Me contó un amigo que tuvo un maestro, un cura escolapio que en consonancia con el franquismo y orgulloso de pertenecer a la mejor “raza” de la humanidad, afirmaba con vehemencia: “Dios colocó a España en el centro del mundo”. Era el concepto de superioridad geográfica, histórica y moral; la idea judeo-cristiana de ser el pueblo elegido. Franco mandaba, pero no por la gracia de Dios, sino porque el ejército, la iglesia y el capital habían dado un golpe de estado. Acabaron con la democracia porque quería cambiar el injusto orden social. Acabaron con la libertad porque amenazaba sus privilegios.

La clase cómoda se apropió a tiros de las vidas de los ciudadanos. Consideran que la tierra y todo lo que contiene les pertenece por derecho de nacimiento. España no es España sino su España. Los que comulgan con ruedas de molino son buenos españoles, los que no, traidores. Históricamente han sido patriotas, tanto que para mantener sus prebendas no dudaron en mandar a los pobres a morir por sus intereses a Cuba y Filipinas, naturalmente sus hijos no iban a la guerra. Hay mucha sangre de pobre en el rojo de la bandera.

Con la política del garrotazo, la energía de la testosterona, la acción contundente y el puñetazo en la mesa, con la cruz y la espada, gobernaron para ellos, para los elegidos. El fruto de la búsqueda de “Dios a través del imperio” fue acentuar el atraso y provocar el exilio de los más brillantes, la intolerancia a lo no mediocre. Pero el logro más importante fueron los pingües beneficios económicos. Grandes fortunas para grandes familias patrióticas.

En el glorioso franquismo, millones de españoles; andaluces, extremeños, gallegos, murcianos… huían al norte con lo puesto en busca de trabajo. Nunca habíamos estado tan fuera de todas las rutas, de todos los mapas, nunca fuimos tan irrelevantes. Éramos un país de chichinabo, el país de Pepe Gotera, Otilio y Carpanta. Hoy muchos jóvenes, varones la mayoría, eso sí adoctrinados, hablan de un mundo de Yupi, en el que los tíos “mandábamos”. Un lugar en el que había trabajo, vivienda, sanidad y educación, la superpotencia del orden y la ley. ¡Maldita ignorancia!

Hay un país que no es el mío, “la España de charanga y pandereta” que sólo habla castellano con acento de Castilla. Que sólo es católica apostólica y romana. Que sólo es blanca, que sólo es masculina y heterosexual, que se persigna antes de ir de putas. Que sólo es de derechas, muy de derechas o de ultraderechas. Ese país imaginario no ha existido nunca, salvo en sus mentes destornilladas. Es el esperpento de Valle Inclán, una parodia deformada en los espejos del Callejón del Gato.

No se puede amar España odiando a Cataluña, no se puede pedir que a los andaluces se nos pongan subtítulos porque no sabemos hablar, no se puede ser español sojuzgando a las españolas. No se puede festejar un gol de Lamine Yamal, centrado por Nico Williams y querer deportar a los subsaharianos y magrebíes que recogen los tomates de Almería. No se puede querer a España odiando a sus habitantes.

La idea de que todas, todos somos iguales les revienta.¿Quién se ha creído el vulgo que es? Hay que bajar impuestos, sustituir el estado del bienestar por la ley de la selva. El mercado es Dios y el dinero su profeta. La estirpe propietaria sabe que no es muy numerosa, sólo unos pocos son los elegidos para mangonear el cotarro. Necesitan algo similar a lo que en física nuclear se denomina masa crítica. Necesitan gente para hacer bulto y que voten creyéndose que ellos también son la élite. El obrero debe ignorar que lo es. “¡Vivan las caenas!”

No saben que la única fuerza del ciudadano corriente es estar unido, que la única solución a la inclemente temperie es tener un estado que imparta justicia social, sanitaria, educacional, salarial y hasta justicia judicial. Un estado que proteja a los niños, vengan de donde vengan y  tengan el color que tengan, a los mayores tengan la pensión que tengan, a los enfermos tengan o no seguro privado. En fin, un “Estado social y democrático de Derecho” como dice la Constitución, esa a la que se agarran algunos sólo cuando les interesa.

Ah, España, llevas siglos existiendo a pesar de ti misma. Mediocre y brillante, cutre y deslumbrante, generosa y miserable, llena de luz y tinieblas. España es un país cada vez más importante, pero le cuesta volar porque tiene las alas de cera, cuando se pone al Sol se quema. Cada vez que se cuestiona el poder de la clase bien, los agoreros repiten que nos hundimos.  Pero como en el siglo XIX, siempre hay espadones dispuestos a salvarnos de nosotros mismos. La ultraderecha no puede volver a romperlo todo con mentiras y amenazas.

“Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie;
que es nadie la muerte si va en tu montura”.  
(Rafael Alberti)