¿Cómo olvidar a Carmela, la peluquera más garbosa de Fuentes? ¿Realmente era ese su nombre? ¿Por qué vino a Fuentes Carmela? ¿De dónde venía? Puede que las fontaniegas y fontaniegos más jóvenes no sepan de quién hablamos, pero exceptuándolos a ellos, todos la conocíamos. Carmela peinaba a medio Fuentes. Fue la precursora de las agencias de viaje en nuestro pueblo. Gracias a ella, paisanos nuestros vieron el mar por primera vez. De ella fue la idea de implantar el baile en el hogar del pensionista. Ni corta ni perezosa “se plantaba” en el gobierno civil a reivindicar algo para nuestro pueblo. Paradójicamente, muy pocos sabían que llevaba el nombre de nuestro pueblo en su apellido y desde que puso el pie aquí, pasó a dominar su corazón.

Carmela se llamaba realmente Matilde de la Fuente Santiesteban, pero se cambió el nombre para venir a nuestro pueblo porque decía que “Matilde era nombre de portera”. Y ella era presumida. Vivió en Sevilla, en la céntrica calle Alfaqueque, cerca de la plaza del Duque. Era la cuarta de trece hermanos, hija de propietarios de varias fruterías, pero decidió cambiar su Sevilla natal cuando conoció a Manolito Isnard en una Semana Santa. Él era entonces un guapo mozo de ojos azules, 22 años mayor que ella, que la conquistó y con quien se vino a vivir a Fuentes.

Por razones que la razón no entiende, Matilde pasó de peinar a artistas de la época, alguna que otra aristócrata y “señoras bien” de la Sevilla de los años cincuenta, a echarse al hombro su secador y venirse a Fuentes a vivir en un chozo en la Fuente el Cabo. Cuando su madre vino a visitarla, con motivo del nacimiento de su segundo hijo, eran tales las condiciones de estrechez y necesidad en las que vivía, que le propuso llevarse al recién nacido para aliviarles con la crianza de una boca menos. Así que José Manuel era su hijo sevillano que la visitaba en vacaciones.

En aquellos años, Carmela venía a diario al pueblo caminando a peinar a las "civilas" (las esposas de los guardias civiles). Su hija, Mari Carmen Villalba de la Fuente, recuerda cómo ellas la cuidaban en el cuartel, mientras su madre peinaba en sus casas a las señoras del pueblo. Cuando ya tuvieron casa en Fuentes, Carmela no sólo se dedicaba a trabajar con los peines, sino que se levantaba muy temprano para irse al campo a ganar un jornal. Tenía tres hijos más a los que alimentar. Cuando regresaba a las cinco de la tarde se colocaba su bata blanca y se disponía a peinar a sus clientas.

Tenía su peluquería en la esquina de la calle la Huerta con la calle del Bolo. Allí estaba hasta que se hacía de noche y entonces era cuando aprovechaba para meterse en la cocina a preparar la comida de los hijos para el día siguiente y la que ella se llevaría en la talega. También se iba a Francia a vendimiar, como muchos paisanos nuestros. Carmela era ya fontaniega por los cuatro costados, ni se acordaba de Sevilla, adoraba a su Fuentes de Andalucía y a su gente.

Carmela era generosa, nerviosa, inquieta, trabajadora, insensible a su propio cansancio si se trataba de ayudar a los demás. Muy ocupada siempre, no era de hacer visitas. Ni perdía el tiempo en conversaciones vacuas por la calle. Por eso agachaba la cabeza y caminaba rápida cuando se dirigía a hacer alguna gestión por el pueblo. Pero también era orgullosa en su generosidad. Daba y ayudaba, pero no le gustaba que le hicieran favores. Ella sí los hacía. Quería ser autosuficiente y lo lograba. Fue una mujer moderna, de mentalidad avanzada, adelantada a su tiempo. Se cuidaba. Celosa de su apariencia física, usaba pantalones en una época en que las mujeres no lo hacían, cremas reafirmantes, uñas esmaltadas, pelo perfecto y ropa a la última.

Era emprendedora. Vendió colchones, mantas, cojines terapéuticos y organizaba eventos de ventas a las empresas. Cuando murió su marido inició un nuevo negocio, “los viajes de Carmela”. Comenzó organizando autobuses para ir a las playas en verano. Todos los domingos había un nuevo viaje a una playa diferente de nuestras costas andaluzas. También al Tívoli, Marina d´Or o al curandero “el santo Manuel” en Granada. No se quedó ahí. Promovió viajes fuera de nuestra comunidad: Galicia, Asturias, Barcelona, Cantabria, Benidorm… y también allende nuestras fronteras, Italia, Francia, Portugal…

Era la animadora del autobús, cantaba, contaba chistes, instaba a la participación de los viajeros. Gran parte de sus ganancias revertían sobre sus propios clientes. En el autobús regalaba dulces, caramelos, licores y aguardientes de Ricardo Gómez y hacía rifas para regalar. Tal era su espíritu generoso, que tocaba el corazón de sus viajeros pidiéndoles que hicieran sus camas en el hotel para aliviar el trabajo de las pobres limpiadoras que tenían mucho que hacer. Les decía que sería un agrado para ellas cuando vieran al menos las camas hechas. En otro alarde de generosidad, durante un viaje a Benidorm, negoció con el dueño de una sala de fiestas, en la que le ofrecía un porcentaje por cada cliente que llevara y además le costaría menos la entrada. Ella le dio la vuelta al asunto y le ofreció traer a sus clientes a un menor precio de entrada a cambio de eliminar su comisión.

¿Qué tiene Mari Carmen Villalba de su madre? “Me brindo mucho a los demás y eso pasa factura, (si tengo alguna amiga que se lamenta porque tiene la casa con falta de pintura, le digo que en el fin de semana me pongo a pintar la casa con ella), la sociabilidad, la generosidad, el nervio, la actividad…” ¿Cómo fue como madre? “Era muy estricta y exigente, porque nos quería inculcar responsabilidad, pero a la vez era muy generosa. Los mejores vestidos y los zapatos más bonitos eran para su hija, Y, por supuesto, lo que necesitaran mis hermanos, pero a la vez sin condescendencias. Si había que castigar para que aprendieras, lo hacía sin contemplaciones”.

Cuando Carmela se hizo mayor, volcó su energía y vitalidad en el hogar del pensionista, le inyectó ánimo al lugar, montó allí una peluquería a precio más asequible para los mayores, organizó un baile y en definitiva, dinamizó el hogar. En el momento en que sintió que su falta de autonomía estaba próxima, decidió dejar su casa y marcharse a las Hermanas de la Cruz. Pudo irse con su hija, pero eso significaba vivir en Alicante. Se negó a abandonar su Fuentes querido y a perturbar la vida familiar de su hija. Fue intransigente con su decisión. Murió en diciembre de 2017. Carmela vino a Fuentes, se hizo de Fuentes y quiso morir en Fuentes.