halcón Milenario YT-1300 de Han Solo en la Guerra de las Galaxias, pero aunque tenían estas similitudes, las diferencias eran muy acusadas en todos los demás aspectos. Una de ellas, tal vez la fundamental, fue que en un plazo no muy lejano el imperio decretaría que no volviese a remontar el vuelo nunca más, a pesar de los esfuerzos de la tripulación, y decidió enviarla al desguace.

Aquella mañana había un atasco de pelotas en el tráfico aeroespacial, así que llegué a la base con algo de retraso. Aterricé en el hangar 236 y, antes de pasar por la oficina, me fui directamente a la cafetera, a ver si con uno de aquellos brebajes infernales conseguía aterrizar del todo en la realidad cotidiana. Tuve que rebuscar por los bolsillos, ya que en la puerta de la nevera, que estaba al lado de la máquina del café, alguien había colocado el pequeño disco imantado con la señal de stop, signo inequívoco de que aquel día ya estaba cubierto el cupo de cafés que podían sacarse gratis utilizando arandelas y discos de plomo que el mecánico espacial elaboraba con profusión, aplastando los precintos en una prensa con un utillaje que se había fabricado a tal efecto.

El encargado del mantenimiento de la cafetera cogía al principio unos rebotes del copón cuando venía a hacer la colecta semanal y se encontraba que, en vez de monedas, había un montón de chatarra. Pero cuando calibró, mediante la correspondiente estadística, el volumen de la sisa, se lo planteó a su patrón, y viendo ambos que el respetable con el que tenían que habérselas era gente seria que respetaba el cupo, y que por otra parte no le daba más opciones que llevarse la máquina o tragar, decidieron tragar, de momento. Más suerte tuve con la máquina de las pastas.

Al parecer, la gente aquella mañana había venido desganada y encima del microondas, situado al lado de la máquina de las pastas, ondeaba sobre su pequeño pedestal la bandera pirata, clara señal de que se podía entrar al abordaje, así que cogí del lugar donde la teníamos guardada la varilla de comprobación del nivel de aceite que habíamos sacado de uno de los módulos de aterrizaje a medio desguazar que había en el hangar 897 y que, convenientemente modificada por Mike, era una llave maestra para sacar de la máquina, sin que te costara un duro, el producto de tus preferencias.

Escogí un pack que llevaba dos palmeritas recubiertas de chocolate, lo hice salir, y volví a guardar el útil en su lugar. Estaba saboreando tranquilamente el improvisado desayuno cuando se abrió la puerta y entró Manu diciendo "el coronel te anda buscando". Le hemos dicho que ya hace rato que andabas por la base, pero insiste en que se la ha pateado tres veces de punta a punta y no te encuentra por ninguna parte. ¿Sabes de qué va el tema? Va diciendo algo de un negocio importante que tienes que ir a tratar con D. Barrientos en su oficina del planetoide.

Aquel curioso personaje era conocido en todo el ámbito de la galaxia como Dan Barry por su parecido con un personaje del Tebeo de los años cincuenta llamado Dan Barry el Terremoto, también le llamaban el comandante. ¿Sabes por dónde anda ahora el coronel? Está en el módulo 12. Vale, vete para allá y le dices que acabo de llamarte desde la zona B, que se había disparado la alarma y que ahora vengo. Me fui hacia el módulo 12, entré por el extremo opuesto a donde estaba el coronel y me acerqué, dando un inocente buenos días.

¡Coño, ya aparece usted! ¿Dónde estaba metido? Vengo de la zona B, el Pollito (vigilante nocturno) ha dejado una nota en el parte de vigilancia diciendo que esta noche se ha disparado la alarma varias veces. (En la zona B almacenábamos los que podrían ser llamados productos especiales, para saquear allí había que tener patente). Y hay alguna anomalía, preguntó el coronel? No, todo está en orden. Menos mal, bueno coja la chaqueta y váyase a ver a Dan Barry, que dice tener un negocio importante que proponernos.

La oficina de Dan Barry en el Planetoide tenía bastante en común con aquel tugurio donde se reunían todos los maleantes de La Guerra de las Galaxias, incluyendo a la princesa Leila bailando encadenada por una patita. De las varias personas que estaban citadas aquella mañana fui el último en llegar, así que el Comandante, en cuanto me vio aterrizar, se vino hacia mí y me dijo: vete a la mesa de Pepilu y, en el cajón de la izquierda, encontrarás un panfleto con los nuevos protocolos de seguridad en el trabajo que regirán en toda la Galaxia a partir de este momento y que tanto el personal propio como el subcontratado tendrá que cumplir a rajatabla. Como suministrador de personal subcontratado, te afectan de forma muy directa, así que míratelos detenidamente, pero con rapidez. Te concedo un máximo de media hora, más tarde te haremos llegar una copia impresa. Después nos iremos a toda leche a un local del Vapor Torrado para examinar el material objeto del negocio que tenemos que tratar. Te espero y vamos en mi aeronave, que llegaremos antes.

Me fui a la mesa del Pepilu, delegado imperial de prevención de riesgos, ahora de vacaciones, y abrí el cajón de la izquierda, tal como dijo el comandante, esperando encontrar el anunciado panfleto con los famosos protocolos. Con lo primero que tropezó mi vista fue con una revista porno de las más guarras. Como el cajón estaba atestado de papeles, pensé que tal vez lo que buscaba estuviera debajo de la revista. Debajo había otra revista y luego otra y otra y así hasta el final del cajón. Registré concienzudamente todos los rincones de la mesa sin encontrar otra cosa que la citada colección de pornografía.

El Pepilu se había ganado a pulso el San Benito de “viejo sátiro” que le habían colgado. De los famosos protocolos, ni rastro. El comandante, famoso por su impaciencia, entre otras cosas, de la media hora ofrecida no me dejó más de diez minutos, pasados lo cuales se acercó a la mesa, pero no lo suficiente para ver el contenido de los cajones, y me preguntó: ¿qué, has mirado ya los protocolos de seguridad? . Siiiii, contesté yo. Como habrás podido ver, son muy precisos y rigurosos en lo que respecta a seguridad en el trabajo. Yo más bien los encuentro algo rarillos comandante.