El "procés" ha muerto, viva el "procés". Lo necesitan todos los que hacen política y quieren seguir haciéndola. Lo necesita el nacionalismo catalán y lo necesita el nacionalismo español, la derecha y, sobre todo, la extrema derecha. La supuesta aspiración de independencia de Cataluña ha muerto, si es que alguna vez ha estado viva, pero al independentismo le espera larga vida. Apuesten lo que quieran, sin miedo a perder, a que la política española va a seguir prisionera del discurso de "España se rompe" lo que resta del siglo XXI. Los independentistas saben -lo han sabido siempre- que la independencia no es viable, pero eso no les importa porque viven del eslogan y consiguen privilegios con esa bandera. Los españolistas saben que España no se va a romper, pero eso tampoco les importa porque, mientras los ilusos lo crean, ellos viven del eslogan y medran a la sombra de la rojigualda.

Todos los analistas políticos coinciden en decir que el "procés" ha muerto como consecuencia de las elecciones catalanas del pasado domingo. Sin embargo, el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, saltó de inmediato a contradecirles. El procés no ha muerto porque Pedro Sánchez lo necesita para seguir en la Moncloa, resaltó. Lo que no dijo Feijóo es que Sánchez lo que necesita para seguir en la Moncloa no es el "procés", sino a los independentistas. Cualquiera que conozca mínimamente la realidad de Cataluña sabe que el independentismo y el "procés" son cosas distintas. Como distintos son el catalanismo y el independentismo. El "procés" es un fenómeno efímero que nace de la coincidencia en el tiempo de tres circunstancias muy concretas: el catalanismo -que es estructural, una constante histórica- el sentimiento de agravio ocasionado por el crack económico de 2008 -sentimiento alentado por sectores de la alta burguesía catalana- y la reacción de la derecha, que ve en el anticatalanismo y en el "España se rompe" un caladero inagotable de votos. A eso se suma también la necesidad que tenía en aquel momento el nacionalismo de crear una cortina de humo sobre el asunto del tres por ciento.

Los que más necesitan que el independentismo siga vivo son los dirigentes del PP y de Vox. Pero eso no lo van a decir ni Feijóo ni Abascal porque se quedarían sin el discurso que tanto rédito les ha dado en los años del "procés". Tendrían que buscar otros enemigos contra los que enarbolar el discurso del odio. Algunos candidatos ya tienen en mente. Al menos, mientras les dure el recurso anticatalán no avivarán el odio contra los inmigrantes, aunque durante la campaña de las elecciones catalanas ya han mostrado cuáles son sus intenciones para el futuro inmediato.

Los votos nacionalistas, vayan a los partidos catalanistas o a los partidos españolistas, son reaccionarios por naturaleza. Reaccionarios en el sentido de que son fruto de reacciones. Contra los catalanes, contra los españoles o contra los inmigrantes. Nacen de los sentimientos más que de los pensamientos. Sólo así se explica la explosión del uso de las banderas como seña de identidad política. De alguna forma, son votos "irracionales" porque no responden a un proyecto ideológico basado en propuestas económicas, sociales, culturales... para atender las necesidades de la población en esos ámbitos de la vida. Nacen de la exclusión del otro, sea quien sea y venga de donde venga.

De ahí la eficacia de mensajes tan primarios como son "España nos roba" o su contrapartida de "España se rompe". O "España invadida". Ninguna de las tres cosas son del todo reales -la política es bastante más compleja que eso- pero le viene como anillo al dedo a una población poco versada en política y muy receptiva a dejarse llevar por los sentimientos. Si la política debería estar compuesta por un 80 por ciento de raciocinio y un 20 por ciento de sentimiento, ahora lo está por un 80 por ciento de sentimientos y un 20 por ciento de raciocinio.

El filón nacionalista, amamantado por la visceralidad, no lo van a soltar ninguna de las partes interesadas. De ahí la larga vida que le espera al "procés", aunque a partir de ahora no sea más que un fantasma. Como la derecha mantiene viva a ETA en sus discursos, pese a que la banda terrorista desapareció oficialmente hace trece años. El retroceso de los partidos independentistas, especialmente de ERC, en las elecciones del pasado domingo no ha supuesto la muerte del "procés", sino que ha expedido su certificado de defunción. El "procés" murió en el momento en el que la alta burguesía catalana conquistó en Madrid la influencia política que necesita para alcanzar las prebendas económicas que persigue. La misma burguesía que a partir de 2008 avivó el fuego independentista, llevándolo a su cenit en 2017, lo ha dejado caer cuando ya no le sirve para sus fines.

¿Cuales son sus fines de la alta burguesía catalana? Están clarísimos: defender sus intereses económicos (expresados en poder político) que identifican con los de su tierra. Para ello necesitaban que la política española girase alrededor de Cataluña, como ya giraba alrededor del País Vasco y, con Díaz Ayuso, alrededor de Madrid. Y ya lo tienen. España son hoy Madrid, Cataluña y País Vasco. En resumen, la derecha española no va a soltar el discurso contra el independentismo catalán, convertido ya en un fantasma, porque vive de él en el resto de España. Especialmente la extrema derecha, nacida de su mano. La derecha catalana tampoco va a soltar el discurso del independentismo porque vive del antiespañolismo y de avivar el sentimiento del agravio. No hay ni va a haber en muchos años más España que Madrid, Cataluña y Pais Vasco. Andalucía ni está ni se le espera en este baile porque decidió abandonar la pista siguiendo la consigna de "¡a por ellos!". Ahora ejerce de nuevo el papel de chacha de los señoritos del centralismo madrileño.