¿Es el enemigo?, que se ponga, decía Miguel Gila desde un teléfono de baquelita. El humor es un espejo deforme que nos devuelve una imagen de la realidad, esperpéntica pero certera. Es un arma surrealista y absurda, pero muy eficaz contra la estupidez. Para entender este mundo hay que mirarlo del revés. Necesitamos el disparate para entender esta sociedad obesa, depredadora y hortera que fabrica cunetas. Por encima de todo siempre está el justificante universal, el responsable civil subsidiario, un ente abstracto culpable de todo. Primero fueron los dioses, pero como eran muchos hubo que compilarlos en uno solo, para luego acabar dándole distintos nombres. Luego el mercado, del que se dice que quita y pone a cada uno en su sitio. No me queda claro qué o quién decide cuál es mi sitio.
En estos tiempos modernos, el responsable supremo es un algoritmo, o muchos, o uno con muchos nombres, aunque es el embudo de siempre y su ley universal. La culpa es sólo nuestra, preferimos el engaño. Preferimos un país multicolor bajo el Sol, aunque nos vendan que un cordero con rayas amarillas y negras es la “Oveja Maya”. La realidad no es lo importante, sino cómo y dónde se cuenta, “la forma es el mensaje”.
No tenemos memoria, ni histórica ni de la otra. Somos como los peces del estanque del Loroparque de Tenerife; hartos de comerse las migajas de los sándwiches de manteca de cacahuete de los turistas, sacan la cabeza de la alberca pidiendo más, aún sabiendo que no caben, que les falta espacio, que no queda agua. La masa es además de desmemoriada, estúpida e insaciable. La masa se apelotona en gigantescas tiendas para comprar cosas innecesarias en las rebajas, a las que ahora les llaman con un ridículo nombre en inglés. La masa es un rebaño que necesita oír la voz del cencerro para reconocerse. Sigue a los que dicen que saben lo que dicen, aunque sólo dicen lo que saben, que a menudo es muy poco. Los iluminados se alquilan por temporadas y saben venderse muy bien. Esta sociedad es como la de los “Minions”, aquellos personajes de animación que buscan servir al mejor de los villanos.
Amados líderes, visionarios carismáticos, profetas de la salvación, sólo existen porque escuchamos sus falacias de rápida y fácil digestión. Somos nosotros quienes aupamos a monigotes circenses a manejar lo público. Al menos eso nos hacen creer, porque hay poderes sombríos e invisibles. Hay señores X, dueños de las marionetas, de las cachiporras y del embudo. No salen en la tele, ni en las redes, no conceden entrevistas, pero mandan y ordenan. El cuento es lo importante, en el relato tiene que quedar claro quién es el bueno y quién el malo, de la forma más simple posible. Somos niños, nos aburrimos y necesitamos que nos agiten un sonajero. Con frecuencia preferimos el envoltorio al regalo que va dentro, pero sobre todo, necesitamos que nos den la razón.
En este luminoso siglo volvemos a las andadas, como si nuestros abuelos no hubieran tenido bastante. Ellas y ellos, que pagaron los muslos y las pechugas de un pato que nunca se comieron, sin dejar de abonar ni un solo plazo. No esperaban que tras una guerra mundial de trinchera, barro y gas mostaza, otra civil de exterminio fraternal, otra con bombas atómicas y otra con telón de hielo y disuasión con un dedo acariciando el botón rojo, la repetición de la infamia. Este futuro convertido en presente se parece demasiado al pasado.
Siempre ha habido trincheras, pero podríamos compartir algunas. Convenir que las mentiras son mentira, que no es lo mismo “tejidos y novedades en el piso de encima” que “te jodes no ves nada y encima te pisan”. Que hay líneas verdes, amarillas y rojas, que no podemos rebasarlas todas. Que la verdad es la verdad, así la diga un líder o su jefe de gabinete. Que la honradez es mucho más que una palabra. Que la decencia no es un cuento de los que contaba mi abuelita.
Ojalá los chavales de hoy despierten a un pensamiento crítico y no se traguen las soluciones fáciles. Que no retrocedan ante la estupidez rampante. Que sepan que la libertad sólo se alcanza desde el conocimiento. Que no hay dignidad que valga un plato de lentejas. Ojalá recuerden que el acuerdo se consigue con los diferentes, no con los iguales. Que no hay un mundo de repuesto. Que no existe mi verdad o la tuya, sino LA VERDAD. Que nadie es mejor por haber nacido en un sitio determinado, por lo que tenga entre las piernas, porque le guste la carne o el pescado o por la melanina que tenga en la piel. Que humanidad sólo hay una. Que trae más cuenta amar que odiar. Ojalá comprendan que no hay manera de razonar nada con tanto ruido.